viernes. 29.03.2024

Ras al Khaimah no es ni Jerusalén ni Roma ni Santiago de Compostela ni El Rocío. Al contrario. Es una ciudad profundamente islámica situada en un emirato del Golfo Arábigo donde el Corán preside cada segundo de la vida irradiado por los cientos de mezquitas que ocupan hasta el último rincón de su territorio. Sin embargo, la Nochebuena ha llegado a eclipsar las voces que el almuecín lanza desde los alminares. Los cristianos han tenido su hora de gloria. Especialmente los católicos, que han celebrado una multitudinaria misa del Gallo que ya quisieran en otros lugares del planeta.

El milagro se ha producido en la parroquia de San Antonio de Padua, que desde el pasado 14 de junio, cuando fue inaugurada por el cardenal Fernando Filoni, cuenta con la iglesia más grande de Emiratos Árabes Unidos. Está ubicada en el polígono industrial de Al Hamra. Es enorme. Su párroco, el padre Thomas Ampattukhuzi, asegura que tiene capacidad para dos mil personas sentadas en sus bancos. Pero este 24 de diciembre han sido insuficientes. Los feligreses han desbordado las previsiones y han tenido que seguir el principal acto religioso de la jornada, oficiado por el padre Varguees, párraco del templo de Santa María de Dubái, también desde pasillos, coro y accesos

Hubo un momento, cuando ya estaban en el interior unas tres mil almas, que los responsables de la iglesia cerraron los pestillos de las puertas para dejar claro que el aforo se hallaba por encima de la bandera. No va más. Lo había vaticinado el propio padre Thomas días después de la apertura oficial del templo: "se desbordará en muchas ocasiones". Y así ha sido. Esta Navidad ha servido como incuestionable prueba del algodón.

Y el lleno no ha sido sólo en la popular misa del Gallo, se ha repetido en cada uno de los cuatro actos religiosos que han tenido lugar durante la jornada. Y ha vuelto a ocurrir en el día de Navidad. Así de entregados son los feligreses de San Antonio de Padua, en su inmensa mayoría indios y filipinos.

En la noche del martes llegaron en masa hasta la parroquia de San Antonio de Padua a bordo de coches, autobuses o bicicletas. Cualquier medio de transporte era bueno para superar los más de 25 kilómetros que separan a la nueva iglesia del centro de la ciudad. La distancia no iba a ser un problema.

El ambiente a las puertas del templo era alegre y navideño: árbol, portal de Belén, villancicos y puestos con recuerdos. Y dentro, solemne, religioso y comprometido. Cuando hay que defender las creencias en un entorno no propicio los valores cobran fuerza y la fe crece. Y el resultado, a años luz de la ola consumista que cada año se origina en Occidente, es más auténtico. Entre otras razones porque los católicos de Ras Al Khaimah son personas muy humildes que aunque quisieran no podrían ni siquiera aproximarse al dispendio que en no pocos casos supone la Navidad europea, americana o incluso la de Dubái.

A lo más que llegan en estos días de intensas celebraciones es a pasar la noche junto a sus familias alrededor de un fuego en el desierto tomando te y conversando. A orillas del Estrecho Ormuz y a sólo unas millas marítimas de la República Islámica de Irán las cosas son diferentes para los cristianos. Pero no hasta al punto de impedir que levanten su cruz. La enarbolan y en ocasiones, como ha ocurrido esta Nochebuena, incluso más allá de las expectativas.

Multitudinaria Nochebuena en Ras Al Khaimah
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