jueves. 28.03.2024

Kan ya makan…

"Érase una vez (kan ya makan), hace más de seis siglos en este extremo del Mediterráneo, un mundo de símbolos y superstición"
cuadro persa

Érase una vez (kan ya makan), hace más de seis siglos en este extremo del Mediterráneo, un mundo de símbolos y superstición. Sus gentes aprendían con cuentos y poesía, con palabras que se guardaban en la memoria, a veces se atesoraban en papel, y otras las consumía el fuego. Su tiempo estaba suspendido. La gran historia ya había sucedido, la habían dejado los cielos por escrito, y solo quedaba  mantenerse en el caos circundante que anunciaba permanentemente un fin de paraísos e infiernos.

Más allá de este mundo, pero tan cerca que se podían oír voces, vislumbrar formas o leer mensajes en las estrellas, había otro de ángeles protectores, genios inspiradores de belleza y demonios seductores. Los habitantes del de acá, que se dividían entre comunes y especiales, debían estar siempre alerta, pues el mal del inframundo estaba continuamente al acecho y los ángeles no protegían a cualquiera. En tiempos de bonanza y si la fortuna acompañaba, el más especial de todos, heredaba el gran conocimiento, se rodeaba de sabios, se acercaba a los cielos y ponía orden por unas décadas. A su muerte, volvía el peligro y eran tan añoradas sus hazañas que los desesperados peregrinaban a su tumba en busca de bendición.

Entre comunes y especiales se movían grupos, que siempre andaban afilando sus espadas. Eran rebeldes, disidentes o mercenarios, que no temían el caos y se negaban a una vida en servidumbre. De ellos se decían muchas cosas. A veces que eran salvadores de la decadencia, otras, destructores del orden. Cabalgaban a lomos de sus caballos, manejaban las armas como nadie, no conocían los blandos lechos y siempre estaban en movimiento. Cuando sus espíritus de lucha y resistencia se sumaba a otros de sosiego, podían levantar los cimientos del anquilosamiento por una era y dejar huellas en las siguientes.

Era un mundo de fronteras permeables y móviles, de identidades fluctuantes, de creencias enfrentadas según convenía a la posesión material, esa posesión que llena los vacíos del alma. Un mundo en el filo del fin, en la amenaza del mal, en el deseo de permanencia perenne, encadenado a la nostalgia del pasado, incapaz de imaginar gloria para el presente, silenciador de crítica, asesino del cambio. Un mundo que finalmente trascendió al tiempo, se convirtió en nostalgia y superstición de muchos, en fantasía de otros, y en cuento y poesía para el aprendizaje de todos.

Kan ya makan un mundo del siglo XXI anhelante de metáfora, que de nuevo se convertirá en símbolo, que tendrá sus guerreros, que temerá el caos y que sobrepasará con la belleza de sus genios el precipicio de sus insistentes demonios.

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Kan ya makan…
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