viernes. 29.03.2024

Ser digital

"Yo como filóloga observo que el texto está perdiendo empuje en las nuevas generaciones, y creo en la importancia de ese conocimiento para el crecimiento humano"
Mundo digital

El uso de la herramienta ha trascendido su concepción inicial creando una vorágine de interacción en un mundo desconocido. No es ninguna novedad a estas alturas que el mundo digital ocupa nuestra perspectiva cuando pensamos en almacenamiento de datos, en comunicaciones y en mercado, pero nuestra presencia virtual ha alcanzado tal grado de desarrollo y de expresión que comienza a concebirse como un mundo en sí mismo.

En el campo de las letras, que al estar centrado en el medio textual ha comenzado a perder fuerza ante otros códigos de mayor rapidez comunicativa como la imagen y el sonido, se está explorando un nuevo concepto que toma el nombre de 'Humanidades Digitales'.

La discusión que está actualmente en boga no gira en torno a la creación de una aplicación para visualizar los cuadros del Museo del Prado, sino sobre cómo el mundo virtual está cambiando nuestra forma de entender la misma existencia. Algunos incluso señalan que esta tendencia a volcar nuestra vida con todas sus diversas facetas en la red está abriendo una brecha respecto a sociedades en vías de desarrollo cuya mayor preocupación no es precisamente el ancho de banda. Aquí yo me cuestionaría el mismo significado de ese “desarrollo”, pero este no es el momento de revisar conceptos.

En las zonas “desarrolladas”, donde la garantía de las necesidades básicas hace posible pensarse en términos numéricos, observamos que los seres humanos se hallan perdidos en la misma herramienta que habían creado para facilitar sus vidas. Ahora tenemos mayor acceso a la cultura, menos barreras para dar a conocer nuestras obras, y cerebros artificiales que piensan por nosotros lo engorroso. También menos privacidad, mayor control y un espacio en el que se adentran las nuevas generaciones sin que seamos capaces de definir las posibilidades generadas por sus interacciones. Es como si nuestro uso de la herramienta haya trascendido su concepción inicial creando una vorágine de interacción en un mundo desconocido. Y ¿qué fue antes? ¿el huevo o la gallina?

Todos los ingredientes que podemos encontrar en el mundo digital son obviamente obra del ser humano, pero ¿qué hay del ser humano que se tiene que redescubrir a sí mismo fuera de la familiaridad de la materia? Si yo como filóloga observo que el texto está perdiendo empuje en las nuevas generaciones, y creo en la importancia de ese conocimiento para el crecimiento humano, ¿hasta qué punto no debería explorar las posibilidades de la disciplina para traducir ese conocimiento al nuevo lenguaje? Y no estoy hablando precisamente de digitalizar un texto, sino de desintegrarlo e integrarlo en otros códigos y con otras filosofías de comunicación. Y si tengo que cuestionar la propia rigidez del texto no sería como explorar mi misma percepción del mundo acostumbrado.

Ser digital es algo mucho más complejo que emplear tinta electrónica, es diluirnos en un mundo agitado e inmenso con la paz de saber que todo está ahí, y siempre con la pregunta de ¿y si se apaga la luz? Ser digital es trasladar nuestras eternas preguntas a una incertidumbre más voluble si cabe. Es un hito en nuestra evolución.

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