jueves. 28.03.2024

Tribales

"El gran logro, creo yo, sería poder recuperar en cierto modo ese espíritu tribal que antaño removía imperios desde sus cimientos. Reproducir una suerte de solidaridad tribal más allá del ojo por ojo, y crear un espacio de fortalecimiento grupal más allá de ideologías dominantes"
Una imagen del desierto de Abu Dhabi.

A mediados del siglo XIV el tunecino Ibn Jaldun sentaba en su Muqaddima, una introducción que escribió a su historia general, las bases de la sociología moderna con su análisis de la evolución cíclica de los estados. Según este historiador y pensador, que había nacido en un contexto tribal como era el noreste africano de aquel entonces, la fuerza de un estado emergente se basaba en la solidaridad tribal ('asabiyya). El poder de la estructura social emanaba de la cohesión de la tribu, necesaria para su supervivencia en un entorno de hostilidad beduina que implicaba una continua búsqueda de medios de subsistencia y la exposición permanentemente a los enemigos. Este estado de alerta reforzaba los lazos internos de los individuos constituyentes del grupo y llevaba a sus miembros a exponer su máximo potencial guerrero.

Una vez que una sociedad tribal constituía estado, el sedentarismo propio de este, que llevaba a su acomodación ante el almacenamiento de alimentos y la defensa amurallada, hacía que estas cualidades iniciales fuesen perdiendo fuerza de generación en generación. Al perder la sociedad tribal su ímpetu combativo entraba paulatinamente en la decadencia, siendo presa fácil de cualquier fuerza tribal en estado puro que quisiese ocupar su lugar.

Ibn Khaldun configuraba su teoría en un momento histórico de crisis, exiliado en Egipto sin posibilidad de volver a su tierra. El Occidente Islámico de su tiempo se estaba debilitando ante el avance cristiano y su predominio sobre el Mediterráneo, anunciando la caída de Granada y la conquista de importantes enclaves magrebíes en la costa del Atlántico. Si nos abstraemos del contexto tribal propiamente dicho, para él, la razón de esta debilidad era en términos generales la pérdida de los lazos de fraternidad y de la valentía para luchar por una vida digna del ser humano. Podríamos interpretar que consideraba en este sentido el sedentarismo como enemigo de un espíritu libre y conquistador, donde la continuidad de la vida misma es insignificante ante la pérdida del latido pasional.

Es cierto que en sociedades tan expuestas al cambio, resultaba difícil desarrollar un esplendor cultural cuyo cultivo es más propio de tiempos de paz y sosiego, pero igualmente cierto es que cuando la estabilidad se prolonga más tiempo del necesario, la actividad intelectual tiende a repetir esquemas y entra en un periodo de anquilosamiento.

Esta forma de ver la vida resulta hasta cierto punto anacrónica para nuestros tiempos presentes. Las sociedades consideradas como “avanzadas” potencian el continuo movimiento de sus miembros, normalmente no al exilio en busca de sustento, sino para multiplicar sus posibilidades de acierto ante la continua transición del tiempo y sus a menudo imprevisibles cambios. El mundo digital, del que hablábamos en nuestro anterior artículo, también ha conectado y aumentado nuestro flujo de experiencias sin necesidad del movimiento físico, que no del ejercicio físico.

El gran logro, creo yo, sería poder recuperar en cierto modo ese espíritu tribal que antaño removía imperios desde sus cimientos. Reproducir una suerte de solidaridad tribal más allá del ojo por ojo, y crear un espacio de fortalecimiento grupal más allá de ideologías dominantes, donde el miembro débil nunca quedase al desamparo ante los enemigos de las almas guerreras.

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