jueves. 28.03.2024

De aviones y pilotos

"Es motivo de orgullo para Colombia, saber que en países tan lejanos como Qatar o los Emiratos Árabes Unidos han reconocido el profesionalismo de los pilotos colombianos, en donde se han radicado, conformando las primeras comunidades colombianas en la Península Arábiga"
pilotos

Algunos en la vida, tenemos la bendita contradicción de viajar con cierta frecuencia en los aviones y en casos como el mío, resulta una extraña combinación de sentimientos y sensaciones, que va desde la fascinación pueril por la pregunta eterna de cómo es posible que un aparato tan pesado pueda volar, hasta el terror más intenso al saber que uno va a varios miles pies de altura y bajo sus propios pies, solo hay el vacío, la nada.

Hay tres situaciones tensas en un vuelo, despegue, aterrizaje y lo que hay en el medio, una sucesión de movimientos denominada de forma profiláctica “turbulencias”. “No se alarmen, amables pasajeros que estamos pasando por una zona de turbulencias”, dice la gentil auxiliar de cabina. Uno pensaría si es una “zona” perfectamente identificable porqué no evitarla, reflexión del supino ignorante que va amarrado a su silla, cerrando los ojos, mientras se multiplican los llantos y gritos de los bebés, los seres más sensibles a los cambios en el avión.

El que lea esto pensará que odio volar y la verdad es todo lo contrario, repitiéndome se trata de una extraña fascinación y me gusta repetir todos los ritos que están involucrados en un viaje por vía aérea. Además soy un convencido que se trata del sistema más seguro que existe, aunque uno no esté exento de aparecer (o perecer) en la pequeña estadística de fatalidad. Sin embargo, si se miran bien las recientes tragedias, han resultado ser por cuestiones ajenas a los aparatos y profesionales que intervienen en esa larga cadena que termina en un vuelo.

En aquellas no tan lejanas tragedias, uno de los aviones fue impactado por un misil en medio de una guerra, en la cual las mentiras son tan ofensivas como los ataques, el otro avión desaparecido sin dejar rastro, pudo haber sido deliberadamente desviado, como lo que habría sucedido con un avión alemán en territorio francés, cuando aparentemente el copiloto se habría suicidado, llevándose de paso a otras 150 vidas, lo cual no sería un suicidio, sino un acto de odio contra el género humano. Paz para las víctimas y consuelo para sus familiares y amigos, entre los cuales hubo compatriotas colombianos.

Pero en las mencionadas tragedias no se trata del llamado “error humano”,  aparentemente fueron actuaciones conscientes, motivadas por el odio, la locura, el fanatismo o la enfermedad. En un accidente normal, quizás pueda hablarse al final del “error humano”, pues incluso si hay un desperfecto técnico o mecánico, hubo alguna acción u omisión de un ser humano que facilitó la aparición del problema. Sin embargo, surgen variables que nadie puede controlar, como el clima, acciones involuntarias de todos los que intervienen en el control de un vuelo, e incluso de los mismos pasajeros, que no son achacables a la tripulación, como cuando hay borrachos o fumadores irresponsables.

Sea el momento para hablar bien de los pilotos, pues es frecuente responsabilizarlos de los problemas. Incluso en los años 80 fue exitosa la serie de películas cómicas en donde se ridiculizaba la figura del comandante de vuelo (“Y dónde está el piloto?”). Es interesante como una actividad tan seria, puede ser objeto de risa, como esta serie de cintas o la del afiche que encabeza el presente artículo, “Esos magníficos hombres y sus máquinas voladoras”, deliciosa comedia británica de 1965 que cuenta una supuesta carrera de aviones entre Londres y París en 1910.

Conozco a varios pilotos y como sucede con cualquier colectividad humana, hay de todo como en botica, pero en su mayoría son personas buenas dedicadas a su labor. Es motivo de orgullo para Colombia, saber que en países tan lejanos como Qatar o los Emiratos Árabes Unidos han reconocido el profesionalismo de los pilotos colombianos, en donde se han radicado, conformando las primeras comunidades colombianas en la Península Arábiga.

La figura del piloto, es a la que siempre señalan cuando hay algún problema. Pero casi nunca se les reconoce por un trabajo que conlleva tanta responsabilidad y sujeto a tensiones permanentes. Por ello, no considero un acto de provincialismo ingenuo cuando pasajeros aplauden al aterrizar la nave. Esa reacción que no es exclusiva de Colombia, pues la he visto en otras partes del mundo, resulta ser el natural premio de quien está agradecido con quien lo ha llevado con bien a su lugar de destino.

Uno espera que los pilotos sean ángeles (casi siempre lo son), ya que son capaces de emprender el vuelo. Ángeles de la guarda además, para quienes temblamos de emoción y temor cada vez que vamos en esas cápsulas metálicas surcando los cielos.

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Dixon Moya es diplomático colombiano de carrera y escritor por vocación. Esta columna de opinión se publicó en el blog que el autor lleva con sus apellidos literarios: http://blogs.elespectador.com/lineas-de-arena/

 

 

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