martes. 23.04.2024

La caminadora eléctrica

"Hago parte de una comunidad de solitarios, que no caminamos a un destino en particular, pero esperamos llegar a otra meta, ganando segundos al reloj que es el campeón por excelencia de las carreras de resistencia"

Desde que experimenté aquel mareo que describí en la columna anterior, bautizado con el colombianismo “yeyo”,  he venido tomando consciencia de los cuidados que debo tener con mi salud, así que aprovechando una corta visita a Bogotá fui a ver a mi médica de cabecera, la Dra. Natalia Malaver, sea propicia la cuña publicitaria, porque realmente es una gran profesional de la medicina, además de excepcional persona.

Los colombianos solemos apreciar a nuestros facultativos, sobre todo cuando estamos lejos, tanto por su indudable calidad, como por la economía de sus servicios, comparado con otros sistemas de salud privados en el mundo. Además todavía en nuestro medio, entre médico y paciente, se desarrolla una especial relación. Se conserva una complicidad, que solo puede compararse a la confianza entre el confesor y el pecador. El paciente no es un número más, es otro ser humano.

Viendo los resultados de exámenes, la recomendación de mi doctora fue revisar mis hábitos alimenticios y hacer más ejercicio, pues no quería darme químicos para resolver algo que está en mis manos, o mejor decir, en mis pies. Así que comencé a dar mis primeros pasos en una caminadora eléctrica. Desde el inicio he sido el diferente del grupo que regularmente usa ese aparato para hacer ejercicio. Casi todos los usuarios son jóvenes, que trotan o corren acompasando sus zancadas con el movimiento de los brazos.

En cambio, yo soy el adulto mayor que simplemente camina, ni siquiera a gran velocidad, apoyado de las agarraderas metálicas. Me salva que vivo en una sociedad en donde cada uno se ocupa de lo suyo, sin entrometerse en los asuntos de los demás, porque además una mirada de más puede ser interpretada como acoso, ofensa o casi abuso. De otra manera, sería objeto de escrutinio por parte de mis semejantes, pero cada uno está concentrado en su carrera, que consiste en llegar a ningún sitio.

En efecto, hago parte de una comunidad de solitarios, que no caminamos a un destino en particular, pero esperamos llegar a otra meta, ganando segundos al reloj que es el campeón por excelencia de las carreras de resistencia, pues nunca se detiene. Bueno, algún día se detendrá para cada uno de nosotros, pero que esa fecha esté todavía lejana.

Me doy cuenta que por fin ha llegado la primavera tardía en la ciudad de los grandes hombros, otro de los apelativos de Chicago. Dejo la caminadora eléctrica, apropiada para los eternos inviernos de esta región del Medio Oeste norteamericano, prefiero ir de la mano de Patricia, transitando por las calles y parques de la tierra de los vientos.

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Dixon Moya es diplomático colombiano de carrera, escritor por vocación, lleva un blog en el periódico colombiano El Espectador con sus apellidos literarios, en el cual escribe de todo un poco: http://blogs.elespectador.com/lineas-de-arena/  En Twitter a ratos trina como @dixonmedellin

La caminadora eléctrica
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