domingo. 28.04.2024

Un Ángel en el camino

"Un automóvil de color negro se detuvo junto a mí y me sorprendí emocionado cuando, al acercarme a la ventanilla, vi a una mujer rubia de ojos claros"

El sol del Mediterráneo ardía sin compasión quemando mi rostro y el reflejo sobre el asfalto encandelillaba mis ojos que veían a la distancia espejismos que mi mente imaginaba, el calor era insoportable, la botella de agua que había preparado de antemano para el largo camino empezaba a agotarse. Nunca antes en mi vida había tenido que emprender un viaje a pie con un morral lleno de sueños e ilusiones.

Por aquel entonces Perpignan era un pueblo fronterizo entre España y Francia que no ocupaba más de diez cuadras en el mapa, una plaza central, una biblioteca, tres calles con casas típicas combinadas entre un estilo español y francés, una estación de policía, una universidad pública que había sido fundada en 1979, que después se convertiría en la Universidad de Perpignan y algunos lugares turísticos que hacían recordar una época medieval catalana con ese aire fresco del Mediterráneo que evoca la frescura de su pasado. Los expatriados españoles de aquella época en aquel pueblo fronterizo hablaban un español mezclado con un francés raro.

¡En realidad hablan más catalán que francés!

Esto lo entendí en aquellos días de mi juventud aventurera cuando por primera vez me di cuenta que el idioma catalán existía.

El verano entraba en su apogeo, los turistas empezaron a desocupar el pueblo, el trabajo de la temporada de verano que tenía empezó a escasear en el restaurante donde el dueño me despedía cada jornada a las dos de la mañana con una sopa de verduras cocinada al mejor estilo asiático. El billete de 'Cent Francs' de la época, con el dramaturgo francés Pierre Corneille y el teatro de Versalles pintados en su cara frontal, era lo único que me quedaba para sobrevivir, lo doblé cuidadosamente y lo guardé como mi más preciado tesoro en mi pequeña y desteñida billetera antes de ponerla en el bolsillo secreto del pantalón, empaqué mi morral de aventurero, lo acomodé en mi espalda y emprendí mi viaje de hazaña.

La señal en la carretera anunciaba:

- 'Le Boulou' 35 kilómetros.

Ni un solo automóvil, ni autobús se asomaba en la solitaria carretera, 35 kilómetros en autobús o en automóvil significan un trayecto de no más de 40 a 50 minutos, pero en una carretera completamente desolada y con un sol abrazador que te quema hasta el más pequeño de tus cabellos, el viaje a pie se convierte en un camino interminable, traté de acomodar el morral subiéndolo un poco a la altura de mi cuello, mientras estiraba mi brazo izquierdo y levantaba mi pulgar anunciando que necesitaba un aventón por si algún vehículo se acercaba. Continué mi aventura de caminante haciéndome a la idea de que el viaje definitivamente lo iba hacer totalmente a pie, saqué del bolsillo derecho del morral la botella de agua que ya estaba por la mitad y al llevarla a mis labios noté el agua tan caliente que no pude beberla, los rayos del inclemente sol la habían calentado tanto que estaba a punto de hervir, me detuve en medio del desértico pavimento y puse la botella de agua dentro del morral tratando de que al hacerlo se enfriara un poco, emprendí nuevamente mi caminata y para entretenerme y olvidarme del ardiente sol, empecé a recordar las palabras del poeta sevillano Antonio Machado:

“Caminante, son tus huellas

El camino y nada más;

Caminante, no hay camino,

Se hace camino al andar…”

Estaba tan concentrado recordando los versos de Machado que se me había olvidado por completo el dolor que me causaban las botas de cuero que llevaba puestas y que me habían hecho ampollas en la planta de los pies, cuando de pronto un automóvil de color negro se detuvo junto a mí, me sorprendí emocionado, al acercarme a la ventanilla, vi a una mujer rubia de ojos claros y en mi escaso francés le dije:

- Le Bouluo, s’il vous plait madame…

- Oui Monsieur. Le Bouluo

Abrí la puerta del automóvil y me senté en el asiento del pasajero. La rubia mujer empezó a hablarme en francés, simplemente yo la escuchaba y lo único que podía entender eran algunas palabras sueltas que podía agarrar en el aire, ella continuaba hablando cuando se dio cuenta que mi francés era precario, me preguntó nuevamente, pero esta vez lo hizo despacio:

- ¿D’ oú viens tu?    

- Je suis Colombien   

Me miró con una sonrisa que se convirtió en una carcajada al decirme en un español bien claro:

- ¡Me hubieras dicho desde el principio, yo soy española!

Me uní a su risa y el viaje hasta el pueblo de 'Le Boulou' se hizo el más ameno que jamás he tenido

Hoy recuerdo con agrado aquel largo e interminable camino francés y cuando dibujo en mi mente el automóvil negro alejándose por la solitaria carretera y la risa de Ángela, ese era su nombre, retumbando en mi memoria, el bello poema de Machado no debe quedar inconcluso:

“…Al andar se hace el camino,

Y al volver la vista atrás

Se ve la senda que nunca

Se ha de volver a pisar” 

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Farid Lozada es CEO de la Fundación ABBACOL.

Un Ángel en el camino
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