jueves. 28.03.2024

Filminas de un día de junio

¿Se ha salvado España? No tanto, paren el carro: lo que sí está claro es que el sentido común, esa potencia psíquica tan volátil, se ha recobrado frente a tanto disparate: propuestas como la salida del euro, el referendo separatista en Cataluña o la renta básica universal

El verano dio una tregua durante la jornada electoral. Se notó en los colegios electorales por la temprana afluencia de votantes que hizo concebir la esperanza de una alta participación. Luego el trasiego se ralentizó, y empezó a perfilarse el fantasma ante los analistas: “¿A que se han ido a la playa otra vez?”. Pues seguramente, pero lo que de verdad debió influir no fue eso sino el cansancio de los ciudadanos y su despego de una clase política tan incapaz como peligrosa.

Y llegó la tarde, la hora del recuento, primero con el sorprendente anuncio de un rotundo “sorpasso” de los antisistema –Podemos e Izquierda Unida, esto es, Unidos Podemos— que disparó sus expectativas. Se acabaron las existencias en las cantinas donde los impacientes festejaban el Armagedón de la Derecha y acaso el “reino feliz de los tiempos finales” de que hablan los antropólogos. Pero luego, casi enseguida, se sumaron al escrutinio las mesas grandes, las de las grandes ciudades, y la tortilla dio la vuelta hasta quedar en  huevos revueltos. ¡Qué se le va a hacer! La prepotencia se paga y esa nueva Izquierda lo ha pagado perdiendo más de un millón  de votos a pesar de haber sumado, por lo menos, el millón ganancial que IU aportaba a esa coyunda.

¿La culpa? De todos y de nadie en particular. Reducir la estrategia al solo argumento del cambio y centrar todas las cerbatanas en Rajoy, como si el veterano político fuera el único que pierde aceite por el salidero de la corrupción, ha resultado absurdo y perjudicial tanto para el centrismo sobrevenido como para la “nueva Izquierda” neocomunista. Rajoy es el claro triunfador de estos comicios, contra todo pronóstico, y bloquearlo le va a resultar difícil en esta ocasión a una oposición pulverizada.

Y por la noche, caras desoladas en la tele y entusiasmo en las sedes “populares” –la estampa clásica de la madrileña calle de Génova--, todos ganadores compungidos y un Rajoy que hubo de restregarse los ojos para creer lo que estaba viendo en las pantallas del recuento. No sería raro que este triunfo –sin duda favorecido por el suicidio del Brexit—reavive la perdida “ola azul” de los conservadores españoles. Besos, abrazos, banderas al viento, clamor multitudinario y cánticos entusiastas. No se puede negar que el PP ha resultado ser el primer sorprendido ante su éxito.

¿Se ha salvado España? No tanto, paren el carro: lo que sí está claro es que el sentido común, esa potencia psíquica tan volátil, se ha recobrado frente a tanto disparate: propuestas como la salida del euro, el referendo separatista en Cataluña, la renta básica universal, el despeñagalgos que supone disparar el gasto social… Esperemos para ver qué hacen ahora un PP recuperado, un Podemos fracasado en su intento de “conquistar el cielo”, un PSOE que, tras descender una vez tras otra bajo su suelo crítico, lleva le camino del recorrido en su día por sus homónimos italiano o griego. ¡Con decirle que en Andalucía el PP ha remontado al PSOE tras más de tres decenios de intratable hegemonía!

Lo que tenga que ser, será, eso es lo único seguro. España no se hunde, al menos de momento, en el sumidero populista y antisistema. Buena noticia para los que llevamos muchos años en esta pelea. Queda mucho por hacer. Algunos ansiosos o simples pesimistas piensan que no algo, sino todo.

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