sábado. 27.04.2024

Mi primer colegio

"Era el único estudiante que no tenía derecho a llegar tarde a la escuela, porque simplemente tenía que bajar la escalera y ya estaba en el salón de clase"
Dixon Moya, autor del texto, pronuncia su discurso grado en el colegio de la Inmaculada Concepción de Bogotá. (Cedida)
Dixon Moya, autor del texto, pronuncia su discurso grado en el colegio de la Inmaculada Concepción de Bogotá. (Cedida)

Mi primer colegio fue 'La Inmaculada Concepción', el cual va a cumplir 50 años en 2024 y desde ya deseo unirme a la celebración de un plantel educativo tan  cercano a mis afectos y recuerdos de niñez y primera juventud. No era un colegio religioso, pero sus directivas siempre le dieron un matiz muy cercano a la fe católica, especialmente vinculado a la figura de la Virgen María, como patrona del centro de estudios. 

Mis abuelos-padres, Carmen Rosa Medellín y Laurencio Acosta, tenían una amplia casa en el barrio La Despensa en Bogotá, muy cerca de la autopista sur y eran amigos de unas jóvenes pedagogas, las hermanas Arias Bernal (Esperanza, Nelly, Elvira), quienes deseaban fundar un colegio y les propusieron a mis padres rentar el primer piso, que tenía cinco cuartos espaciosos, dos baños y una cocina, aparte del jardín y un solar, que podía ser el patio de descanso de los chicos, la idea era iniciar paulatinamente con los cursos de primaria. Las conversaciones se iniciaron en 1973, mis padres aceptaron y comenzaron los preparativos, para el que sería el primer colegio privado del sector, pues el barrio tenía una escuela pública. 

Mi padre Laurencio, un liberal de ideas de izquierda, quien en la época de la violencia había migrado con su esposa Carmen desde Gachetá, municipio de Cundinamarca, se había instalado en la Despensa, porque estaba muy cerca de su sitio de trabajo, la empresa Icollantas (Industria Colombiana de Llantas, emporio propiedad de accionistas colombianos y la estadounidense BF Goodrich), ubicada al sur de Bogotá. Laurencio quien siempre fue líder nato, fue presidente del sindicato de la compañía y de la Junta de Acción Comunal y le entusiasmó la idea de contribuir a la educación de los niños del barrio. 

De esta manera, en 1974 se inició el colegio y debo decir, que aparezco en los anales del plantel educativo, como su primer estudiante. Ese año fue terrible, porque en julio falleció Laurencio, el primer gran golpe en mi vida. No inicié en kínder, como la mayoría de los chicos, sino en primero, porque ya sabía leer, escribir y hacer cuentas, pues Carmen Rosa, había sido mi maestra, la primera que tuve en la vida, ella justamente se había pensionado del magisterio.  

Anagrama del colegio Inmaculada Concepción.
Anagrama del colegio Inmaculada Concepción.

Era el único estudiante que no tenía derecho a llegar tarde a la escuela, porque simplemente tenía que bajar la escalera y ya estaba en el salón de clase. Era una situación muy cómoda, pero también muy comprometida, lo cual originó mi primer acto de rebeldía en la vida. Aprovechando un viaje de mi madre Carmen, estando al cuidado de mi tía Ana, un día decidí no ir al colegio, simulé bajar las escaleras y en un descuido de mi tía, me devolví a mi cuarto y me escondí debajo de la cama, en pocos minutos hubo barullo general, por la desaparición del niño Dixon y mientras escuchaba el escándalo desde mi escondite, entre divertido y aterrorizado, al final tuve que entregarme, más porque la vejiga no aguantaba tanto tiempo escondido. La reprenda fue colosal, con toda razón. 

Resultó un alivio, cuando las directivas del colegio, decidieron trasladarlo a otra sede, pues iba creciendo en cantidad de estudiantes, lo pasaron a un barrio contiguo, el León XIII, en donde estudié hasta 4 de bachillerato, cumpliendo el ciclo de bachillerato comercial, convirtiéndome en experto mecanotaquígrafo

Lamentablemente olvidé la taquigrafía por falta de práctica y es una lástima, porque podría ser un buen método de escribir en clave secreta. En cambio, soy un buen mecanógrafo, algo clave en mi trabajo como diplomático, pero también ha facilitado mi vida como escritor, así se hayan borrado mis huellas digitales, lo cual siempre me trae problemas en migraciones y diligencias notariales.  

En la Inmaculada se fortaleció mi amor por la literatura, gracias al profesor Alirio (desafortunadamente olvidé su apellido), tuve mi primer amor platónico, una joven pecosa profesora de inglés, así como los primeros desencuentros académicos, con alguna encargada de sociales. Para esos primeros años, ya era un apasionado de la historia y varias veces, tuve que corregir a la maestra, granjeándome su rencor y algunas envidias entre los compañeritos.  

Gracias al colegio, descubrí a los Beatles, como he contado en alguna crónica personal, gracias a un condiscípulo, Daniel, quien era el artista del colegio, músico y dibujante (diseñó el escudo del colegio), con quien llegamos a pensar en crear un grupo musical juvenil, del cual yo sería el letrista, hasta llegó a tener nombre y logo, en otra dimensión alternativa quizás triunfó con el nombre de 'Pegaso'

Vienen a la memoria, nombres inolvidables. Mi primer amigo, Fernando, quien fue mi compañero de pupitre, durante toda la primaria, luego en el bachillerato sería Berman, el galán que hacía suspirar a las chicas, Armando, Arturo, quienes me enseñaron a pelear, por si hacía falta en la vida. Luz Marina, a quien recuerdo por sus pellizcos, en cierta forma, la primera persona en hacerme lo que hoy llaman matoneo, por eso, su nombre jamás lo olvidaré. Mercedes, Carolina, una compañera que se especializó como estilista, creo que fui de sus primeros clientes, Beyanith, quien organizaba las actividades culturales.  

Dixon Moya -a la derecha- junto a varios compañeros en el cuarto curso del colegio Inmaculada Concepcion. (Cedida)
Dixon Moya -a la derecha- junto a varios compañeros en el cuarto curso del colegio Inmaculada Concepcion. (Cedida)

Olga, mi primera novia oficial, aunque precedida de un romance fugaz con Consuelo, una chica mayor, a quien había conocido en una de esas fiestas zanahorias de la época, lo que llamábamos una “coca-cola bailable”, porque no se consumía licor sino gaseosa. Olga fue un flechazo mortal, a quien había visto en un mosaico de fotos, en el almacén fotográfico del padre de Daniel.

En la Inmaculada pronuncié el primero de varios discursos importantes en la vida, en el grado de cuarto de bachillerato, como aparece en la imagen. 

Podría seguir escarbando en los recuerdos, pero entonces no me saldría una columna sino un libro de memorias y el objetivo, no es agotar al paciente lector. 

Que esta breve reminiscencia personal, sirva de excusa para desearle lo mejor a la Inmaculada Concepción en sus primeros 50 años de vida, a sus directivas, docentes, funcionarios y comunidad de padres y alumnos, qué lleguen muchos aniversarios más, con educación de calidad y de corazón. Que sus estudiantes atesoren imborrables recuerdos, como a quien le ha asaltado la nostalgia pensando en su primer colegio y por supuesto, como dice su lema, que siga mirando hacia el futuro. 

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Dixon Moya es diplomático colombiano de carrera, escritor por vocación, lleva un blog en el periódico colombiano El Espectador con sus apellidos literarios, en el cual escribe de todo un poco: http://blogs.elespectador.com/lineas-de-arena/  En Twitter (a ratos muy escasos) trina como @dixonmedellin.

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