domingo. 28.04.2024

Italia

Una gran historia de amor surgida de forma inesperada y que aún hoy perdura en el tiempo
Perspectiva de la Italia rural. (Mónica Ortega)
Perspectiva de la Italia rural. (Mónica Ortega)

El ¨O Sole mío¨ de Giovanni Capurro que se escuchaba de fondo y el olor a foccacia recién hecha que venía de la cocina le hicieron despertarse con una sonrisa.

Acababa de llegar a Italia, llevaba tan solo dos días alojada en una casa rural que le había alquilado el dueño del bar de aquel pequeño pueblo de la provincia de Basilicata.

Había dormido toda la noche con el ventilador puesto, cuando se acostó hacía demasiado calor.

Se levantó y se dirigió hacia la terraza. Retiró la cortina de delante de la puerta, giró la llave y la abrió de par en par.

Al abrir, una ráfaga de viento le golpeó en la cara y tuvo que retirarse el pelo con la mano.

Virna salió a disfrutar del aire fresco de la mañana.

Se acercó a la barandilla de la terraza y apoyó la cara entre sus manos y se quedó observando las montañas que se divisaban a lo lejos.

Llevaba más de un año planeando este viaje, era uno de sus grandes sueños, volver a Italia y vivir en su país natal, por lo menos durante un año.

Episcopia era su primer destino, el pueblo donde vivía su amiga Dominica.

El saxofón estaba apoyado en la pared de la habitación dentro de su funda. No lo había sacado de ella desde que dio su último concierto.

Aún podía recordar los aplausos de todas aquellas personas que asistieron a escucharla en el bar de jazz en el que trabajaba en Londres.

Las melodías de las canciones que tocó aquella noche aún resonaban en su cabeza.

Cerró los ojos por un momento y recordó su niñez, allí en las montañas de Basilicata, en el sur de Italia.

Después de vestirse, salió a caminar por la calle. Había quedado con su amiga, la dueña de la escuela de música. La había conocido en Londres durante su juventud.

Llevaban muchos años sin verse.

Dominica la esperaba en el bar del pueblo, sentada mientras tomaba un aperitivo.

Virna no tardó en llegar.

—¡Virna, querida amiga!

—¡Dominica!

—¡ Cuánto tiempo!—exclamaron ambas a la vez mientras se fundían en un abrazo.

— Me alegro tanto de estar aquí contigo. Han pasado casi veinte años desde la última vez que nos vimos.

—Sí, lo sé. Qué bien lo pasamos durante el tiempo que vivimos en Inglaterra. Todavía recuerdo aquellas largas tardes, mientras hablábamos en el pub, después de nuestras clases de conservatorio. ¡Cómo hemos cambiado!  Yo regresé a Italia y tú te quedaste…. Pero cuéntame, ¿Por qué has vuelto? ¿Sigues tocando el saxofón?

—Sí, sigo tocando. Hace dos semanas di mi último concierto. He vuelto con la intención de quedarme un año—añadió Virna—. Dominica, ¿Cómo está tú hija?

—Pues realmente no está bien. Sufrió una infección muy grave en el oído y perdió la audición. Tenemos que volver a operarla y el costo de la cirugía es muy alto. Queremos llevarla a los Estados Unidos. No sé si vamos a poder con los gastos.

Al terminar de hablar, Virna le tomó las manos a su amiga, se miraron a los ojos y le explicó, como ella mejor que nadie podía comprender su preocupación. Perder la audición era uno de los grandes temores de cualquier músico y la hija de Dominica tocaba el violín al igual que su madre.

Después de hablar durante varias horas caminaron por el pueblo, bajaron la calle de la plaza, pasaron por delante de la pizzería y como era demasiado pronto para cenar, Virna le sugirió a su amiga que fueran a tomar tartufo y un vino en un bar que estaba cerca de allí.

Las campanas de la iglesia tocaron durante algunos minutos anunciando El Ferragosto, uno de los días festivos más importantes de Italia.

Virna que había dejado Episcopia hacia ya una semana podía ver la cúpula de la iglesia de Santa Maria della Mercede a Montecalvario desde el ático del hostal donde se estaba alojando, en el Barrio Español de Nápoles.

Sentada en aquella pequeña silla estaba contando el dinero del concierto benéfico que había dado en la fiestas de Episcopia en honor a la hija de su amiga.

Dos mil cuatrocientos sesenta euros no era una gran cantidad, pero podría ayudarla con la operación de Silvia.

Marcó el número de teléfono de Dominica y al no contestar pensó que debía de estar
ocupada y le dejó un mensaje en el contestador:

—Dominica, gracias por tu hospitalidad. Fue un placer el volver a verte y poder haber tocado mi saxofón durante las fiestas de Santa María del Piano. He recaudado algo de dinero, que espero que te pueda ayudar con los gastos de tu viaje a los Estados Unidos. Te lo voy a enviar hoy por transferencia bancaria. Te deseo mucha suerte para tu hija.
Después de colgar, dejó el móvil encima de la mesa y se dirigió hacia la cocina que había en el hostal para hacerse un té.

Al entrar vio que había una chica sentada al lado de la ventana comiendo algo. El olor a curry permanecía aún en el ambiente.

Virna la saludó sonriendo, pero la chica que apenas levantó la cabeza del plato, la miró de soslayo sin contestarle.

La melodía de una Tarantella Napoletana que provenía de dentro de una de las habitaciones le hizo recordar el lugar donde se encontraba en aquel momento.

Tomó en la mano la bebida que acababa de prepararse y fue hacia su habitación. Al llegar sacó la llave del bolsillo con intención de abrir la puerta, entonces se dio cuenta de que se había dejado el teléfono encima de la mesa y regresó para cogerlo.

Lamentablemente cuando llegó al ático el teléfono ya no estaba allí.

Volvió a pasar por la cocina pero la chica a la que había saludado antes ya se había ido.

— ¿ Quién podía haberlo cogido? — se preguntó a si misma.

Virna comenzó a preocuparse y pensó en tocar a la puerta de las otras tres habitaciones del hostal.

Entonces se dirigió a la habitación donde se escuchaba la música.

Debía de haber alguien dentro.

Tocó varias veces hasta que finalmente abrieron la puerta.

—Ciao, ¿Qué desea?— contestó un hombre en italiano.

—Disculpe he perdido mi móvil, ¿lo ha visto usted por casualidad?

El hombre miró a Virna con cara de pocos amigos y le contestó diciéndole:

—No, lo siento. Llevo dos días dentro de esta habitación y no he visto a nadie.

Virna pudo observar que aquel individuo llevaba dibujado un tatuaje de un saxofón en el brazo y antes de que cerrase la puerta le preguntó:

—¿ Tocas el saxofón?

—Sí, en mi tiempo libre— contestó el chico seriamente.

—Yo también—. ¿ Dónde tocas?

—Es un hobby. Tocó por mi cuenta.

A Virna le hubiese gustado seguir hablando con aquel hombre, pero su manera  de contestarle la incomodó. Entonces se despidió rápidamente sin hacerle más preguntas.

¿Dónde estaría su teléfono?

Estaba segura de haberlo dejado en el ático.

Después se dirigió a su cuarto, sacó la llave y abrió la puerta. Se tumbó en la cama y se quedó dormida.

Unas horas más tarde, el ruido que venía de la calle la despertó repentinamente.

Eran las siete y media y la habitación estaba completamente a oscuras.

Se levantó y encendió la luz del baño.

En una hora comenzaría el concierto que tendría lugar en la Plaza del Plebiscito. Ayer compró la entrada por internet, no la había impreso y había perdido su móvil.

¿La dejarían entrar?

Se levantó, se peinó y sin cambiarse de ropa salió a la calle.

Las calles del Barrio Español de Nápoles estaban llenas de transeúntes.

A pesar de ser un día de fiesta las tiendas estaban todas abiertas y la gente caminaba de un lado a otro entrando y saliendo de estas.

Bajó paseando por la calle del Montecalvario hasta llegar a la Via Toledo, de repente el olor a pizza que salía de una de las casas le hizo pararse delante de ella, una puerta baja que daba directamente a una cocina pequeña.

La cocina estaba situada al lado de dos camas bastante viejas y la señora que estaba cocinando, la miró y le ofreció un trozo de aquella exquisitez napoletana. Virna la cogió y después de darle las gracias siguió caminando hacia la Via Toledo mientras se la comía.

Una vez llegó a la calle que estaba buscando giró a la derecha con dirección al lugar donde iba a ser el concierto.

Al llegar vio que los músicos ya estaban haciendo las pruebas de sonido.

Todavía quedaban varias horas para que comenzaran a tocar.

Virna se quedó apoyada en una de las vallas de metal que rodeaban el recinto.

La entrada al concierto la tenía en su teléfono móvil y lo había perdido. No sabía muy bien cómo iba a entrar.

Entonces se acercó al escenario y con sorpresa pudo ver que su compañero de hostal, el hombre tatuado que había conocido aquella misma mañana, se encontraba allí.

Entonces se le ocurrió una idea.

Quizás podría hablar con él y pedirle que la dejarse pasar, seguramente él comprendería lo que le había ocurrido.

Después de unos segundos se acercó al escenario con intención de llamarle:

—¡Eh! ¡Hola!

El hombre levantó la mirada y la vio saludándole con la mano.

—¡Hola! Por favor, ¿puedes acercarte?—. Soy yo, tu compañera de hostal.

—Perdona estoy muy ocupado y estresado. El concierto comienza en una hora y tengo un problema con mi saxofón— contestó el músico.

—¿Qué le pasa a tu instrumento? Soy saxofonista, quizás pueda ayudarte—añadió Virna.

—No suena bien, no tengo tiempo para arreglarlo ahora—contestó mientras fruncía el ceño.

Entonces Virna le sorprendió diciéndole:

—Si quieres puedo ayudarte. Tengo mi saxofón en el hostal, te lo podría dejar.

La cara de Antonio se iluminó de repente.

—¿De verdad?

—Sí, claro.

—Pero el hostal está lejos, no sé si me va a dar tiempo a traértelo antes de que empiece tu concierto, tengo que ir a recogerlo.

—No te preocupes. Podemos ir en mi Vespa, la tengo aquí mismo—contestó él.

Los dos salieron del recinto y se dirigieron a la esquina de la Piazza Trieste e Trento para montarse en la moto.

—Solo tengo un casco. Toma— dijo el músico—. ¡Póntelo! Espero que no nos paren los carabinieri.

Y se montaron rápidamente en el vehículo.

Al salir rodearon la plaza dirigiéndose hacia el hostal por la Vía Monte di Dio.

Antonio conducía velozmente. Otras tres Vespas les seguían. De repente una se les cruzó en el camino.

—¡Agárrate fuerte!—le gritó a Virna.

—¡Cuidado! ¡ Cuidado!

Antonio no pudo frenar a tiempo y se saltó el semáforo en rojo.

—¡Mamma mia! ¡Mamma mia!— gritaba la gente

—¡Antonio! ¡Antonio!

Antonio y Virna chocaron contra una papelera que estaba junto a la acera haciendo que los dos salieran despedidos por el aire.

La sirena de la ambulancia comenzó a escucharse desde lejos.

El mal olor se percibía por toda la calle. La basura de la papelera se había esparcido por toda la carretera…..

—¡Atención!¡ Atención! Por favor, apártense, dejen espacio— gritaron los enfermeros al bajarse de la ambulancia.

Llevaban una camilla en las manos. Las personas que anteriormente se habían agolpado alrededor de Virna y Antonio se apartaron para que pudieran asistirles.

Virna apenas podía moverse. Aún estaba consciente y podía oír todo lo que estaban diciendo a su alrededor.

Antonio sangraba por la frente. Se había dado un golpe muy fuerte en la cabeza.

—Hablemos—le dijo mientras le cogía las manos.

Virna estaba sentada en el sofá junto a su hija de quince años. Tenía el libro ¨Las Mil y una Noches” apoyado en su regazo.

—Andrea quiero leerte un cuento. Es el cuento de la princesa Sherezade y la fascinante manera que tenía de contarle historias a su marido Shariar— le dijo Virna a su hija—. ¿Conoces la historia?

—Creo que sí, mamá. Hace algunos años me la leíste. ¿No es aquella historia que os leía la enfermera a papá y a ti cuando estuvisteis juntos en el hospital?

—Sí, esa es. La enfermera nos la leía noche tras noche. Yo la escuchaba mientras estaba tumbada en la cama recuperándome. Tantas veces me la leyó, que me la aprendí de memoria— añadió Virna entusiasmada—. Tu padre estuvo en coma varios meses.

Apenas nos conocíamos pero después de recuperarme, como me sentía en deuda con él,le visitaba cada día y le leía la historia yo misma. Unos meses después se recuperó y pudo salir del hospital y nos hicimos amigos.

Así comenzó nuestra historia de amor.

La princesa Sherezade justo cuando el califa estaba a punto de quedarse dormido le narraba cuentos interminables y a través del ingenio que poseía al contarlos consiguió enamorar a su esposo. Esto hizo que no la matase y le perdonase la vida. Sherezade consiguió hipnotizar a su marido con el efecto de sus palabras. Yo conseguí a través de su historia despertar a tu padre de su sueño eterno.

Andrea miró a su madre y le dijo: —Es una bonita historia. ¿Puedes leérmela otra vez?

En ese momento Antonio entró en el salón.

—¿Qué estáis haciendo?— preguntó.

—Voy a leerle a nuestra hija la historia de Sherezade.

Entonces Antonio miró a Virna y le sonrió. Después se dirigió a la sala de estar donde solía ensayar, sacó el saxofón de la funda y comenzó a prepararse para su próximo concierto.

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