viernes. 19.04.2024

A los chicos no se les toca

"«No toques. Geles, no toques». Supongo que al llegar a la región del Golfo me comportaba de un modo rígido. Si le sumamos mi dificultad con el inglés, mi conducta debió de resultar de lo más torpe. Pero eso sí, yo no tocaba"

¿Qué es lo que más me costó de la cultura musulmana cuando llegué a el Golfo? No sé si lo que más, pero una cuestión que me resultó complicada fue lo de no tocar. Soy española, me he criado en el Mediterráneo, mi lengua es hija del latín y, además, tengo un carácter de lo más emocional. Tirando, a veces, incluso, a histriónico. Y yo, cuando hablo, toco a la otra persona.

Como leí que eso no era correcto (entre personas de distinto sexo), al llegar allí me encajoné en una serie de reglas e intenté mantener un comportamiento que yo creía adecuado. Quizá me pasé de rosca y me obsesioné un poco con ello durante el primer año. Pero el resto del tiempo aprendí a ser respetuosa y conservar “lo mío”. Acabé integrándolo todo. Creo.

Pues bien, en mi primer empleo allí casi todos mis compañeros eran musulmanes. El jefe, originario de Afganistán, lucía una barba infinita y mis compañeras vestían con hijab. Por cierto, en aquella época también procuré ataviarme con modestia. No me cubría el pelo ni los brazos, pero sí utilizaba ropas anchas, largas y sin ningún tipo de escote. Descubrí también que mis camisas tenían botones que nunca antes había utilizado.

El ambiente con los compañeros resultó familiar desde el principio. Casi todos éramos jóvenes y estábamos allí solos. Varios de nosotros, recién llegados. A la aspereza de los primeros meses me salvó la calidad humana y el cariño de aquellas personas. Con un grupo entablé vínculos muy especiales, pero voy a derivar el tema porque si me recreo en ciertos recuerdos, me acechará la melancolía porque no sé cuando volveré a verlos. Y hoy quería escribir en un tono más desenfadado.

El caso es que allí aterricé. Y a diario pegaba las manos a mi cuerpo cuando hablaba con los chicos. “No toques”. “Geles, no toques”. Supongo que me comportaba de un modo rígido. Si le sumamos mi dificultad con el inglés, mi conducta debió de resultar de lo más torpe. Pero eso sí, yo no tocaba.

A veces alguien tenía una duda con un proyecto, se estudiaba en la pantalla con un compañero y, por accidente, ambas manos iban al ratón a la vez. Entonces no pasaba nada, se decía sorry y se seguía con el tema. Pero se decía sorry.

Otra cuestión: “a los hombres no se les adula”. En Europa, si un compañero de trabajo viste una camisa bonita, se lo digo. Si uno de mis amigos está guapo, lo señalo. Si un chico de mi entorno se corta el pelo y le queda bien, ¿por qué callárselo? Tal y como hago con las chicas. Exactamente lo mismo. Bueno, del todo no. Si están con sus parejas, a veces sí que me callo, para que no se produzcan malentendidos. Pues bien, allí aprendí a callarme siempre. Una mañana en la oficina, durante los primeros meses, mi amigo Luis le dijo a una de nuestras compañeras que llevaba un jersey bonito. Yo le di un codazo a él y por lo visto fui poco discreta porque todas las chicas se rieron. Entonces sacamos el tema, el de tocar y el de los piropos inocentes. Entonces nos explicaron (a mí, porque a Luis no le hacía falta), que si nosotros resaltábamos algo de una persona del otro sexo, nadie se iba a ofender. Que éramos europeos, que nos habíamos criado en otra cultura y que un comentario positivo no iba a molestar a nadie. Ahora bien, si lo hacía uno “de los suyos”, que conocía las maneras y costumbres, a ellas sí le resultaría ofensivo. Pero no por parte de los cándidos europeos, que detrás de esos comentarios no guardan ninguna intención oculta.

Y creo que fue a partir de entonces cuando comencé a relajarme. Durante los años siguientes, incluso, utilicé este aprendizaje a mi favor, haciéndome la tonta, jugando el roll de la ingenua europea que no se da cuenta. Aunque eso se queda en anécdota.

La cuestión es que cuando dejé de encajonarme en todos esos debo-de y no-tengo-que, mi vida se tornó más ligera y fluyó de una manera más natural. Y sí, esta fue una de las cuestiones que más energía me tomaron al principio de vivir allí.

A los chicos no se les toca
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