viernes. 29.03.2024

Contextos que marcan

"Cada vez pesa más la idea de volver y Oman me tiene seducida (¿serán sus montañas?)"
Playa de Omán. (EL CORREO)

Tuve un amigo de un país del Golfo que había estudiado en Gran Bretaña. Un día le pregunté qué es lo que más había echado de menos de su tierra los años que vivió en Europa. No lo dudó ni un segundo. "El desierto" me respondió. Ese mismo desierto que a nosotros nos enamoró, pero cuya lejanía no nos llegaría a doler.

Yo sentí esa misma sensación tras llegar allí, cuando habían transcurrido seis o siete meses y no había salido de mi península ni una sola vez. Noté que necesitaba naturaleza, contacto con el verde, ver árboles, caminar por las montañas. Nunca antes había experimentado algo igual. Era una necesidad parecida a la sed. Por cierto, este es uno de los motivos por los que conviene viajar con frecuencia para mantener un grado de cordura cuando se vive allí. Si sales, te aireas y respiras verde. Así se pueden mantener el equilibrio y la alegría con facilidad.

He vivido muchos años de mi vida en Valencia, pero me crié en el interior. Creo que por esto no he sentido lo que muchos ciudadanos de costa experimentan al estar lejos del mar. Suelen explicar que les falta algo. Que si viven en el interior se sienten asfixiados y que recargan su energía yendo al mar. O estando cerca.

La verdad es que para haberme quejado tanto, no suelo ir de excursión al campo cuando estoy en España. Ni camino por las montañas, ni me interno en lo más profundo de los bosques. Pero cuando me encuentro en mi país, ese estar de fondo produce un efecto silencioso y extraordinario en mi cuerpo. Es algo físico. Yo no he añorado los paisajes desde la emoción, no era una melancolía poética lo que me invadía. Era una sensación física, corporal. Y como los árboles están ahí, flanquean las carreteras y verdean el fondo de los montes; como el verde sale de los parques; como el monte aparece tras los caminos... de alguna manera surte efecto sin yo darme ni cuenta. Y de repente, esa sed de campo se sacia.

De estas cuestiones me he estado acordando recientemente. Un viaje a Andorra y una inmersión guiada por los Pirineos me han traído (por contraste) estos recuerdos. Como decía mi amiga andorrana, allí no hay horizonte y a algunas personas les falta el cielo, sienten que escasea. No es su caso. Ella es de las que echarían de menos las montañas en caso de dejarlas. La cuestión es que el paisaje es de lo más característico. Cuando miras el frente desde la ventana de casa o situado en cualquier calle, se ven casas o edificios. Detrás de estos edificios, las montañas. Y has de girar la cabeza hacia arriba para poder encontrar el cielo. Un cielo azul intenso, limpio... ¡pero muy escondido!

Esos skylines me hicieron recordar -por contraste- a los que nos rodeaban allí. Mi ciudad en Oriente Medio era plana, horizontal. Las edificaciones de casas y compounds se recortaban a lo lejos, con poca altura, en un cielo muy presente. Un cielo de color amarillo casi constantemente. Por la arena, por el polvo y por la contaminación. Menos mal que teníamos el desierto. Razón tenía mi amigo en echarlo de menos.

Y ahora que estoy en España dejo que los paisajes me recarguen. Los naturales y también los urbanos. Cada vez pesa más la idea de volver y Oman me tiene seducida (¿serán sus montañas?). Por si acaso, me empapo bien de esta naturaleza ahora que está cerca. ¿Y tú, qué echarías de menos si salieras? Si vives fuera, ¿qué extrañas más? ¿Tienes un paisaje del que te dolería alejarte?

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