viernes. 29.03.2024

De cuando vendía mármoles

"Ahora que mi vida laboral es estable y que mis finanzas están saneadas, puedo contar historias que no había revelado antes por razones de pudor, o de orgullo, o porque me daba vergüenza airearlas"

Hace dos años que me noto en una situación estable. Al menos, todo lo estable que uno puede sentirse en Qatar. O en cualquier punto del mundo. El caso es que mi vida resulta más o menos ordenada en los últimos tiempos. Tengo un empleo (en el que me pagan cada mes), un visado, coche, casa (ambos de alquiler, pero “míos” son) y un círculo social interesante.

Y ahora que mi vida laboral es estable y que mis finanzas están saneadas, puedo contar historias que no había revelado antes por razones de pudor, o de orgullo, o porque me daba vergüenza airearlas. ¡Qué fácil suele resultar compartir vivencias a toro pasado!

Hace unos días estaba sentada en la oficina de mis compañeros, tratando un tema de materiales con el chico que se ocupa de compras e intentando conseguir ciertos revestimientos en un tiempo récord. Aquí necesito hacer un inciso. Qatar es un país de dos millones de habitantes. Nosotros, como constructores y diseñadores, tenemos que importarlo casi todo. Nosotros, o las empresas a las que subcontratemos. Materiales de revestimientos para suelos, paredes y techos, lámparas, luminarias, muebles, decoración, etcétera, etcétera. A veces tenemos suerte y encontramos lo que necesitamos en alguna empresa local, sin necesidad de importar ni esperar el tiempo que ello conlleva más el de los procesos aduaneros y arancelarios. Para conseguirlo, hay que patear tiendas y almacenes y el chico encargado de hacerlo me invitó amablemente a ser yo quien buscara unos ladrillos muy específicos que necesitábamos con urgencia. Alegó que soy mujer, rubia y occidental. Decía que a mí me harían más caso que a él, que es hombre e indio. Ya sé que esto es racista y sexista. Desgraciadamente, aquí es una realidad. Y me recordó a la época de mi vida en que yo vendía mármoles. Y sí, el hecho de que haya pocas mujeres y que aquí exista una cierta fascinación por los europeos, me abrió muchas puertas.

Todo empezó cuando me despidieron de la empresa en la que trabajaba, un año después de llegar a Qatar. Yo decidí quedarme en el país y buscar otro empleo. No fue fácil, sobre todo porque mi autoestima y la confianza que tenía en mí como profesional se encontraban por los suelos. Hice decenas de entrevistas pero nada parecía cuajar. Todavía tenía deudas en España y, por supuesto, facturas que pagar en Qatar. Vivir en un país del Golfo sin trabajar supone un gasto inmenso. Como se me acababan el tiempo y el dinero, acepté un empleo en una empresa que importaba piezas exclusivas de mármol tallado a mano y materiales de construcción a base de piedras semipreciosas. El trabajo resultó rana y aquel tipo medio me engañó y prometió comisiones que nunca llegaron, pero esa es otra historia, la cuestión es que durante tres meses fui agente comercial. Lo que viene siendo… vendedora.

Hubo dos aspectos que yo destacaría ahora, desde la distancia. El primero, que este empleo me tocó el orgullo. Sí, todos los trabajos son dignos, pero yo me dedicaba a visitar a ingenieros, arquitectos y diseñadores y a enseñarles mis mármoles. Algo en mi interior me entristecía porque yo no estaba al otro lado de la mesa.

Y la segunda cuestión, lo fácil que resultaba que me abrieran las puertas. Que compraran las exclusivas piezas o no ya era otra cuestión. Pero todos me atendían con amabilidad. Y sí, el hecho de ser mujer y de ser occidental me convertía en una sales agent poco común. Resultaba sencillo conseguir visitas en los despachos de interiorismo y en las oficinas de obra. Y no solo con hombres, también las mujeres me recibían con cariño.

Además de las empresas relacionadas con la construcción, también visitaba hoteles, los de cinco estrellas. Concertaba visita con el ingeniero jefe y le enseñaba mis materiales. Cuando llegaba al hotel, me abrían las puertas y me sonreían. Al ver mi maleta, me decían “welcome back, madam”. Y yo me moría por dentro. No era huésped del hotel. Mi maleta contenía muestras de mármoles. Y no estaba allí por capricho… si casi no podía ni pagar el alquiler de mi casa (compartida).

Y sí, aprendí que en Oriente Medio al hecho de ser europeo le vinculan caché. Y sé que no es justo. Y que es un modo de discriminación. Pero existiendo este encasillamiento y encontrándome en un momento difícil, agradecí estar en el lado que por azar me encontraba y no en el otro.

Y cada vez que vuelvo a uno de esos hoteles, esta vez sí como clienta, cada vez que me abren la puerta en recepción y me sonríen con amabilidad, recuerdo a esa joven insegura que llegaba con muestras de mármoles en su bolso y que estaba allí para intentar sobrevivir. Y ahora que me puedo permitir una cena, una cerveza o, incluso, una noche en estos exclusivos hoteles, no se me olvida qué es importante y qué no lo es. Y en esta vida que nos sube y que nos baja casi a su antojo, espero sentirme más segura si vuelvo a “estar abajo”, pues ahora sé qué es lo que cuenta. Y si un día subo arriba, también me mantendré donde debo. Y quizá fuera vender mármoles durante tres meses y tener dificultades para llegar a final de mes lo que me hizo aprender esta lección para siempre.

De cuando vendía mármoles
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