viernes. 29.03.2024

Saco de la nevera ciento veinte gramos de mantequilla, y cómo está dura como un cuerno, como es natural, pues la meto en el microwaves a temperatura moderada para dejarla a punto de pomada. En un cuenco grande pongo 200 gramos de azúcar y le añado la mantequilla a punto de pomada, cojo las varillas de metal y a batir hasta que se blanquee la mezcla, quiere decirse hasta que cambia de color y la mantequilla, como por arte de birlibirloque, pero en realidad por arte del musculámen que tiene aquí el tío y a fuerza de batir, se queda más blanquita.

Pues esto es lo más complicado, por lo del esfuerzo físico e intelectual que requiere, lo que viene ahora seguido es más fácil y además rapidito.

Se añaden 200 gramos de nata líquida, 3 huevos con su yema y todo, más un cuarto de kilo de harina de repostería y un sobrecito de levadura Royal, que es la que yo uso, o la que usen vuesas mercedes, como es natural. A batir, pero antes poned 200 gramos de chocolate fondant en el microondas con un poquito de agua, pues si no se endurece enseguida y no hay quién trabaje con él, o si os es más cómodo, pues se pone en un cacito a derretir el chocolate y ya está. El caso es que vamos trabajando con las varillas o con una pala de madera todo lo que tenemos en el cuenco, la mantequilla con el azúcar ya blanqueada, la harina con la levadura, los huevos y la nata. Cuando está todo bien mezclado y homogéneo, añadimos el chocolate ya derretido, se bate para integrar el chocolate, como es natural, y se acabó.

Tomamos moldes de papel de aluminio, del tamaño del que se observa en la fotografía superior (perdón, ya sé que debería haber barrido el banquito, pero es que no me he dado cuenta; me he dado cuenta cuando he visto la foto. Por cierto, ahora cuando termine os cuento lo de la escalera). Llenamos los moldes de aluminio hasta la mitad más o menos, porque los muffins suben al hornearlos. Ponemos unas nueces por encima, levemente hundidas en la masa, y todos al horno, a 180º y creo que unos veinte minutos más o menos, pero vosotros pinchad con una aguja y esperad a que ésta salga limpia como una patena, sin grasa alguna adherida a ella, y entonces es que ya están. Se sacan del horno, porque comerlos dentro del horno es bastante incómodo, y se espera a que se enfríen estas deliciosas madalenas que los ingleses llaman muffins y nosotros máfin o madalenas de chocolate con nueces.

Lo de la escalera: Estaba yo loco buscando una escalera que se me había perdido. Venga a dar vueltas por la azotea, por el cuartillo lavadero, por el piso de arriba, por el piso de abajo, por la leche que le dieron a la escalera incluso. Y nada. Total, que me tuve que subir a una silla para cambiar una bombilla, que era para lo que servidor quería la escalera, no para acostarme con ella, que todavía sigo siendo bastante normalito en cuanto a gustos y referencias sexuales. Pues bien, ya había dado por perdida la escalera cuando a los tres o cuatro días, vienen a casa a comer el Michael Lemon, el Juanjo y don José Martín, como ya creo que os he contado por aquí en algún sitio... Ah, sí, hombre, en la entrada de las perdices con alubias, que fue lo que comimos ese día. Bueno, pues cuando terminamos de comer el Juanjo se levanta y nos hace una foto con el móvil a los tres. Hace la foto y nos la enseña, como se suele hacer en estos tiempos tan tecnológicamente aburridos, sin tiempo ni espacio para la sorpresa ni para la ilusión. Michael Lemon, o Miguelinho Lemào, como lo prefieran ustedes, oberva la foto; a continuación la admira don José Martín, y ambos dos comentan lo que se comenta en estos casos: "je, je, que buena, mu güena, sí señor"... Y me la pasan. Cojo el móvil y cuando veo la instantánea, como el nesquik, mira por donde, pego un respingo: "¡¡Coño, LA ESCALERA!!" Allí estaba la hija de la gran puta, en la fotografía, detrás de mí y más concretamente entre don José y servidor, a nuestras espaldas, apoyada contra el seto que ya no está porque lo he quitado. Así que encontré la escalera por fin, disimulada como estaba entre el macetón de un ficus y una costilla de Adán que como siga creciendo el vecino de al lado va a tener que mudarse al Huerto Paco. Cualquier día de estos la tendré que cortar, al menos la parte que sube hasta el techo del garaje del vecino, no vaya a ser que le hunda el techo y le tenga que comprar un coche nuevo. De momento he dejado la escalera allí, así me acuerdo que tengo que coger la radial y meterle mano al tronco que trepa por la pared hasta encalomarse al susodicho techo. Una peoná, qué quieren que les diga. Eso es lo que me queda, que ya escalera, lo que es escalera, vuelvo a tener. Je.

http://bernardoromeroensucocina.blogspot.ae/2009/10/merienda-con-diamantes.html

Muffins de chocolate y nueces