viernes. 29.03.2024

Lo habitual, lógico y muy recomendable es ir al desierto en invierno, final de otoño o comienzo de primavera. En esas épocas el tiempo que reina es amable y por la noche incluso se puede disfrutar, tal como hacen los locales, del calor de un fuego mientras que, sentados en esterillas sobre la arena, se degusta un exquisito té. Son momentos en los que las dunas desprenden amistad y en los que, envueltos en finas chaquetas, el estrellado cielo se ve más próximo y todo invita a la meditación.

El punto negativo es que en determinadas fechas -fines de semana, Día Nacional de Emiratos Árabes, puentes…- los lugares de mayor interés se encuentran literalmente abarrotados. Hasta el punto de que en ocasiones se producen interminables atascos y resulta una misión imposible encontrar un hueco para estacionar el vehículo.

Eso es lo que todos sabemos o al menos todos los que tienen interés en descubrir este país. Pero, ¿ha estado alguna vez tentado de conocer el desierto con toda su crudeza? Me refiero al desierto que estamos acostumbrados a ver en documentales y películas, un espacio sobre el que es imposible caminar, abrasador, inhóspito, solitario, infinito. El desierto bajo cincuenta y tantos grados centígrados. Ese desierto hay que visitarlo ahora, en pleno verano. La experiencia, si nos gusta la naturaleza pura y dura, merece la pena.  

Ayer comentaba la posibilidad de hacer una ruta al oasis de Liwa, donde hasta el 29 de julio tiene lugar el Festival del Dátil. En el caso de que decida llevarla a cabo, es una excelente oportunidad para adentrarse en el desierto que describo.

Basta con poner rumbo a la zona de Tal Moreb (ver ruta), también denominada Duna Moreeb. Son 30 kilómetros a través de una carretera asfaltada y en buen estado por pleno desierto. La vía sube y baja dunas en todo su trayecto, por lo que hay bastantes curvas. Ese recorrido es la gran experiencia más que el destino final, demasiado enfocado al turismo masivo y con instalaciones que estropean el paisaje.

Ahora en este tiempo de 50 grados es extraño encontrarse con alguien en el camino. La soledad es total, por lo que resulta posible realizar varios altos para tomar espectaculares imágenes. Eso sí, hay que extremar la precaución porque la arena cubre en muchos lugares parte de la carretera. También hay que tener en cuenta que, por si acaso, es aconsejable llenar el depósito y viajar en un vehículo con un buen aire acondicionado. Y agua que no falte.

Al bajarse del coche notará un viento ardiente, que quema, y ni se le ocurra pisar la arena si no lleva el calzado adecuado. Es decir, nada de chanclas o sandalias. No hay que estar fuera del coche demasiado tiempo, sólo el necesario para ver el inmenso horizonte, hacer las fotos de rigor e imaginar cómo sería recorrer algunos kilómetros por semejante paraje o permanecer un día en ese horno. Después, rápidamente es obligado regresar al fresco del interior del vehículo y reposar unos instantes antes de volver a tomar el volante. Aquí queda la misión cumplida.

No obstante, es recomendable al cien por cien continuar hasta Tal Moreb, la duna más alta de Emiratos Árabes Unidos y una de las mayores del mundo. Se encuentra en el desierto de Rub' al Khali, tiene 300 metros de altura y ofrece una visión verdaderamente impresionante. De hecho, es uno de los lugares más singulares del planeta. Lo malo es que en invierno cientos -por no decir miles- de todoterrenos circulan sin descanso por sus arenas llevando a cabo acrobacias. En julio, en cambio, no hay un alma.

En Tal Mareb hay que dar media vuelta y regresar por el mismo camino hacia Liwa. De continuar hacia adelante en escasos kilómetros se estaría en Arabia Saudita. Pero esa será otra ruta a la que me referiré en próximas entregas. 

¿Te atreves a conocer el verdadero desierto de Emiratos Árabes?
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