miércoles. 24.04.2024

Tengo una amiga jordana a la que no le gusta Petra. Bueno, Petra, como casi todos los lugares que atraen a la gente por su belleza o su historia, está llena de turistas, pero hay que hacer un profundo ejercicio mental para apartar a las hordas de gente que nos rodea y quedarnos con la esencia. En cualquier caso, merece la pena ir. Es un lugar maravilloso, de esos que te dejan huella y que nos predisponen a  imaginar sin hacer mucho esfuerzo. 

Veníamos de Egipto, por lo que después de una travesía en barco de casi tres horas y media, llegamos al puerto de Aqaba para enfilar una carretera que en menos de dos horas nos llevó hasta la aldea de Wadi Musa, lo más cercano a Petra. Al día siguiente caminamos desde nuestro hotel a la entrada de la ciudad de Petra, al sur de Jordania, que se hace a través del Siq, una enorme grieta vertical entre dos enormes masas rocosas que dependiendo de la hora del día, adquiere diferentes colores a cual más bello. 

Al avanzar vamos encontrando restos de antiguas canalizaciones para recoger el agua que los Nabateos, los antiguos habitantes de estas tierras, construyeron de manera inteligente en una tierra en la que el agua, es un tesoro. Y eso es lo primero que encuentras al llegar: el Tesoro, un reducto funerario con un pórtico bellísimo excavado en la montaña coronado por un friso triangular en el que hay un cofre, supongo que el del tesoro... 

Pero Petra es enorme, grandiosa, llena de restos arquitectónicos de una belleza exquisita, que nos transporta a su pasado más espléndido descubriéndonos una ciudad próspera y rica debido al comercio de las caravanas en la que confluían hasta siete de las rutas más importantes del momento. 

Si lo mejor conservado son los templos y los edificios funerarios, no faltaron sus palacios, teatros y mercados en una ciudad bulliciosa y abierta. Caminar entre aquella belleza admirando todo lo que nos rodeaba, fue maravilloso, pero aún no sabíamos que aún quedaba lo mejor. Y llegó de forma extenuante al ascender una montaña con miles de escalones excavados en la roca con un calor sofocante sin ver el final, hasta que por fin llegamos a la cima y descubrimos otra maravilla llamada el Monasterio (en la imagen superior). ¿Cómo se las arreglaba aquella gente para llegar hasta allí, transportando los útiles necesarios para construir en la cima del mundo? Pero aquella maravilla hecha por la mano del hombre no fue lo mejor, os lo aseguro.

Tras un último esfuerzo llegamos a la cima de la montaña y contemplamos uno de los paisajes más bellos que he visto en mi vida: la inmensidad. Tuve la impresión de estar flotando sobre aquella masa de montañas en las que mi vista se perdía en un horizonte infinito y con el único ruido del silencio…

En la lejanía se podía ver un pico más elevado que el resto coronado por un templete, que al parecer es un lugar sagrado para los judíos, el lugar donde se encuentra enterrado el hermano de Moisés, Aarón. No sé si es verdad o leyenda, pero lo que vieron mis ojos no lo olvidaré jamás. El regreso fue de alto riesgo luchando por no resbalar y caer debido a la arena que cubría los escalones, eso también lo recuerdo. Dicen que aún falta por excavar el ochenta por ciento de Petra, así que no puedo ni imaginar lo que encierran esas montañas. 

La ciudad nos despidió de una manera original cambiando la tonalidad del color de sus edificios hacia colores más delicados y elegantes. Enfilamos el Siq de regreso en silencio, reteniendo en la memoria todo lo que habíamos tenido la oportunidad de ver entonando un triste adiós. 

Pero la vuelta desde Petra no pudo ser mejor, pues atravesar el desierto del Wadi Rum superó con creces mis expectativas. ¡Qué maravillosa es la naturaleza en un desierto de arena rojiza, con montañas peladas desbordada de formas imposibles y colores inimitables! Esta tierra de beduinos en la que aún viven unos 5.000 de manera semi nómada es, además de espectacular por su belleza, uno de esos paisajes que conforme lo vas atravesando te hacen sentirte profundamente feliz por la oportunidad de poder contemplarlo, y a la vez triste por la desaparición inmediata del instante. 

Se dice que el Wadi Rum fue el lugar escogido por el príncipe Faisal Bin Hussein y T.E. Lawrence, el eterno Lawrence de Arabia que todos hemos visto en la película, como base durante la Revolución Árabe contra los otomanos durante la Primera Guerra Mundial. Yo, en cualquier caso me quedo con la leyenda. Es cuando pasa el tiempo y el cerebro nos regala los recuerdos, cuando pienso en lo afortunada que soy.

Hasta pronto.

Magnífica Petra y el Wadi Run