viernes. 19.04.2024

En el amanecer de mi niñez me emocioné con la lectura de 'Las mil y una noches', 'Alf layla wa-layla'. Los relatos de Sherezade dejaron en mi alma una sensación de aventura, amor, pasión, aromas, lujo y riquezas, emociones que saldrían de la caja de mis recuerdos cada vez que escucho emocionado el tema musical del mismo nombre compuesto por Nicolai Rimsky Korsakov. Cubiertos por el polvo que dejan 15 lustros de peregrinaje, esos recuerdos, que cincelaron la imagen de un lejano y misterioso país, parecían destinados a fenecer en el baúl de la memoria. Quedaron sepultadas las alfombras mágicas, las lámparas fantásticas que guardan genios poderosos, las cuevas de tesoros protegidas por palabras mágicas.

Un inmerecido premio en el ocaso de la vida, me permitió volver a sentir la emoción de aquellas fantasías, y no pude dejar de agradecer el haber conservado dormidos aquellos susurros.

Una noche, y no podría decir si fue entonces, o ahora, me emocioné al oír de boca de un príncipe, sentados al frente de exquisitos manjares, de dátiles maduros y aguas perfumadas con jazmines, rodeados de vajillas doradas y de solícitos sirvientes, sobre una alberca de agua cristalina e impregnados de exóticas fragancias, el relato de un hombre  que esperaba en el desierto, día tras día, la llegada de los halcones. El hombre confiaba que el frío de las estepas rusas despidiese una manada de las preciadas aves hacia la calidez de sus dunas. Después de paciente espera, a la sombra de un arbusto, observó una estampida de palomas, el mejor indicio de la presencia de las temibles aves de presa. A una mansa paloma le ató una trampa con pesos de plomo y la colocó donde los halcones pudiesen alcanzarla. Un macho blanco y grande no tardó en enredar sus afiladas garras a la pesada redecilla, para después volar con dificultad tratando de levantar su lastre a refugiarse en un matorral, donde el cazador lo capturó, cansado pero sin heridas.

Oí sobre el lento proceso de domesticarlo y entrenarlo. Le tapó la cabeza con una máscara y lo ató a una estaca. Durante días y noches le sobó las plumas repitiéndole constantemente la mágica palabra Alláh, Alláh, Alláh. Cuando quiso alimentarlo, el orgulloso animal rechazó la oferta prefiriendo la muerte al cautiverio, por lo que fue necesario embutirle la comida los primeros días. Con paciencia, colocándolo sobre su brazo izquierdo protegido con un pesado guante de cuero y atado a una larga cuerda, repitiendo  órdenes durante meses le enseñó a cazar aves y regresar a su brazo con la presa, o a mantenerla cautiva hasta la llegada del amo. Su esperanza era que este año lograse entrenar un halcón cazador para venderlo a un gran señor por una buena cantidad de monedas, quien habría de cuidarlo y emplearlo con orgullo en el exclusivo deporte de la cetrería.

"Una noche me emocioné al oír de boca de un príncipe, sentados al frente de exquisitos manjares, de dátiles maduros y aguas perfumadas con jazmines, rodeados de vajillas doradas y de solícitos sirvientes, el relato de un hombre  que esperaba en el desierto, día tras día, la llegada de los halcones"

Rodeado de exóticas frutas, embriagantes aromas y bebidas sin fin, creí oír que en medio del desierto existen príncipes que capturan feroces guepardos en África, para mantenerlos libres en el jardín de su palacio, amansándolos con voces tiernas y caricias en su moteada piel, hasta que respondan a su nombre, respeten a su amo y atemoricen a los intrusos. Escuché el relato de un príncipe que amansa indómitos caballos árabes con su voz y sus caricias, para llevarlos a competir en lejanas tierras.

Escuché lecciones del Islam, que confirman las enseñanzas del Profeta, salidas del inhóspito desierto, las que han guiado a su pueblo en la conquista de un inmenso territorio, donde millones de hombres se postran sumisos a orar cinco veces al día, en un gesto de profunda espiritualidad, y las mujeres cubren con velos su belleza para mantener intacta su pureza e intimidad. Supe que siguen las enseñanzas de cinco profetas, Noé, Abraham, Moisés, Jesús y Mohamed. Entendí que el Corán más que un libro sagrado, es su guía espiritual, diaria y obligatoria, la que en 1.431 años de enseñanzas ha formado un pueblo con una disciplina, una moral y una espiritualidad, no lograda por ningún otro credo del planeta.

En mi recorrido por el mágico territorio, pude observar una manada de camellos alrededor de una tienda, esperando pacientes la partida hacia la calidez, la soledad y la lejanía de las arenas. Paladeé la suculenta carne de camello y probé la delicia de la leche de sus hembras. Vi cúpulas blancas, hombres ataviados con elegantes túnicas y protectores chales. En el fondo del cálido Mar Rojo, contemplé los corales y los mansos peces variopintos, que parecían no haber recibido nunca la visita de un turista.

En Abu Dhabi ingresé curioso a la mezquita de 57 cúpulas y en su interior me impregné de un ambiente de espiritualidad inspirado por la Magnificencia de Alláh. Mármoles de todos los colores recogidos en lejanos rincones de la tierra, oro, nácar, lapislázuli, ónix y alabastro decoran pisos, paredes y columnas; más que los preciosos materiales, admiré la destreza y la paciencia de ingenieros, arquitectos, decoradores y artesanos que dejaron plasmada su habilidad y sus creencias en techos, pisos, paredes lámparas y columnas. En sus enormes espacios se expandió mi alma para entender el significado de una fe que ha sido capaz de erigir estos imperecederos monumentos, un regalo invaluable para las presentes y las futuras civilizaciones.

En Dubai visité el hotel más lujoso, la torre más alta, la selva de rascacielos más impresionante, las avenidas más modernas. Observé las inmensas urbanizaciones en forma de palmera y mapamundi en terrenos robados al mar. Me pregunté cómo pudieron unos hombres rodeados sólo de mar y desierto, con una corta historia moderna, con apenas riquezas petroleras, construir esas maravillas, regalo para el siglo XXI y ejemplo para todas las naciones. Evidencié un espíritu empresarial de su pequeña clase dirigente nativa, que domina al 90% de la población, constituida por ciudadanos de más de 150 países.

Al regresar a casa, desperté para comprender que 'Las Mil y una noches' no son solo un sueño.

Arabia, Arabia
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