jueves. 28.03.2024

La Alhambra, uno de los conjuntos monumentales más fascinantes del planeta, llegó a la segunda mitad del siglo XIX en estado agónico. Sus soberbios patios nazaríes y los exuberantes jardines languidecían exhaustos. Los azulejos vidriados, los estucos tallados y las fabulosas yeserías habían sido víctimas del expolio. Por sus prodigiosas fuentes ya no corría el agua fresca. La residencia palatina del reino nazarí que había deslumbrado a los Reyes Católicos en la conquista de Granada desfallecía fragmentada y ocupada por indigentes. Algunos de sus torreones habían sido cedidos al Ejército y se usaban como fortaleza militar, mientras que gran parte de sus fincas fueron desmembradas y estaban a punto de salir a subasta pública. Hasta que el Estado, en una operación histórica, la rescató milagrosamente del abandono en 1870.

Pero volvamos al principio. La Alhambra es un conjunto de palacios nazaríes levantados entre los siglos XIII y XIV como emblema del poder del último reino musulmán de la península ibérica. Cuando los Reyes Católicos conquistaron Granada en 1492, la Alhambra fue incorporada al patrimonio de la Corona como recinto real y símbolo de dominio. Durante siglos se convirtió en una residencia palatina más de la monarquía castellana. Todo cambió tras la Guerra de Sucesión en 1714 y el relevo dinástico de los Austria a los Borbones. “Fue entonces cuando empieza la decadencia de Granada como centro de referencia simbólica”, subraya Jesús Bermúdez, arqueólogo conservador de la Alhambra.

 

El monumento nazarí se hunde en el abandono y la degradación. “Y empieza el siglo más triste de su historia”, según describe el investigador. Entre los siglos XVIII y el XIX, la joya andalusí se desangra lentamente ante el estupor de los intelectuales europeos, que inmortalizan la belleza moribunda de la Alhambra en sus cuadernos de viaje. Nace el ‘alhambrismo’. La visión orientalista y romántica de Granada, Andalucía y España, que son codificadas como el penúltimo reducto de Oriente.

“Muchos espacios del complejo palatino son ocupados por indigentes, que se refugian en el interior. Y se produce un descontrol de sus valores históricos”, detalla Bermúdez. “Hay, por ejemplo, un grabado de 1835 donde se ve a un relamido viajero inglés con mochila y un martillito golpeando la pared de la Alhambra para llevarse un trozo”. El expolio ya es generalizado. De tal forma que muchos museos de Europa, aún hoy, conservan fragmentos de yeserías arrancadas de las paredes del tesoro nazarí. El propio François René de Chateaubriand, diplomático y escritor romántico francés, cuando es preguntado por uno de sus viajes a Oriente confiesa que trae en el bolsillo dos reliquias que guarda como oro en paño: una piedra de la India y un trozo de la corteza de un árbol de la Alhambra.

La Alhambra llega a la segunda mitad del siglo XIX en estado agónico: sus soberbios patios nazaríes y los exuberantes jardines languidecían exhaustos

En 1868 la historia de España, y la del colosal monumento granadino, da un vuelco radical. Un levantamiento militar de corte progresista derroca a la reina Isabel II y abre el conocido como ‘sexenio democrático’. En ese contexto, la Alhambra experimenta un giro copernicano en su modelo de gestión. Es incautada a la Casa Real y pasa a manos del Estado. Y en 1870 es reconocida como Monumento Nacional. Su administración y mantenimiento ya no depende de la monarquía sino que el legado arquitectónico es, por primera vez, sostenido con fondos del erario público y sujeto a un plan sistemático de conservación. “Los bienes ya no pertenecen al rey, sino que forman parte de la identidad nacional”, puntualiza Bermúdez.

 

La Alhambra fue el primer Monumento Nacional de carácter laico. Su declaración representó, en realidad, el principio de un proceso de recuperación del tesoro nazarí. Y no fue un proceso fácil. La Comisión Provincial de Monumentos de Granada, creada 25 años atrás para gestionar el patrimonio histórico desamortizado a la Iglesia, se hace con su custodia y juega un papel clave en toda la operación. Lo primero es rescatar las fincas del complejo palatino que estaban en manos privadas o a punto de ser subastadas. Entre ellas, figuraban la Casa del Cadí, los aljibes y la acequia del rey, dos casas y el huerto de Machuca, la iglesia y convento de San Francisco, y otras parcelas que finalmente pudieron incorporarse al gran conjunto monumental.

La Casa del Partal, por ejemplo, estaba en manos de un ciudadano alemán. Y para su restitución, el Estado se vio obligado a expropiar la finca. El propietario aceptó abandonarla, no sin antes desmontar parte de la techumbre, que hoy está en Berlín. Este caso, como muchos otros, revela el absoluto descontrol en que la monarquía isabelina había dejado la Alhambra, muchas de cuyas propiedades fueron enajenadas por la propia Casa Real. “Se tuvo que ordenar el desalojo de muchas partes, que estaban en manos de particulares”, afirma Bermúdez. Hasta el majestuoso Generalife fue incorporado al conjunto en 1921 después de un largo litigio.

 

Rescatar a la Alhambra de la ruina tampoco fue una operación sencilla. Los restauradores del XIX se tuvieron que enfrentar a la sofisticada tarea de restituir su esplendor sin traicionar su autenticidad. “Fue uno de los primeros monumentos que aplicaron el concepto de restauración empírica”, precisa Jesús Bermúdez. En aquel momento, los criterios restauradores estaban dominados por la doctrina del arquitecto Eugene Viollet-le-Duc. Se creía que los monumentos debían ser rehabilitados conforme a la idea originaria. “Es la reinvención del monumento”, explica el investigador.

Rocío Díaz: "Hoy, 150 años después, tenemos que aplaudir el hecho de que hayamos conseguido que la Alhambra sea una referencia mundial"

Y pone como ejemplo la intervención sobre el célebre Patio de los Leones en la década de los sesenta del siglo XIX, a cargo del arquitecto Rafael Contreras, quien instaló una cubierta de tipo oriental, que le otorgó un aspecto turco o egipcio, impropio del arte andalusí con que se concibió el palacio en el siglo XIII. Décadas después, la cubierta de cerámica fue desmontada por el arquitecto conservador Leopoldo Torres Balbás para devolverle otra acorde al estilo nazarí. De hecho, los primeros restauradores de la Alhambra, en el siglo XIX, se llamaban “arquitectos adornistas” y seguían al pie de la letra el criterio ‘violetiano’ de recreación originaria. La intervención de Contreras en el Palacio de Comares es otro claro ejemplo. La crítica informó entonces que había dejado la decoración de las yeserías como el “traje de luces de un torero”.

Jesús Bermúdez interpreta todas estas etapas restauradoras como parte ya de la identidad histórica del conjunto, que nos revelan su evolución en el tiempo. El propio suelo del Patio de los Leones de hoy no es, en modoalguno, el mismo que pisaban los reyes nazaríes. “Ha tenido distintos suelos. Incluso en algún momento fue un jardín”, señala. En todo caso, la restauración de la Alhambra y su modelo de gestión han recibido innumerables premios internacionales.

 

El monumento está regido en la actualidad por un Patronato público, integrado por la Junta de Andalucía, el Gobierno de España, el Ayuntamiento y la Universidad de Granada. Su presupuesto para 2021 roza los 30 millones de euros y cuenta con más de 350 empleados. Junto con la basílica de la Sagrada Familia de Barcelona, la Alhambra es el monumento más visitado de España. Antes de la pandemia, superó los 2,7 millones de turistas anuales.

“El año 1870 fue un momento de inflexión en la forma de entender el monumento”, asegura a EL CORREO DEL GOLFO su directora general, Rocío Díaz. “Y hoy, 150 años después, tenemos que aplaudir el hecho de que hayamos conseguido que sea una referencia mundial, no solo por ser uno de los legados históricos y patrimoniales más ricos y espectaculares que existen, sino por haberse convertido, además, en un ejemplo de gestión patrimonial”.

La responsable del Patronato destaca las “importantes intervenciones” llevadas a cabo en el monumento a lo largo del siglo XX impulsadas por Leopoldo Torres Balbás, considerado el “padre de la restauración moderna”, que continúa su discípulo Francisco Prieto Moreno. Para Rocío Díaz, la estrategia de conservación impulsada en la Alhambra está basada en el “respeto a la autenticidad” y en “compatibilizar su mantenimiento con el uso cultural y turístico” del conjunto monumental.

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