martes. 19.03.2024

Seiscientos años antes de que Leonardo da Vinci ideara sus artilugios para volar, un excéntrico malagueño afincado en el emirato de Córdoba ya se había lanzado a la aventura de la conquista del aire. Ibn Firnás fue poeta, alquimista, músico y astrónomo. Pero la historia lo recordará como el primer hombre que emuló a los pájaros. Precursor de la aeronáutica, inventó una rudimentaria ala delta y logró sostenerse en el aire en lo que algunos cronistas catalogan como el primer vuelo de la humanidad. Sus experimentos aeronáuticos, alguno de los cuales se realizaron desde el minarete de la gran Mezquita de Córdoba, acabaron, sin embargo, en una rocambolesca fractura de las dos piernas.

Ibn Firnás (Ronda 810-Córdoba 887) es reconocido hoy con un estilizado puente sobre el río Guadalquivir que lleva su nombre y se ha alzado como uno de los iconos de lo que muchos expertos califican como el primer Renacimiento europeo. Lo cierto es que Al Andalus se convirtió entre los siglos X y XIII en un sorprendente foco de desarrollo científico sin parangón en la Europa de la alta Edad Media. El estrambótico inventor de Ronda fue quizás el más efectista de su época, pero no, desde luego, el más sólido ni el más influyente de los científicos andalusíes.

El reputado arabista Julio Samsó, experto en astronomía medieval, rebaja varios peldaños la importancia de Ibn Firnás en el contexto de la revolución científica de Al Andalus. “Era, sobre todo, un exhibicionista”, zanja Samsó, uno de los máximos especialistas en ciencia andalusí. Los verdaderos artífices de aquella explosión del conocimiento se esconden detrás de nombres poco conocidos pero no menos determinantes para el desarrollo de la sabiduría medieval.

Seiscientos años antes de que Leonardo da Vinci ideara sus artilugios para volar, un excéntrico malagueño afincado en el emirato de Córdoba ya se había lanzado a la aventura de la conquista del aire

El primero que sale de los labios del arabista catalán es el de Az Zarqali, conocido por su forma latinizada de Azarquiel. Nacido en Toledo en el año 1029, el gran astrónomo “renovó por completo todas las teorías del movimiento del sol”, que se convirtieron en un referente inexcusable entre el siglo XI y el XIV no solo en Al Andalus sino también en todo el Magreb. Azarquiel desarrolló instrumentos de precisión y fue un consumado fabricante de astrolabios para determinar la situación de las estrellas.

La astronomía fue una de las tres grandes ramas de la ciencia, junto con la medicina y la agronomía, que mejores avances y más innovadores experimentó en Al Andalus, según opinión de Julio Samsó, autor de algunos de los títulos imprescindibles para comprender el esplendor científico de la España musulmana. La astrología encontró un ecosistema sociopolítico muy favorable tras la descomposición del Califato de Córdoba y su disolución en reinos de Taifas.

Muchos de los nuevos reyes captaron los servicios de los astrónomos para recabar sus estudios predictivos. Los vaticinios sobre el futuro se convirtieron en un arma política de primer orden y solo los astrónomos disponían de conocimientos suficientes para leer los enigmas del universo. Cuando le hacían predicciones al monarca que no se cumplían, se excusaban en que las tablas astronómicas que usaban habían perdido vigencia y necesitaban nuevas labores de observación para reajustarlas. De esta forma podían continuar investigando los misterios del universo bajo patrocinio real. Huelga decir que en aquel tiempo la frontera entre astronomía y astrología era todavía una línea imperceptible.

Los vaticinios sobre el futuro se convirtieron en un arma política de primer orden y solo los astrónomos disponían de conocimientos suficientes para leer los enigmas del universo 

La medicina fue otra de las disciplinas científicas que encontraron en el periodo andalusí terreno abonado. Samsó destaca por encima de todos los galenos medievales la figura de Abú al Qasim o Abulcasis, en su denominación castellanizada. Nacido en el año 936 en la Córdoba del cénit califal, ha sido considerado como el padre de la cirugía moderna y su enorme valor científico se proyectó a lo largo de toda la Edad Media. Su obra fundamental, ‘Al Tasrif’, se extendió en nada menos que treinta volúmenes donde abordaba cuestiones de medicina práctica.

Utilizó, por primera vez, el fórceps, identificó la causa de la parálisis, describió la naturaleza hereditaria de la hemofilia, diseñó instrumentaje médico para practicar cesáreas y cataratas, y abrió camino en la cura por cauterización. Su influencia en Europa fue decisiva. Durante más de cinco siglos marcó las directrices básicas de la cirugía práctica, de tal forma que fue el médico especializado más citado en todo el medievo.

Averroes (Córdoba, 1126) alcanzó una relevancia incomparable en el ámbito de la filosofía occidental. Astrónomo y jurista, combinó su profundo conocimiento en filosofía y medicina teórica sobre los tratados aristotélicos. Es en ese territorio  donde cimentó sus aportaciones más trascendentales. Introdujo en Europa el pensamiento racionalista griego y fue precursor del método deductivo, que anticipó, en cierta medida, la modernidad intelectual. Julio Samsó lo coloca en un lugar particularmente destacado. También al médico sevillano Ibn Zuhr, que promovió, entre otros muchos avances, los métodos de disección en la práctica de necropsias.

La nómina de científicos andalusíes es abrumadora. Ahora bien: la cuestión es dilucidar por qué precisamente en Al Andalus. Para el especialista catalán, la razón es bien sencilla. El mundo islámico medieval experimentó un “desarrollo científico espectacular” basado en la confluencia del conocimiento indopersa y el colosal legado cultural helenístico. La España islámica es un pequeño trozo de todo aquel inmenso fenómeno con epicentro en Oriente Medio. “Al Andalus fue la puerta de entrada del pensamiento científico en Europa”, puntualiza Samsó. Ahí radica su importancia. Hasta la caída del Califato de Córdoba, el “proceso de transmisión” desde Oriente hacia Occidente funcionó a la perfección. Ese flujo de conocimiento  se cortocircuitó con la desintegración en reinos de Taifas y, desde el siglo XI, la producción científica andalusí pierde conexión con Oriente pero gana originalidad.

Hasta la caída del Califato de Córdoba, el “proceso de transmisión” desde Oriente hacia Occidente funcionó a la perfección

Samsó también participa de la idea de que Al Andalus adelantó y fertilizó el Renacimiento europeo algunos siglos. Y así se constató a partir del XIII con el incipiente florecimiento del pensamiento científico en el viejo continente. “Se ve claramente con el desarrollo del astrolabio, que es un instrumento que se diseñó básicamente en el mundo arabo-islámico”, argumenta.

La tercera de las disciplinas del saber con más arraigo en Al Andalus fue la agronomía. Las técnicas de cultivo experimentaron un auge notable, particularmente en la generación de nuevos abonos y en el impulso decisivo de los sistemas de regadío, algunas de cuyas innovadoras aportaciones tecnológicas aún perviven en el litoral levantino.

El pensamiento científico germinó con fuerza en el universo islámico, aunque en algunas etapas chocó con las posiciones de los ulemas fundamentalistas. “Eso pasa en todas las religiones monoteístas”, aduce Samsó. “Piense en lo que pasó con Galileo en el catolicismo. O con los almorávides y almohades y su concepción más conservadora de la religión”. Hasta el siglo XVI, el espacio islámico fecundó el saber científico con una fuerza inusitada. En Al Andalus, su luz se apagó tres siglos antes. Pero sus destellos aún iluminan nuestros días.

La eclosión científica de Al Andalus proyecta sus destellos 6 siglos después
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