jueves. 28.03.2024

El flamenco contiene en su interior cientos de palabras y expresiones de procedencia árabe andalusí que han sobrevivido encriptadas durante siglos. Esa es la tesis central que levanta el profesor Antonio Manuel Rodríguez en su libro 'Arqueología de lo jondo', a punto ya de alcanzar su cuarta edición. En su sugerente trabajo, descodifica infinidad de vocablos y giros expresivos que revelan la decisiva aportación morisca en la conformación de una cultura oral fermentada en los márgenes sociales con ingredientes gitanos y también negros.

El mismo término flamenco esconde, a su juicio, la fusión de dos palabras árabes: 'falah', que significa campesino, y 'mencub', en alusión a los desahuciados o desposeídos. Justamente ese es el vértice de su hipótesis. Tras la conquista cristiana, argumenta Antonio Manuel Rodríguez, a los moriscos se les prohibió hablar su lengua, vestir sus ropajes, alimentarse de su comida tradicional y rezar a su dios. Se vieron obligados, por tanto, a camuflar su identidad en la vida diaria, también en sus expresiones culturales. “En la garganta y en el alma están los yacimientos más difíciles de expoliar. Por eso la palabra flamenco es la más flamenca y más morisca de todas”, explica.

En cierta medida, Arqueología de lo jondo es la continuación de 'La huella morisca', publicada en 2010, donde el autor ya desveló las innumerables señales invisibles que los musulmanes hispanos han dejado en la sociedad andaluza como mecanismos de resistencia frente a una suerte de memoricidio cultural. “El diccionario atribuye al flamenco origen holandés. ¿Por qué? Porque entiende que toda la huella andalusí desapareció. Y asume el relato nacionalcatólico en virtud del cual con la conquista cristiana no solo queda un solar repoblado después por hispanos del norte, sino que se produce un fenómeno de amnesia colectiva de forma que se borran todas las expresiones culturales. Y eso no tiene sentido”, agrega.

“En la garganta y en el alma están los yacimientos más difíciles de expoliar. Por eso la palabra flamenco es la más flamenca y más morisca de todas”

La huella morisca en el flamenco es abundante. Empieza por dos interjecciones fundamentales del cante jondo: “Ay” y “ole”. La primera evoca el dolor y demuestra, en opinión del profesor Rodríguez, que el flamenco encierra un trauma: el producido por la renuncia a ser lo que uno es. Y la segunda alude al nombre árabe de dios: 'Allah'. Y evidencia que detrás de muchas expresiones encriptadas pervive el rastro de lo sagrado.

Es el caso de la soleá, un palo básico del flamenco. Según aduce Antonio Manuel Rodríguez, su origen etimológico es 'salat' (rezo, en árabe) y su semejanza con la llamada a la oración islámica es “descomunal”. Tanto es así que en las presentaciones de su libro, que acompaña habitualmente con cantaores y guitarristas flamencos, suele superponer una soleá con la invocación del almuédano para demostrar el sorprendente parecido armónico. Algo similar ocurre con otro palo flamenco: el martinete, cuyo germen etimológico también proviene del árabe: 'marratain', que significa literalmente “dos veces”. Y alude, indica Antonio Manuel, a la segunda llamada a la oración.

Cubierta del libro 'Arqueología de lo jondo', de Antonio Manuel Rodríguez.

La liturgia islámica, conforme a la tesis del autor, dormita enmascarada en buena parte de la cultura oral flamenca como un sorprendente acto de resiliencia morisca tras la caída paulatina de los territorios de Al Andalus ante el avance cristiano desde el norte de la península. La siguiriya, en cambio, tiene concomitancias sufíes y proviene del vocablo 'sukar' (azúcar, en árabe) porque refleja el “estado de embriaguez” que se alcanza cantando esta suerte suprema y extremadamente sobria del flamenco.

La morisca es una de las vetas que atraviesan, junto con la gitana y la negra, este universo intercultural forjado a través de los siglos como un palimpsesto. “Dentro de la comunidad gitana se refugiaron los moriscos, que eran un grupo expulsado y perseguido por la Inquisición”, señala Antonio Manuel Rodríguez. “Y el pueblo gitano bebe de todas las culturas. Gitaniza la soleá y la asume como una expresión propia. En realidad, se produce una ósmosis”. La comunidad gitana ingresó en España en el siglo XV y ha sido objeto de una implacable y secular persecución, sobre todo después del ascenso de los Reyes Católicos y su política de homogeneización religiosa, étnica y cultural.

En las presentaciones de su libro Antonio Manuel Rodríguez suele superponer una soleá con la invocación del almuédano para demostrar el sorprendente parecido armónico

Los negros esclavos también dejaron su impronta en el flamenco en buena parte de los ritmos y en palabras de inequívoca raíz africana como tango, zorongo, milonga o fandango. “Todo acaba gitanizándose en ese magma de lo marginado. Hay un componente negro, gitano, morisco y hasta castellano. Es una cultura de culturas. La palabra farruca desciende del árabe andalusí y significa “el que distingue la verdad de la mentira”. Y vocablos como jaleo, zambra o zarabanda son de incuestionable origen andalusí”, sostiene.

Muchas de las expresiones de ascendente árabe se han fosilizado en giros que han perdido su significado y resultan hoy inextricables. Es el caso, por ejemplo, de la recurrente frase “una china que yo tenía se fue a Alemania y no volvió”, incluida en muchos tangos flamencos populares. “Aparentemente no tiene ningún sentido”, salvo que se interprete a la luz de la arqueología etimológica árabe. “Una china”, en realidad, querría decir 'ana hazim' (estoy triste) y “Alemania” es la unión de dos palabras: 'Alam' (dolor) y 'omnia' (compromiso). La letra reproduce el lamento de quien no quiere volverse a casar. Otros tangos concluyen con una presunta loa al “calabacín”, cuando lo que verdaderamente esconde es la conjunción de 'qalb' (corazón) y 'hazim' (triste). La exclamación “¡agua!”, muy empleada en las fiestas flamencas, no nombra al líquido elemento, sino que deviene de una alteración fonética de 'aqua', que quiere decir “más fuerte” en árabe.

Antonio Manuel Rodríguez interviene en un acto en Granada. (Mariano Ibáñez)

El flamenco está plagado de rastros árabes y moriscos, sostiene Antonio Manuel Rodríguez, patrono de la Fundación Blas Infante, conocido andalucista y autor de una sugestiva trayectoria literaria y ensayística. La huella andalusí abarca a multitud de esferas de la cultura andaluza. La conocida Sala de la Barca, de la Alhambra de Granada, sería una deformación de la palabra 'baraka' (bendición) y la popular expresión “Córdoba la llana” no aludiría como se cree a su orografía sino que tendría su ascendente en el término árabe 'yanna', que significa paraíso.

 “El problema es que no sabemos árabe y mucho menos el que se hablaba en Al Andalus"

El profesor de Derecho Civil no es el primero en apuntar en esta dirección. Ya antes el propio Blas Infante, padre de la patria andaluza, había esbozado una tesis de esta naturaleza. Y el cantaor Antonio Mairena o el poeta Ricardo Molina defendieron también la influencia andalusí en el flamenco. O la flamencóloga Cristina Cruces. Pero nunca antes se había construido una hipótesis tan iluminadora. “El problema es que no sabemos árabe y mucho menos el que se hablaba en Al Andalus. Federico Corrientes ya demuestra que existen muchas expresiones encriptadas en el lenguaje popular. Hay innumerables palabras refugio que encubren sonidos árabes. Y el flamenco está plagado”, asegura.

'Arqueología de lo jondo' va camino de su cuarta edición. Su autor ha presentado la obra en no menos de 120 localidades de toda Andalucía, pero también en Marruecos, Italia, Madrid, Barcelona, Valladolid o Ibiza. En algunas de ellas ha contado con la colaboración de artistas de la talla de Manolo Sanlúcar, Rocío Márquez, la Argentina, Rafael de Utrera o Samira Qadiri. “Cuando ven las similitudes con la cultura morisca, los flamencos se estremecen. Manolo Sanlúcar dice que la verdad está escrita en el aire. Y yo digo que mi libro no impugna la flamencología, sino que la amplía”.

“La huella morisca en el flamenco es abrumadora”
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