viernes. 29.03.2024

El Centro

"El centro finalmente nos reúne a todos, sin hacer diferencias de clases, estratos o ingresos, en diversos momentos de nuestra historia, sin darnos cuenta somos convocados al único espacio realmente democrático de la ciudad"
Centro de Bogotá, capital de Colombia.

Al centro de Bogotá

El centro, un lugar imaginario en la mitad de los sueños, los temores y los recuerdos que todos albergamos en nuestra mente. Propios y extraños visitamos el centro, pues lo identificamos como el origen, el núcleo de la realidad urbana y social de una ciudad determinada que puede ser extraña o la nuestra, aquella en donde nacimos y hemos coleccionado esas fotografías en las cuales se resume nuestra vida.

El centro finalmente nos reúne a todos, sin hacer diferencias de clases, estratos o ingresos, en diversos momentos de nuestra historia, sin darnos cuenta somos convocados al único espacio realmente democrático de la ciudad (aquí pienso en la ciudad que me vio nacer y a la cual va dedicada esta nota, Bogotá, en la imagen), pero puedo suponer que esta sensación ocurre en buena parte de las ciudades en el mundo. El centro y su gran plaza, hogar de banderas, de reclamos y proclamas.

El centro, ese territorio al cual todos desean ir cuando son turistas y en el cual nadie quiere vivir cuando es residente. En muchas áreas del mundo el centro o el “downtown”, como se conoce en inglés puede ser el sitio de la ciudad vieja, de las primeras construcciones, murallas, castillos, iglesias y palacios o sedes de gobierno, pero también suele ser el corazón de la vida, donde hay restaurantes, cafés, museos, librerías, bibliotecas, cinematecas, mercadillos, anticuarios y tiendas de todo tipo.

Un espacio que no ha sido contaminado por la enfermedad de los centros comerciales, en donde sobreviven con esfuerzo, lugares de bohemia en donde los poetas y jugadores de ajedrez, tomadores de café negro (tinto diríamos en Colombia), se refugiaban en ambientes cargados de cigarrillo y palabras. Aquellos cafetines que las señoras de bien consideraban casi como lupanares y que ahora se esfuerzan en sobrevivir, pues los jóvenes prefieren las tabernas y bares de moda, en donde hay más licor que intelecto.

Un sitio del cual los empleados y burócratas intentamos escapar al final de la jornada, pero gente como la cantante británica Petula Clark decide ir a relajarse en una paradoja urbana, pues en su famosa canción la consideraba el mejor remedio contra la soledad y los problemas, en donde las luces brillan más y se encuentra gente amable dispuesta a escuchar. Para quien no haya escuchado el “downtown” de la señora Clark, recomiendo al amable lector que la busque como colofón a esta nota. (El vídeo se incluye al final del texto)

El centro suele ser el blanco de críticas y quejas. Nada peor que ir al centro, que en ocasiones es sinónimo de caos, suciedad y delincuencia, pero también suele ser el núcleo de la vida política y económica del país, la sede de los poderes públicos en donde se toman las decisiones que cambiarán nuestro devenir, nuestro futuro, o sea que no sólo es un centro físico, sino que también lo es en otros sentidos. Suele ser el espacio detenido en el tiempo, el de las construcciones más antiguas, por lo que siempre guarda detalles que nunca son observados por el espectador que de tanto mirar no observa nada.

El centro, en donde todos giramos, el centro que nos acoge y nos despide, en su movimiento dinámico de fuerzas centrípetas y centrífugas (la Física no solo da premios Nobel, también ayuda a la poesía). El centro al cual todos apuntamos y que nos apunta con su centenaria mirada.

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Dixon Moya es diplomático colombiano de carrera, escritor por vocación, lleva un blog en el periódico colombiano El Espectador con sus apellidos literarios, en el cual escribe de todo un poco. En Twitter a ratos trina como @dixonmedellin.

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