sábado. 20.04.2024

Las Drakensberge, o Montañas del Dragón, forman una región elevada de Sudáfrica que parecen más bien una confederación de jardines del Edén, pues esta cordillera -que sirve de frontera con el reino alpino de Lesotho- contiene varias reservas naturales y parques nacionales (hasta un total de ocho), además de contar con el honor de ser Patrimonio Natural de la UNESCO. No está todo dicho de esta región paradisíaca de Sudáfrica, pues más allá de la belleza relajante de sus paisajes, en las Drakensberge se esconden algunos de los mejores secretos de la Sudáfrica interior.

Se conoce así a esta cordillera de 1.000 metros de longitud por la forma de sus picos y mesetas en el horizonte, que invocan la figura de un dragón durmiendo. El marrón primaveral de sus laderas contrasta con el verde de los extensos valles surcados por infinitos ríos y lagos de los que beben miles de animales. En esta zona de Sudáfrica predominan los latifundios y granjas regentadas en su mayoría por blancos, lo cual sorprende al turista que viene de viaje desde la costa del sur, después de atravesar cientos de kilómetros de poblados y ciudades sin aceras ni semáforos y con población exclusivamente negra.

Sani Pass desde arriba con detalle de todoterreno. (Rafael González García de Cosío)

Underberg es uno de los pueblos principales de esta región verde de Sudáfrica. Su nombre en afrikaans significa 'Bajo la montaña', por lo que sus fundadores no se comieron en excesivo la cabeza a la hora de bautizarla. En Underberg, de 3.000 habitantes, hay una gasolinera, un supermercado de una cadena alemana con monopolio en el país, aparentemente, y tres agencias de viajes que ofrecen el mismo tour: el ascenso del Sani Pass (paso soleado, podría entenderse, aunque mal escrito) que conecta Sudáfrica con el reino celestial de Lesotho. Un ascenso que solo es posible en todoterreno (el gobierno está pavimentando ahora mismo la carretera del puerto de montaña).

El conductor de nuestro 4x4, Rubi, atraviesa la última población antes de entrar en el Parque Natural de Mkhomazi: se llama Himeville y apunta a una 'coffe shop' en la que matiza con seriedad mordaz que ''no es una como las de Amsterdam, aquí solo hay café''.

Cuando entramos en Mkhomazi, su seriedad incorpora tonos más severos al pedirnos que no cortemos ni una sola flor, porque se considera crimen en las zonas protegidas.

La tentación desde luego está ahí, porque este puerto de montaña está plagado de watsonias (en la imagen superior), una bella flor endémica de esta no man's land (8 kilómetros de tierra de nadie). Rubi, que no puede ir a más de 20 kilómetros por hora por esta carretera de piedras gigantescas, nos invita a disfrutar de un 'masaje africano'. La mordacidad ha vuelto.

Por el camino vemos una serpiente y una familia de monos corriendo por el arcén. El guía nos explica que esta ruta, que en todoterreno dura más de dos horas, antes la hacían en burro los lesotenses que venían a comprar víveres, intercambiar mercancías e incluso a parir en Sudáfrica. Llegamos a la cima del Sani Pass y la carretera, de repente magnífica (construida por los nuevos colonizadores chinos, puntualiza Rubi, por su interés en ganarse favores del gobierno de Lesotho), nos lleva en pocos cientos de metros a la puerta de entrada al enclave al que llaman 'tejado de África'. En frente de la oficina de aduanas se encuentra el pub más alto de África y probablemente punto turístico más interesante del reino de Lesotho. Es dos de noviembre, y dentro del pub encontramos a decenas de personas gritando emocionados ante la inminente victoria de Sudáfrica en el Mundial de Rugby.

Mujer de Lesotho porta a su hijo sobre la espalda. (Rafael González García de Cosío)

Seguimos recorriendo el tejado de África y llegamos al típico poblado de los besotho. Aquí una mujer con el sombrero -que aparece también en la bandera del país- nos explica cómo hace el pan (exquisito) en una sartén al fuego, dentro de su choza, así como el origen del sombrero, que servía a los ciudadanos de este país para guardar piedras como munición ante la población zulú que atacaba desde abajo. Era una lucha entre un pueblo que quería alcanzar la cima y otro que defendía su territorio tranquilo, yermo y etéreo. Nada menos que el lomo de un gran dragón.

El dragón que duerme bajo el tejado de África