miércoles. 24.04.2024

Lo reconozco, tengo debilidad por Canarias. Me gusta el acento cadencioso de su gente, su ritmo pausado, su cultura, su gastronomía, su océano poderoso… Sigo y no acabaría, y me robó el corazón una de sus islas: La Palma, declarada Reserva de la Biosfera

Desde Tenerife Norte dimos un saltito (así llaman ellos a ir de una isla a otra) a la Palma, y fue tomar la carretera y darnos cuenta de lo que era aquello: carreteras de curvas imposibles con cortados al vacío, plantaciones de plataneras, volcanes de arena negra, exuberante naturaleza con verdes explosivos y flores de mil tonalidades. 

Nos preparamos para una semana de las buenas… Con una superficie de unos 708 kilómetros cuadrados y una población de más de 83.000 habitantes, la isla se divide en dos zonas climáticas separadas por una cadena volcánica: Cumbre Vieja. Planificamos varias excursiones con senderismo incluido y el primer día partimos a visitar La Caldera de Taburiente, el mayor cráter emergido del mundo con 9 Km de diámetro, 28 de circunferencia y 1.500 metros de profundidad, declarado Parque Nacional en 1954. 

No puedo expresar con palabras lo que sentí durante el trayecto que da acceso a la entrada al parque, aunque un minibús preparado con enormes ruedas 4X4, nos puso alerta. El ascenso fue de Rally, literal. Emprendimos una subida por una carreterilla que pronto dejó el asfalto atrás, completamente llena de curvas, subiendo una pendiente del demonio con cortados a los lados miraras adónde miraras, con un vegetación abrumadora, mientras el minibús, dando unos tremendos acelerones, paradas bruscas y marcha atrás en curvas con el precipicio detrás, continuaba el ascenso entre el silencio acongojante de todos los pasajeros. Adrenalina pura. 

Al bajar, el guía nos dijo que no nos preocupáramos que el conductor era un experto piloto de Rallys de montaña. No comment.

Pero valió la pena y emprendimos los 16 km que teníamos por delante para disfrutar de un espectáculo maravilloso. Nos acompañaban los bellísimos pinos canarios, laureles y brezos en abundancia entre los que la tierra negra sobresalía constantemente recordándonos que estábamos en un volcán, hasta llegar al “reventón”. La palabra lo dice todo. Una bajada en pendiente de 2 km. Superada la prueba, aún teníamos el otro Rally de regreso… 

Después de un día de descanso, aunque las piernas tienen memoria, emprendimos nuestra segunda visita, esta vez a los manantiales Cuervo y Marcos y de nuevo en el minibús−Rally. Durante el recorrido caminamos junto a los canales de agua que en 1900 se construyeron a base pico y pala, para llevar el agua desde los manantiales hasta los cultivos. Esta vez atravesamos numerosas plantaciones de plátanos tan tupidas, que las ramas rozaban el vehículo en un camino tan apretado que nos admiraba una vez más la maestría con la que estos conductores−especialistas, se movían por la isla. 

Nos dieron cascos y linternas y nos adentramos en el corazón de la montaña bajo un arco de naturaleza que lo envolvía todo, y un canal de agua cristalina que nos acompañó todo el camino. Empezaron a aparecer los primeros túneles horadados en la montaña, a veces con muy poca altura y comprendimos la necesidad del casco y de la linterna. Los atravesamos a veces en cuclillas, en una oscuridad absoluta y un silencio tan sólo roto por el arrullo del agua. Algunos dijeron que fue la mejor excursión que han hecho en sus vidas, sólo hay que ir para comprobarlo… 

La última gran excursión, que esperaba impaciente, era la cima de la isla: el Roque de los Muchachos y esta vez no había, afortunadamente, rally−bus.

La carretera nos llevó en lento ascenso hasta los 2.300 m mientras observábamos la belleza de la montaña y atendíamos a las explicaciones del guía. Al llegar y descender nos dimos cuenta del frío que hacía y comenzamos la ruta entre crestas de roca volcánica bien afiladas a un lado, y al otro las laderas cuajadas de pinares de la Caldera de Taburiente.  Magnífico y abrumador. El recorrido sólo tenía 8 km, pero íbamos ascendiendo lentamente y me sentía cansada y me costaba avanzar por la altura, aunque eso no me dejó disfrutar de lo que veía. Al fondo comenzamos a divisar los observatorios telescópicos de diferentes países, con distintas formas y alturas, para estudiar el sol, el cielo y las estrellas y me imaginé que estaba en otro planeta… 

Después de tanta caminata agradecí la vista a Santa Cruz de la Palma, la capital, con un caso histórico bellísimo y muy bien conservado en el que domina la tradicional arquitectura canaria

En la Palma, como no, también se come muy bien. Destaco el conejo en salmorejo, delicioso, las papas con costilla y piña, el escacho palmero con papas, gofio y queso… Y como no, las papas arrugadas con mojo. Nos queda otro saltito para ir a la Gomera, pero esa será otra historia.

Hasta pronto.

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En la imagen superior, el Roque de los Muchachos, el punto más elevado de la isla de La Palma.

La Palma; la isla bonita, pero bonita...