viernes. 29.03.2024

Desde el triunfo de la Revolución Islámica en febrero de 1979, hace ahora 40 años, Irán ha mantenido una política exterior controvertida y sus relaciones con muchos países, tanto occidentales como regionales, han sido conflictivas. El suceso que marcó el inicio de este deterioro de las relaciones internacionales fue el asalto a la Embajada de Estados Unidos en Teherán en noviembre de 1979 y la toma como rehenes de 52 funcionarios estadounidenses. Washington rompió sus lazos diplomáticos con Teherán, una decisión que sigue vigente a día de hoy y que no tiene visos de cambiar a corto plazo debido al auge de la retórica hostil recíproca desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.

Menos de un año después de la toma de la embajada, el régimen iraquí del ya fallecido dictador Sadam Husein invadió Irán, declarando una guerra que se prolongó hasta 1988 sin que ningún bando resultara vencedor. El Gobierno iraní sigue denunciando el silencio de la comunidad internacional ante el ataque de Irak y ante el uso de armas químicas por parte del régimen de Sadam, justificando en parte su desarrollo armamentístico en la necesidad de defenderse en un caso similar.

Según el investigador iraní Ardeshir Pashang, experto en política exterior y Oriente Medio, el ataque de Irak a Irán se enmarcó en "el miedo que sentían los países regionales de verse contagiados por la revolución". Junto al lema "ni Oriente ni Occidente, República Islámica", otro de los pilares de la política exterior iraní era "la exportación de la Revolución Islámica", por lo que era "natural que Irán se viera sometido a la presión de otros países", dijo a a la agencia de noticias EFE Pashang, analista del Centro de Estudios Estratégicos de Oriente Medio de Teherán.

En la región, el principal rival de la potencia chií es Arabia Saudita, ya que mantienen desde 1979 un pulso por la supremacía en Oriente Medio y, desde enero de 2016, las relaciones diplomáticas están cortadas. Otros países como Bahréin y Emiratos Árabes Unidos también acusan a Teherán de injerir en sus asuntos internos. Las monarquías suníes temen que se resquebraje el débil equilibrio con sus poblaciones chiíes debido a la influencia de Irán. El otro gran adversario es Israel. Grandes aliados durante la época del Shah Mohamad Reza Pahlaví, el régimen de los ayatolás rompió lazos con Tel Aviv, que a su vez ha atacado objetivos iraníes en Siria en los últimos años preocupado por la presencia militar de Irán y por su apoyo al grupo chií libanés Hezbulah.

Teherán ha tratado, sobre todo en la última década, de promover sus objetivos de política exterior mediante el respaldo a Hezbolah y al movimiento palestino Hamás, así como a la milicia Multitud Popular en Irak y a los rebeldes hutíes en Yemen. "Actuar mediante grupos político-militares que con su fuerza también intentan influir en el poder político. Este patrón ha aumentado el poder de la influencia de Irán, al menos en estos países", subrayó el analista.

Algunos de los gobiernos iraníes han intentado, no obstante, reducir las tensiones con los países de la región pero, según Pashang, los resultados no han sido positivos debido a que esta política no ha sido constante. También a causa de la existencia de otros órganos de poder al margen del ejecutivo, como los Guardianes de la Revolución, quienes ayer mismo aseveraron que continuarán apoyando al Frente de Resistencia contra Israel.

El presidente reformista Mohamad Jatamí (1997-2005) promovió por ejemplo este acercamiento, tanto con Arabia Saudita como con Israel y Occidente, pero los incipientes avances se vieron truncados con la decisión del entonces presidente estadounidense, George W. Bush, de incluir en 2002 a Irán en el llamado "Eje del mal". A continuación, la política del ultraconservador Mahmud Ahmadineyad (2005-2013), quien cuestionó la veracidad del holocausto e impulsó el programa nuclear de Irán, incluido el enriquecimiento de uranio, empeoró la situación. En 2006, Estados Unidos y el Consejo de Seguridad de la ONU impusieron sanciones a Irán y, un año después, se sumó a esta medida la Unión Europea (UE).

El acuerdo nuclear de 2015 entre Irán y seis grandes potencias, que limita el programa atómico iraní a cambio del levantamiento de las sanciones, supuso un hito en la apertura internacional de Teherán, pero las altas expectativas duraron poco. Trump, que ha calificado a Irán de ser "el principal Estado patrocinador del terrorismo", retiró a EEUU del pacto y volvió a imponer sanciones económicas a Teherán el año pasado. El resto de firmantes (Rusia, China, Francia, el Reino Unido y Alemania) siguen respaldando el acuerdo, aunque los países europeos no ocultan sus reservas respecto a otros aspectos de la política iraní. El Consejo de la UE se mostró el pasado día 4 "seriamente preocupado" por la actividad de misiles balísticos de Irán, por su implicación militar en Siria, donde Teherán apoya al régimen de Bachar al Asad, y por los intentos de atentados contra opositores iraníes en territorio europeo.

En opinión de Pashang, como "muchos de los objetivos de Irán son contrarios a los intereses de Occidente y de algunos países de la región, los costes de la problemática política exterior de Irán han aumentado". Una mala imagen a la que no ayuda que en cada celebración oficial, como este aniversario del triunfo de la Revolución Islámica, el lema más escuchado sea "Muerte a EEUU, muerte a Israel, muerte a el Reino Unido y muerte a Al Saud (la dinastía saudí)".

Las cuatro décadas de política exterior conflictiva de Irán
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