viernes. 29.03.2024

Rafael Nadal galopa hacia la exclusividad, clasificado para la final del Abierto de Australia después de derrotar a Roger Federer en la enésima entrega del clásico del tenis. Es y será siempre el partido más bonito por todo lo que conlleva y colaboran los protagonistas, enfrentados en Melbourne en el capítulo 33 de esta rivalidad que no entiende de colores y de banderas. Y se impuso Nadal, un triunfo por 7-6 (4), 6-3 y 6-3 que vale el doble ya que le lleva directo a la final del primer grande de la temporada. Se medirá al otro suizo, Stanislas Wawrinka.

Se despide el sol de Melbourne y la Rod Laver queda con el techo a medio cerrar por un problema técnico, deseando Federer que escupa el cielo parta jugar a cubierto. Pero aguantan las nubes y se compite de forma natural, todo según lo previsto. El resultado es un partido intenso y vibrante entre dos raquetas que acumulan 30 grandes, respeto máximo camino de la final.

El pulso no da margen al error y Federer tiene clarísima la estrategia. Él, que tiene el mejor repertorio de golpes del circuito, que lo hace todo con esa plasticidad y sin apenas inmutarse, piensa en la estadística y ve que ha caído 22 veces contra su mayor enemigo. Necesita un cambio, un algo diferente, y pasa al ataque desde el primer intercambio. A la desesperada, sólo así podrá revertir la tradición.

Siempre que puede, Federer asoma a la red, educado ahora por un genio en ese arte como lo era Stefan Edberg. Su problema es que Nadal pronto interpreta cómo superarle y le pasa con frecuencia. El suizo no ve claro el desenlace del choque, pero le da para mantenerse después de salvar tres bolas de break y lleva la primera manga al juego decisivo.

Lo gana Nadal por inercia, un depredador siempre que huele a sangre. Al número uno del mundo no le hace falta variar su manual de cómo derrotar al genio de Basilea, se lo sabe de memoria. Castiga su revés con bolas altas y está encantado de que se alargue el debate. En una hora, ya ha tomado la iniciativa y eso supone un tortazo a las ilusiones de Federer, arrebatador en la distancias cortas y poco fiable en tardes de largo recorrido.

No es el clásico más divertido, tampoco el más bonito, pero se juega al límite. Nadal, que necesita que le traten esa maltrecha mano al poco de empezar el segundo set, se siente a gusto en la Rod Laver. Esta vez no sufre tanto con el servicio como en cuartos contra Dimitrov y las sensaciones son buenas. Habla su cara y le funciona la derecha, mientras a Federer le devoran las dudas. Superado una y otra vez, ya no sabe si debe subir o quedarse quieto. Nadal le tiene controlado y más a partir del break en el sexto juego.

Con dos sets a su favor, el zurdo se supo ganador. Era demasiado exigente el reto para Federer, a quien no se le puede negar la fantástica mejoría de estos días en las antípodas. Se le ve más fresco y ágil y ha firmado victorias de nivel, pero no le da para tumbar a un gigante. Ni con su táctica suicida de saque-red, ni con nada. Nadal le tiene amargado.

La grada australiana rugía para despertar a Federer, a quien le sostuvo un arrebato de amor propio en la tercera manga. Empezó fatal, perdiendo su saque en el tercer juego, pero lo recuperó de inmediato, el único break que se apuntó en una batalla desigual. Porque ni siquiera así logró enchufarse, a merced de lo que quería Nadal, penalizado como otras tantas veces y sin remedio aparente.

Ya hay final en Australia y ahí está el balear, tan feliz después de superar todo tipo de adversidades. Ahora está a un paso de igualar los 14 grandes de Pete Sampras y de convertirse en el primer tenista de la era Open que ha ganado al menos dos veces los cuatro Grand Slams. Le desafía Stanislas Wawrinka, descomunal en Melbourne y que no quiere que le hablen de datos. En los 12 enfrentamientos entre ellos, doce victorias de Nadal y sin perder ni un set. El domingo será otra historia.

Nadal a la final del Open de Australia tras derrotar a Federer
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