jueves. 28.03.2024

Un viernes en Fez

"Aunque éramos incapaces de apreciar la profundidad de esos muros, nos sentíamos atraídos por el halo de paz que de estos emanaba y que nos envolvió como la baraka de un mausoleo conectado con otros mundos"

La semana pasada asistí a un coloquio en Fez que pretendía impulsar el diálogo entre esta ciudad magrebí y Granada en torno a su lazo histórico de tiempos nazaríes y meriníes, cuando se abrió la brecha del Occidente Islámico a finales del Medievo. Tras perder los musulmanes la última gran batalla en El Salado, los magrebíes no volvieron a recuperar su poder militar para cruzar el Estrecho y la dinastía andalusí abogó por alejarse de la otra orilla potenciando su vasallaje de Castilla.

En mi presentación planteaba yo un impulso de renovación de un grupo de intelectuales, a la cabeza de los cuales se encontraba el granadino Ibn al-Jatib, que pretendían en este incierto contexto la conciliación entre ambas orillas en clave moderna y sin perder la idiosincrasia cultural. Un planteamiento que siempre produce rechazo en quienes necesitan marcar las fronteras identitarias, y saber dónde termina el yo y comienza el otro. Todo resultaba una metáfora de nuestra actualidad.

El viernes que siguió a la clausura del encuentro, los miembros de la delegación granadina nos adentramos en la medina de Fez para completar el diálogo intelectual con un contacto directo y cotidiano. El día marcaba un ritmo de pausa y de oración, al cual escapaban algunos espíritus más inclinados al trueque. El descanso turístico nos permitió ver aquello que subyace bajo las hordas de consumismo y de superficialidad. Los niños jugaban despreocupados por kilómetros de callejuelas sin tráfico. Podías detenerte en cada construcción para leer su compleja historia contada en pequeños detalles, cuyos habitantes a veces podían relatar. Las puertas, algunas diminutas, otras monumentales, se abrían para conectar su intimidad con un espacio colectivo prácticamente libre de intrusos. Pude ver la dinámica de una sociedad suspendida en el tiempo, la solidaridad de un colectivo jerárquico, la hospitalidad de lo humilde y la serenidad que se alcanza en la agresividad de vivir al límite.

Pensé que era un modo de vida que merecía la pena proteger, con todos los peros que desde fuera se le puedan ver, pues aunque éramos incapaces de apreciar la profundidad de esos muros, nos sentíamos atraídos por el halo de paz que de estos emanaba y que nos envolvió como la baraka de un mausoleo conectado con otros mundos.

Un viernes en Fez
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