martes. 19.03.2024

Aquellas Semanas Santas

"La Semana Santa recuerda la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, sin duda se trata de un periodo especial en la vida de los cristianos, que debería dedicarse no solo al descanso o entretenimiento, sino al cultivo de nuestros valores"

En ocasiones los cristianos nos sorprendemos de los ritos y tradiciones de quienes profesan otras creencias religiosas como los musulmanes, especialmente durante el mes sagrado del Ramadán, cuando los fieles experimentan un periodo dedicado al ayuno, a la penitencia, pero también a la reflexión y porqué no decirlo, al autodescubrimiento personal. Pero no deberíamos sorprendernos tanto, dada nuestra propia celebración de la Semana Santa, al menos como se conmemoraba en el pasado.

La Semana Santa recuerda la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, sin duda se trata de un periodo especial en la vida de los cristianos, que debería dedicarse no solo al descanso o entretenimiento, sino al cultivo de nuestros valores, de aquello que no solo nos haga mejores devotos a nuestra fe, sino ante todo buenos seres humanos y en eso debemos aprender de quienes profesan el islamismo, al promover la caridad, el desprendimiento, la generosidad hacia los demás, especialmente durante el mes sagrado de Ramadán.

Ahora bien, recuerdo aquellas Semanas Santas, de la infancia, cuando todo se vivía con gran solemnidad, pero no solo eran las procesiones, las visitas a los monumentos o las iglesias, las misas obligatorias, era todo el ambiente que revestía nuestros actos. En mi casa de infancia en Bogotá, muy niño, mi querida tía Ana, era quien llevaba la batuta en este tema, ella vestía de negro riguroso, con su mantilla sobre la cabeza, mientras en la radio se escuchaba solo música clásica y en la televisión repetían películas como la mexicana El mártir del Calvario o las producciones bíblicas realizadas en los años cincuenta de Hollywood, en casa especialmente durante jueves y viernes, la actividad prácticamente se paralizaba.

El Viernes Santo, día de la muerte de Jesús, era un día de total reverencia, en el cual ni siquiera se hacía aseo, incluido el personal, pues se consideraba un pecado e incluso los mayores sentenciaban que si alguien barría el piso, podía salirle cola de cerdo o si se bañaba, convertirse en pez. La comida era un pescado seco, muy salado, que permanecía oreado en las tiendas de abarrotes o tal vez sardina o atún enlatados, lo cual me encantaba, pues en casa no solíamos comer pescado. Por aquella época, los mares quedaban muy lejos de Bogotá, mucho más de su distancia geográfica, era la lejanía cultural. Bogotá, una ciudad fría e introvertida ajena a la alegría de las gentes del Océano Pacífico, mucho más del Mar Caribe.

Resultaría absurdo regresar a esos tiempos, cuando todo parecía llevar al pecado y al sacrilegio. Sin embargo, quienes profesamos nuestra fe, en medio de festejos, viajes, descanso y celebración, ojalá pudiéramos sacar un momento para realizar una reflexión tranquila y mesurada de nuestra vida. Pero esto apenas es una opinión, pues esta columna no pretende convertirse en guía de nadie. Quien escribe estas líneas, no tiene autoridad moral para pontificar, apenas para compartir algunas especulaciones.

En todo caso, feliz y provechosa Semana Santa, para todos los amables lectores, especialmente para uno que anda por Cali y si se anima puede presenciar la conmemoración más solemne de Colombia, la que se realiza en Popayán, la ciudad blanca, cuyas casas y calles coloniales son el marco perfecto para una experiencia de fe y tradición.

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Dixon Moya es diplomático colombiano de carrera, escritor por vocación, lleva un blog en el periódico colombiano El Espectador con sus apellidos literarios, en el cual escribe de todo un poco: http://blogs.elespectador.com/lineas-de-arena/ En Twitter a ratos trina como @dixonmedellin

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