miércoles. 24.04.2024

Los ilustres lustradores

"Pedro Joaquín Parra realmente era un funcionario más, pero con ventaja, el único que podía entrar al despacho del Ministro sin necesidad de ser llamado"

A Pedrito, Antonio y demás maestros del betún

“Cuando el muchacho humedeció con media naranja la punta del zapato izquierdo, Natanael sintió la fresca penetración ácida en los dedos y, casi simultáneamente, el sabor de la naranja en el paladar y el hilillo de saliva suelta y delgada que le llenó la boca de una corriente dulce. Fue como si el limpiabotas no le hubiera frotado la naranja en el zapato sino en la lengua. Sonó un golpe en la cajita y hubo un instantáneo y mecánico cambio de pie sobre la plataforma". (Fragmento de 'De cómo Natanael hace una visita', cuento de Gabriel García Márquez).

Lustrar, resaltar, enaltecer, embellecer. Así es un oficio que suele subestimarse, porque se practica hincado frente al usuario, en el cual quien lo ejerce durante unos minutos se empecina en sacar brillo al cuero de los zapatos. Se trata del lustrador de calzado o limpiabotas, que en Colombia se ha llamado tradicionalmente embolador, ya que bola era un sinónimo del betún que se aplica en los zapatos para darles brillo, pues antiguamente la presentación de esta crema era en forma esférica.

Escultura dedicada por la ciudad de Cartagena al lustrabotas.

Quienes trabajamos en el Ministerio de Relaciones Exteriores, en el Palacio de San Carlos y las casas vecinas que se han venido anexando a la sede de la Cancillería, recordamos –y extrañamos- todavía a Pedrito, el señor que todos los días paseaba por oficinas y corredores del Ministerio, ofreciendo sus servicios como lustrabotas. Pedro Joaquín Parra realmente era un funcionario más, pero con ventaja, el único que podía entrar al despacho del Ministro sin necesidad de ser llamado. Por sus manos pasaron los calzados de varios Ministros y Ministras y seguramente muchos secretos de Estado.

Cierta vez le pregunté a Pedrito, si no pensaba algún día contar sus memorias en un libro o en crónicas de prensa. Me dijo que se lo habían propuesto varias veces, pero que él no iba a traicionar por unos pesos la confianza que le habían depositado, él consideraba al Ministerio su casa y la respetaba. Pedrito, quien murió hace varios años, ostentaba una prudencia y un compromiso institucional que ojalá tuviéramos todos los funcionarios.

La verdad es que uno entabla una relación especial con su lustrabotas de cabecera (¿o se dirá de zapatera?) y en ocasiones termina desahogándose sobre situaciones de la vida personal. Quizás sea el efecto que mi amigo Gerardo Cardona, ingeniero y escritor, identifica como un placentero masaje en los pies (derivado del cuento, no muy conocido de García Márquez, que encabeza esta nota), a través de su vestido de cuero.

Antonio Cárdenas Jiménez es quien ejerce este noble oficio en lo que él considera su oficina, que no es otra que el café Juan Valdez del Centro Cultural García Márquez. Se trata de un profesional del lustrado, una persona exigente consigo misma, quien se autodefine como “embellecedor de calzado”, al tiempo que le advierte a su cliente que a él le gusta hacer bien su trabajo y lo realiza durante dieciocho minutos exactos, por lo cual pide que no le exijan menos tiempo. Ante todo, prima la calidad de su trabajo y su prestigio profesional. Antonio Cárdenas se queja que los turistas extranjeros, visitantes del barrio colonial de la Candelaria, en donde se ubica este centro cultural, calcen tenis deportivos o sandalias.

Antonio piensa que si alguien viaja a otro país debe llevar sus zapatos elegantes o al menos relucientes, así como sostiene que un colombiano debe hacerlo para que los agentes de migración no le pongan problemas al ingreso a otro país, pero extrañamente los extranjeros que él ha visto no usan zapatos de cuero y es una lástima, porque podría darles un buen servicio para que se llevaran un grato recuerdo de Colombia.

En Cartagena de Indias, se encuentra una galería de estatuas metálicas frente a la Iglesia de San Pedro Claver, un homenaje del escultor Edgardo Carmona a algunos oficios entrañables, entre otras, la dedicada al lustrador de calzado. Es cuando se recuerda al gran poeta cartagenero Luis Carlos López, quien en un poema dedicado a su ciudad, termina diciendo: “…bien puedes inspirar ese cariño / que uno le tiene a sus zapatos viejos”. Vale decir que Cartagena a su vez le ha devuelto la cortesía, con una de las esculturas más visitadas de la ciudad, realizada por Héctor Lombana Piñeres.

Ese cariño a los zapatos viejos, es lo que quizás nos hace sentir un afecto especial a quienes se empeñan en maquilarlos o embellecerlos, para que se vean nuevos. Gracias a ellos por su incansable esfuerzo.

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Dixon Moya es diplomático colombiano de carrera y escritor por vocación. Lleva un blog en el periódico colombiano El Espectador con sus apellidos literarios, en el cual escribe de todo un poco: http://blogs.elespectador.com/lineas-de-arena/ En Twitter a ratos trina como @dixonmedellin 

Los ilustres lustradores
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