martes. 19.03.2024

El pan nuestro de cada día

"Dentro de las maravillas turísticas bogotanas, debería incluirse para los extranjeros una especie de tour por las panaderías de la ciudad, pero especialmente las de barrio"

Comienzo a escribir estas líneas el viernes 16 de octubre, cuando se celebra el día internacional del pan, debo confesar que ignoraba por completo el dato, pero un querido amigo colombiano, valluno para más datos y palmireño si quiero ser más exacto, me ha compartido. Mi amigo que se llama Abdul Hamid Hussein, hijo de comerciante palestino llegado a Colombia, como tantos árabes que migraron en la primera mitad del siglo XX, me recuerda que al pan en el Valle del Cauca, se le dice “pam”, una de las deliciosas variantes del acento valluno.

El pan seguramente es el alimento elaborado más antiguo de la humanidad, hace poco le escuché a mi esposa Patricia que una investigadora española había descubierto en Jordania los restos de un pan con 14 mil años de antigüedad. No en vano aparece en las referencias más arcaicas de la humanidad y quienes rezamos el Padre Nuestro, siempre le pedimos a Dios que no nos desampare ni nos prive del pan nuestro de cada día. A falta de tortas, siempre será bienvenida una hogaza de pan, campesinos en todo el mundo, salen a afrontar la jornada, llevando queso, algún tipo de carne encurtida y el pan que no debe faltar, la bebida la ofrece las posibilidades de cada región. A los prisioneros del mundo, del pasado y el presente, que al menos tengan pan y agua, para sobrellevar la ausencia de la libertad.

Si hay un olor que devuelve a cualquiera a la infancia es el del pan fresco, recién horneado. Las primeras misiones diplomáticas que tuve en la vida, fue siendo niño, cuando Carmen Rosa mi querida madre-abuela me enviaba con cinco pesos a comprar el pan y me encargaba traer de regreso no solo las “vueltas”, es decir, el cambio del dinero, sino también la “ñapa” o el “encime” que era un pan obsequio que el panadero hacía especialmente para cubrir esa exigencia de los clientes. Debo decir que la tarea la cumplía a regañadientes, pues toda la vida he sido muy perezoso para las compras en tiendas y supermercados como le consta a mi amada y paciente esposa.

"Si hay un olor que devuelve a cualquiera a la infancia es el del pan fresco, recién horneado"

Años más tarde, cuando era un joven inquieto, no tenían que rogarme demasiado, pues en la panadería que quedaba doblando la esquina, regentada por una querida familia, la hija de los dueños, era una chica bellísima, con los ojos más bonitos que recuerde, pues parecían los de una canica de jugar, claros, casi transparentes, pero con tonalidades que parecían cambiar de color, ella igual que su hermano, en ocasiones ayudaba a la mamá a atender a los vecinos que acudíamos por el pan francés o el blandito, aunque todavía recuerdo el sabor de un bizcocho dulce, parecido al brazo de reina, llamado “liberal”, por su color rojo (en Colombia, los partidos tradicionales se dividían en colores, los azules eran los conservadores y los rojos eran liberales). No por casualidad, siempre tuve tendencia a engordar. Culpa del pan.

Dentro de las maravillas turísticas bogotanas, debería incluirse para los extranjeros una especie de tour por las panaderías de la ciudad, pero especialmente las de barrio, para que el visitante pueda apreciar y degustar la impresionante variedad de delicias, de las que son capaces nuestros panaderos. Porque si bien, no solo de pan vive el hombre, debo decir que sin el pan, no podría vivir o al menos, no viviría feliz. ¡Felicidades al pan en su día!

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Dixon Moya es diplomático colombiano de carrera, escritor por vocación, lleva un blog en el periódico colombiano El Espectador con sus apellidos literarios, en el cual escribe de todo un poco: http://blogs.elespectador.com/lineas-de-arena/  En Twitter a ratos trina como @dixonmedellin

El pan nuestro de cada día
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