viernes. 29.03.2024

Rosana y la pena colombiana

"La compositora y cantante canaria tiene unos registros impresionantes, puede ser dulce, delicada, pero también desgarradora, potente y uno diría que ilimitada"

El Instituto Cervantes en Chicago es una institución que no solo promueve y defiende el uso de nuestro idioma común en España e Hispanoamérica, sino que trasciende a la cultura de nuestros pueblos y suele programar o acoger espectáculos entrañables que los espectadores siempre llevaremos en la memoria, mientras esta nos acompañe.

Uno de esos eventos extraordinarios fue el recital de Rosana Albero, compositora y cantante canaria cuya voz tiene unos registros impresionantes, puede ser dulce, delicada, pero también desgarradora, potente y uno diría que ilimitada. Pocas personas pueden hacer tanto en un escenario, tan solo con su voz, una guitarra y un talento desbordado. Ella no necesita coros, porque el público se convierte en el improvisado respaldo coral, que inicia desafinado, pero gracias a un rápido entrenamiento de Rosana, al final todos nos escuchamos con una armonía sorprendente.

Además de su calidad vocal y musical, de sus letras poéticas, Rosana demostró que es muy divertida, compartiendo anécdotas como la de “la canción número cinco”, porque hace algunos años en los conciertos algunos espectadores le pedían interpretar la canción número cinco y ella no sabía a cuál se referían. Lo que ocurría, es que en aquella época cuando las personas metían el disco compacto en sus vehículos, solo veían el número de la canción, sin poder leer el título, así que siempre quedó con la duda de cuál era la canción que le pedían.

En su primera presentación en Colombia, descubrió que existía una “pena colombiana”, diferente a la pena española, cuando al terminar el concierto, una señora se le acercó y le dijo “qué pena Rosana”, entonces la talentosa cantautora se preocupó, porque estaba acostumbrada a escuchar pena, como sinónimo de dolor o de queja, así que al comienzo no sabía si esa expresión era porque el concierto había sido muy malo, o su aspecto era terrible, muchas teorías alcanzó a elucubrar. Con el correr de los años, los viajes a Colombia y el trato con los colombianos aprendió que pena es también sinónimo de vergüenza y esa “qué pena”, es una fórmula de cortesía respetuosa, para abordar a otra persona, disculpándose previamente por la interrupción.

Fue un recital inolvidable, además porque aparte de lo anterior, siempre recordaremos los que estuvimos, el triple estribillo de la bella canción “Si tú no estás aquí”, tres frases que se repiten a lo largo de la composición: Me sobre el aire / Me falta el sueño / Me quema el aire. Pues ella reconoce que en sus conciertos, muchas personas no caen en cuenta que son diferentes frases y repiten solo el primer estribillo y además de forma errónea, porque suelen decir “me falta el aire”, pero ella dice que el problema no es del público, sino de ella, que la canción le salió muy mal, lo cual evidentemente no es cierto, pues luego de escucharla uno concluye que no le falta nada, y lo demás sobra durante esos gloriosos minutos.

Con mi esposa Patricia, esperamos que este no haya sido el último concierto de Rosana al que podamos asistir, ojalá la vida nos permita cruzarnos de nuevo con esa maravilla española, ejemplo de talento, sensibilidad y amabilidad en estos tiempos tan impersonales que nos rodean. Nos gustaron todas sus canciones, incluida “la número cinco” y volveríamos a aproximarnos diciéndole, “qué pena Rosana”, para que de una vez nos identifique con una sonrisa, la misma que parece interminable en su rostro.

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Dixon Moya es diplomático colombiano de carrera, escritor por vocación, lleva un blog en el periódico colombiano El Espectador con sus apellidos literarios, en el cual escribe de todo un poco: http://blogs.elespectador.com/lineas-de-arena/  En Twitter a ratos trina como @dixonmedellin

Rosana y la pena colombiana
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