martes. 19.03.2024

Pódium de las universidades

"Detrás de estas publicaciones se pueden encontrar "intereses ocultos" como la mera influencia del medio periodístico que lo publica centrado en generar el mayor impacto mediático, 'lobbys' empresariales o dirigentes políticos"
Universitarios en clase.

Desde una perspectiva académica son un arma de doble filo. Por un lado, pueden llevar a una institución universitaria a lo más alto formando parte de los deseos de miles de jóvenes, o por el contrario, pueden resultar ignorados. Los 'rankings' internacionales centrados en la clasificación de las mejores universidades del mundo ocupan cada año las páginas de los periódicos y los navegadores web de millones de ordenadores.

Centros prestigiosos como la Universidad de Shanghai, la plataforma IREG o la compañía británica Quacquarelli Symonds (QS) por medio de su web topuniversitites.com, entre muchos otros, publican año tras año cuáles son, a su parecer, los centros académicos de estudios superiores más prestigiosos.

Una evaluación que mezcla parámetros objetivos con otros más opinables como el prestigio de los centros, y que supone un estímulo para la mejora institucional pero que al mismo tiempo puede acarrear, según los resultados, una desilusión. Unos resultados negativos que pueden conllevar, en muchos casos, unos cambios en el funcionamiento del centro universitario, que no se emprenderían de no ser por la presión que genera ocupar un puesto bajo en el podio de estas tablas clasificatorias.

De manera rápida, se pueden destacar algunos de los parámetros sobre los que trabajan estos 'rankings' y en los que todos coinciden, como el rendimiento docente, el trabajo investigador y los resultados de innovación y desarrollo tecnológico. Pero a la hora de analizar los resultados que ofrecen estos estudios no hay que dejar de lado la importancia de aquello más alejado de lo cuantitativo. Detrás de estas publicaciones se pueden encontrar "intereses ocultos" como la mera influencia del medio periodístico que lo publica centrado en generar el mayor impacto mediático, 'lobbys' empresariales o dirigentes políticos. Otra crítica recurrente respecto a estas clasificaciones es su exceso de cientificidad en la búsqueda de una falsa objetividad. De ahí su falta de aprecio hacia indicadores más humanísticos y éticos que se pueden encontrar en las facultades y en el propio alumnado, pero criterios muy complicados de valorar. Sin olvidar la falta de consideración a idiomas tan poderosos como el español o el francés encumbrando al inglés como casi única lengua académica permitida en publicaciones y estudios.

De modo que, sin intención de desterrar a los 'rankings' sobre la calidad de la universidades, ya que son necesarios para valorar nuestras instituciones educativas, sí que habría que reformular los parámetros seguidos o por lo menos que los ojos del lector sepan qué deben interpretar más allá de los resultados fijados en tablas.

Para ello, en primer lugar hay que definir qué supone para nosotros calidad y qué variables son indicativas, bajo nuestra perspectiva, de excelencia académica. De modo que ante la cuestión de cuál es la mejor universidad del mundo podremos encontrar infinitas respuestas diferentes y todas igualmente válidas. Según nuestras necesidades o aspiraciones un centro será más indicado que otro para la elaboración de nuestros proyectos, y es obvio que analizando los porcentajes sobre reconocimientos académicos o cifras de empleabilidad podremos facilitar nuestra decisión, pero siempre la "magnitud" que más peso debe tener es nuestra propia definición de calidad. Una definición desarrollada a partir de los valores universitarios centrados en el desarrollo global del alumno en todas sus dimensiones.

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Ramsi Jazmati es director adjunto a la Presidencia del Instituto Choiseul de España.

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