Trabajo en el mundo editorial desde hace más de 20 años y no conocía a los chicos de Charlie Hebdo. Obviamente podría ser un perfecto ignorante. Pero creo que simplemente es estadística. Luego imaginen por la misma causalidad, que no casualidad, ¿cuántos musulmanes conocen a los asesinos de París? Creo que pocos, muy pocos. Todos los musulmanes que conozco rechazan no sólo actos como el de ayer sino incluso la simple violencia.
Despuntar lápices de colores con Kaláshnikov no es una buena idea. Sólo puede ser la idea perversa de algún descerebrado. Algún enfermo mental con una infancia muy triste. Los lápices de colores sirven para dibujar. Como decía la canción, los lápices de colores sirven para pintar en los mapas del cielo el sol de color amarillo. Sirven para pintar el bosque profundo de nuestro destino. Sirven para ver peces de colores en los mares. Sirven para ser humanos, para reír, para hacer, incluso, el gilipolla, pero jamás para matar.
Todos hemos tenido lápices de colores. Hasta esos desalmados asesinos injustificables. Ellos también tuvieron lápices de colores. Su pasado quizás fue en blanco y negro. Seguro fue muy oscuro. Pero eso jamás justifica teñir de rojo la esperanza de cualquier persona en una vida mejor. El futuro es pintar todos con colores. Opinar, valorar, argumentar con la palabra es la base de cualquier cultura. Y aunque les cueste a algunos entender, es la base incluso de cualquier religión. Las religiones son palabras, no armas.
Soy el primero en reconocer que hay temas difíciles de explicar. Hay temas aún más complejos de explicar en según qué geografías del mundo. Pero esa complejidad no debe cegarnos de una verdad bien clara. Hay que ser inflexibles cuando se pasa una línea. Y pegar tiros por hablar o dibujar no es una línea, es todo un muro. Romper a tiros unos lápices de colores es un acto salvaje. Una palabra, una línea, un dibujo, una opinión, jamás pueden destrozarse con una bala.