Quería pero no podía querer. Odiaba pero no podía odiar. Al final vivía sin vivir. El mal del S.XXI es la indecisión. Tanta información, tantos miedos que hay más pavor al fracaso que entusiasmo a la victoria. Y curiosamente gobiernan más los que nunca fracasan que los que tienen éxito. Esa simpleza se ha convertido en ley de vida en una mayoría de países.
Y al final nunca debemos olvidar que sólo hay una cosa definitiva en la vida, su antítesis la muerte. El resto, todo el resto, se basa en algo tan fácil y complejo como la toma de decisiones. Y hemos nacido, la mayoría de lectores, en una sociedad donde se castiga el error, y se omite el silencio. El silencio es la forma más sibilina de avanzar socialmente. Quien se equivoca pierde, quien calla gana. La trivialidad se convierte en un ascensor social.
Quienes viven, o hemos vivido, en países alejados de la mentalidad latina sabemos que no siempre eso es así. El error en ciertas culturas es una derrota, en otras, por suerte, es un aprendizaje. Tomar decisiones, queramos o no siempre nos podemos equivocar, no es sinónimo de morir. Aprender es equivocarse. Uno es mejor cuando aprende, cuando mejora en sus errores. Quien nunca se equivoca es que no toma decisiones.
Todo un juego de palabras para constatar una realidad que puede suceder en Emiratos. Quien ha venido aquí ha tomado una decisión. Seguramente se ha equivocado una o más veces. Aquí, por suerte, los errores no se pagan ni como la muerte ni como el estigma social. Y saben por qué. Por una cosa básica. Quien ha venido aquí mañana puede estar allá, y pasado en otro lugar. Y quien nunca ha tomado decisiones, no se ha movido de su lugar cómodo, cuando se equivoca ya no podrá moverse. Felicidades pues, a todos aquellos que apuestan en la vida por la toma de decisiones en vez de por simplemente la muerte de estar quieto y nunca moverse.