martes. 19.03.2024

Dos gatos en Londres III

"Antes de saltar fuera, me prometí a mí misma que algún día sacaría a los otros gatos de sus jaulas y que les daría la libertad que no habían tenido antes"

Si ese es el Londres de los gatos, pues no me gusta. Gatos de todos tipos, colores y tamaños. Todos encerrados en jaulas y asustados. Los humanos (criaturas muy crueles) me metieron en una de ellas. Pasaron horas. Estaba asustada. No sabía qué podía hacer. Ahora me sentía atrapada. La única compañía que tenía eran los otros gatos atrapados y un cuenco lleno de agua que no sabía normal. Pasé horas acurrucada en un rincón de la jaula, retrocediendo cada vez que una de las criaturas altas pasaba en frente de la jaula. Lo pasé muy mal en esas pocas horas que estuve allí. Y no solo eso, sino que estaba convencida de que me quedaría allí para el resto de mis días, sin saber lo que le pasaría a mi hermano. Pero eso era un pensamiento que resultó equivocado.

-¿Tienen comida real por aquí?- un gato pardo se quejó, apartando su plato de yo-qué-sé-qué-era. Una gata negra soltó un bufido.

-Estos humanos están locos. Ni siquiera saben qué es la comida real- dijo, olisqueando con su nariz el aire. El otro gato gruñó:

-Tienes toda la razón- dijo. -¡Si solo pudiese usar uno como rascador para mis uñas!

-Ni siquiera te dejarían acercarse a ellos- otro gato comentó, desde la jaula encima de la mía. -Usan estos palos que te hacen sentir fatal. El otro día, Jerry acabó tosiendo una bola de pelo por su culpa-. Aquellas noticias causaron una oleada de asco entre los gatos enjaulados:

-Pero ¡qué horrible!

-Pobre Jerry.

-¡Los humanos son criaturas tan terribles!

Yo me quedé calladita, tratando de ignorar los maullidos que me asaltaban de todos lados. Esto siguió así hasta que llegaron un par de humanos. Uno de ellos, un hombre alto y robusto, le metió una patada a una de las jaulas. Gritó algo que ningún gato entendió, pero el mensaje estaba claro. Todos se callaron, alejándose lo máximo posible de los humanos, que pasaron soltando un par de carcajadas crueles. Siempre parecían estar contentos cuando se trataba de asustarnos. La gata negra siseó amenazadoramente, arqueando su espalda, sus ojos amarillos llenos de furia. El gato pardo sacudió la cabeza y les dio la espalda a los humanos.

El hombre caminó hacia una de las jaulas y la abrió, sacando por el cuello a un gato peludo. Al felino se le escapó un maullido débil. El mismo hombre cerró la puerta de la jaula y le dijo algo al otro humano… apuntándome a mí. Mi primer instinto cuando el otro hombre abrió la jaula habría sido sisear y arañarlo. Pero estaba clavada al suelo frío, mi corazón latiendo rápidamente. No pude hacer nada cuando la mano del hombre se cerró alrededor de mi cuello, sacándome fuera de la jaula, mi cola entre las piernas. Cerré mis ojos fuertemente, el suelo muy lejos de mis pobres patas. Estaba inmóvil, la mano del humano sujetándome tan fuertemente que no era capaz de moverme. Cuando abrí los ojos, ya no estábamos en el cuarto oscuro. El aire estaba mucho más caliente, pero podía oler diferentes olores. Gatos y perros. Como si fuese una respuesta, escuché un ladrido y una puerta se abrió. Otro humano entró en la sala, arrastrando al perro que me habló horas antes en la furgoneta. Lo llevaban de una correa. El pobre animal (ese pensamiento me sorprendió) ni siquiera hacía un esfuerzo para ponerse en pie. Se podía escuchar un chirrió causado por la panza del animal. El humano a su cargo dijo algo, lleno de frustración, soltó la correa y cerró la puerta.

El hombre que me agarraba me metió en otra jaula, en la que retrocedí lo más lejos posible de la mano capaz de inmovilizarme. Un gruñido rompió el silencio y fue seguido por un grito saliendo del otro hombre, que sacó un brazo sangrante de la jaula con un rugido ensordecedor.

-¡No me toques!- escuché al otro gato sisear. En otra situación, habría sonreído y felicitado al gato por rebelarse contra un humano. En esta situación cerré la boca. Se trataba de sobrevivir. El humano al que arañó el gato soltó otras palabras y le metió un manotazo a la jaula, haciendo que el gato dentro saltase del tremendo susto. Los dos humanos salieron de la sala, dejándonos solos.

El perro se levantó, desperezándose. Sin palabras, echó a andar hacia la jaula del otro gato, levantándose en sus patas traseras y olfateando la puerta de la jaula. Con su hocico y máxima concentración, fue capaz de levantar el palo cerrando la jaula, dejando que la puerta de la jaula se abriese. Se puso en el suelo a cuatro patas y el gato peludo saltó fuera.

-¿Te hizo algo esa criatura?- preguntó el perro. El gato sacudió la cabeza.

-Ayuda a salir a la otra gata- le ordenó el gato. El perro, obedientemente, se balanceó en sus patas traseras, usando el mismo método de antes para abrir la puerta de la jaula.

-Salta, que tenemos que escapar- me dijo, trotando hacia la puerta.

El gato peludo empezó a maullar, posicionándose en frente de la puerta.

-Ven aquí- el perro me llamó. Con la cola entre mis patas traseras, corrí hacia los otros dos animales, justo cuando la puerta comenzó a abrirse. El gato salió disparado, y un par de gritos sonaron fuera. El perro salió por la puerta y yo le seguí, las orejas aplastadas contra mi cabeza.

-¡Rápido!- el gato maulló desde su puesto en una ventana. El perro, con la agilidad de un gato, saltó sobre el alféizar de la ventana. Yo les seguí lo más rápido que mis patas me permitían correr, saltando al lado del gato, que se escabulló fuera del recinto. Giré mi cabeza para ver al humano a quien el gato había atacado antes, que corría hacia mí con una expresión de odio y promesa de venganza. Antes de saltar fuera, me prometí a mí misma que algún día sacaría a los otros gatos de sus jaulas y que les daría la libertad que no habían tenido antes.

FIN

Dos gatos en Londres III
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