viernes. 29.03.2024

Cita con un americano

"El chico era muy tratable. Hablaba tan claro que entendí cuanto decía. Amable, sentido del humor y, además, muy guapo... El encuentro fue, para mi sorpresa, todo un éxito"

Esta semana he tenido una cita. He quedado con un chico después de meses sin conocer a nadie y sin energías para ello. Como era estadounidense, yo guardaba pocas expectativas y no contaba con que surgiese nada. Sí… prejuicios… no estoy orgullosa de ello pero los tengo. Aunque, por otra parte, también me ayudan a cribar.  En este país vive gente de todas partes y orígenes y ya he aprendido con qué culturas siento más afinidad.

Creo que me conviene un europeo, pero no uno de cualquier parte, vamos a restringirlo a la Europa Mediterránea. Sí. Italia, Francia y Grecia me parecen posibles países de origen para congeniar con más facilidad. Descartamos España porque si me suceden anécdotas graciosas no las puedo publicar, digamos que por una especie de respeto compatriota.

No quiero un chico británico. Me parecen fríos y nuestra cultura no cuadra en absoluto (sí, prejuicios de nuevo). No obstante, salir con un 'british' durante unos meses sería más que beneficioso para pulir mi inglés.

Con la cultura sudamericana también siento que encajo. Al final, el idioma es un medio a través del que se transmite una cultura. Pero no con los del norte del continente. Nunca he tenido amigos de EEUU ni de Canadá. Y no me imagino en una relación con alguien de allí. Y son estos prejuicios los que me empujaron a ir a esa primera cita sin expectativas. Como mucho, pasaría un rato divertido. Esto también me hizo sentirme relajada y confiada. Poco nerviosa, vamos.

Me invitó a tomar algo en la terraza del Ritz Carlton, que está en la Perla. Escogió ese sitio porque tocaba una banda cubana y supuso que a mí me gustaría escuchar mi idioma. El entorno y la temperatura eran agradables y el encuentro fue, para mi sorpresa, todo un éxito.

El chico era muy tratable. Hablaba tan claro que entendí cuanto decía. Amable, sentido del humor y, además, muy guapo. Charlamos sobre el día a día en Qatar, su trabajo, el mío, lo que esperábamos de la vida e, incluso, de política. Yo me sentí relajada y cómoda. El inglés me fluía y esto era un buen indicador de que me encontraba a gusto.

El chico está estudiado, posee un doctorado y ha publicado varias tesis. Le gusta el deporte y lo practica con frecuencia. De su conversación se traslucían sus inquietudes. Era humilde, sin prepotencia ni vanidades.

Después de la segunda cerveza y, distendidos ambos, me preguntó por qué había terminado con mi última relación. Debí remontarme a los tiempos de Hassan 2, hace muchos meses. Resumí la historia con el jordano y le expliqué que mi etapa con los árabes había terminado. Nunca más, ¡jalás! Por alguna razón -le confesé- algo sucedía en mi vida con ellos, bueno algo había sucedido. También le conté que hace doce años estuve prometida con un chico árabe. Pero todo esto ya formaba parte del pasado. Ya no voy a salir con ninguno más, le aclaré.

A cambio él me contó qué sucedió con una chica con la que había quedado muy recientemente. Por lo visto era una persona muy negativa y andaba siempre quejándose.

El caso es que yo disfruté de esa noche. Lo pasé bien, me sentí cómoda y el chico me gustó (para mi sorpresa). Nos despedimos en el parking del hotel. Me dio un abrazo. Un abrazo de esos en los que la persona está muy despegada de la otra. Pero claro, es un americano. Además, quizá tampoco quería incomodarme, así que lo tomé como una muestra de afecto.

Hasta aquí, la cita. Ahora comienza la segunda parte. Al día siguiente me apetecía hablar con él y le envié un whatsapp por la noche. Corría el riesgo de parecer una pesada, pero me daba igual, tenía muchas ganas de decirle hola.

Él me respondió enseguida y, después de saludarme, me dijo que había querido escribirme durante todo el día, pero que temía decepcionarme. ¿Decepcionarme? A estas alturas ya circulaba por todo mi torrente sanguíneo una fuerte dosis de enamoramiento. Le pregunté que por qué iba él a decepcionarme. “Soy árabe americano. Mi familia es originaria de Marruecos y tú dijiste que no querías salir nunca más con árabes”.

¡¡Dios mío!! ¿Por qué tendré una bocota tan grande? Me sentí culpable, me disculpé y analicé la situación a gran velocidad. Estoy segura de que no lo hice con la cabeza sino con el corazón, ese sí que no entiende de prejuicios. Le dije que quería volver a verlo. “¿Estás segura? Insististe y parecías muy firme en tu convicción.”

En ese momento me enternece su honestidad, su franqueza y la apertura con la que se dirige a mí. Repaso mentalmente nuestra conversación del día anterior y me doy cuenta de que nombré a los árabes con amor, que es lo que siento hacia este pueblo y hacia mis amigos. No realicé ningún comentario racista ni despectivo, de hecho, nunca lo hago. Lo único que afirmé es que no quería salir con más chicos árabes.

Arreglado el malentendido (llamémosle malentendido, suena mejor que soyunabocazas), ambos queríamos volver a vernos. Y tendríamos otra cita el siguiente viernes, en la playa de la Perla.

Cita con un americano
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