sábado. 20.04.2024

Como en las películas

"Al final de la reunión es cuando caigo en la cuenta de que no es habitual sentarse con una persona que quiere construir una casa (una más) de más de tres mil metros cuadrados"
Una imagen a modo ilustrativa. (Fuente externa)

Llego veinte minutos antes, con el tráfico de esta ciudad nunca se sabe. Me aparcan el coche y yo me dirijo al acceso, acicalada para la ocasión y sosteniendo unos planos de gran formato enrollados como si fueran un tubo.

Four Seasons, uno de los hoteles de cinco estrellas que hay en esta ciudad. Ya había estado una vez, tomando una cerveza con mi amiga iraní, así que el lugar me resultaba familiar. Camino tranquila y me siento en uno de los sillones que hay en el hall, he quedado con mi jefa y su hermano dentro de quince minutos, así que tengo un rato para parar. Para no hacer nada, ni siquiera revisar el teléfono. Y disfrutar del entorno.

De pronto me doy cuenta de lo cómico de la situación. Parezco uno de esos arquitectos que salen en las películas. Supongo que si esta reunión hubiese tenido lugar al acabar la carrera, me habría sentido fascinada. Mi ego y mi orgullo habrían ganado muchos puntos y mi actitud se habría tornado arrogante. Que suceda después de todos estos años hace que la encaje como una anécdota, eso sí, con cierta gracia.

Llegan mi manager y su hermano. Con un té delante, repasamos los planos y cómo vamos a enfocar la reunión. Yo me siento segura y tranquila. Estoy satisfecha con mi trabajo. Una primera propuesta para una vivienda de tres mil quinientos metros cuadrados construidos. Sé que es un buen anteproyecto y que está a la altura de un arquitecto español. En el despacho todos lo han valorado y –por fin- he sentido que demostraba mi competencia, después de haberme sentido tan perdida entre cuestiones propias del interiorismo.

Nos llama el secretario del Sheij y bajamos a la otra cafetería, donde nos reuniremos con el cliente. Es miembro de la familia real y, como todos ellos, una persona con mucho dinero y mucho poder. Como era de esperar, resulta cordial en el trato, sencillo y agradable. Yo defiendo mi propuesta porque creo en ella. Mis jefes, los hermanos, venden estupendamente lo que somos capaces de hacer. Me percato de lo especial de la situación, tomo notas de los nuevos requisitos que el cliente describe, así como de algunos detalles para mejorar el proyecto.

Es solo al final de la reunión cuando caigo en la cuenta de que no es habitual sentarse con una persona que quiere construir una casa (una más) de más de tres mil metros cuadrados. Soy consciente de la oportunidad que estoy viviendo. Y también de lo que he disfrutado trabajando con este proyecto. Y pido Dios que salga adelante. Y que –como sugirió mi jefe- podamos ampliar el mercado.

Sería maravilloso volver a trabajar en arquitectura propiamente dicha. Encajar plantas. Trabajar con circulaciones, orientaciones, muros, estructura. He disfrutado mucho. He dado lo mejor de mí. He fluido. Como le expliqué a mi madre, diseñar palacios (la arquitectura, antes de llegar a los interiores) no se reflejará en salario ni en posición. Pero sí en mi felicidad diaria. En llegar, incluso, a volar, cuando estoy en la oficina. Además del resultado: un buen trabajo. Esto no me sucede cuando me dedico a los acabados. Ojalá consigamos encargos para diseñar viviendas desde el principio. Sería maravilloso

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Como en las películas
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