martes. 23.04.2024

Comprar un coche en Qatar

"Suelo decir que lo que pagué por el coche supuso un alquiler de siete meses y un máster sobre cómo gestionar situaciones inesperadas y cómo negociar con personas de otras nacionalidades"
Un coches es imprescindible para moverse por Oriente Medio

El pasado domingo celebré mi tercer aniversario con Qatar. Tres añitos aquí y me ha dado por recordar algunas de mis aventuras. Otra cosa no, pero quienes residimos en Oriente Medio, aventuras hemos vivido unas cuantas…

Cuando aterricé en Doha me asusté al ver el tráfico y exclamé –muy segura de lo que decía- «¡Nunca jamás, “ever”, conduciré yo en esta ciudad!». El segundo mes me alquilé un coche (¿quién no se identifica con esta situación?). Enseguida aparecieron voces a mi alrededor que me explicaban que estaba tirando mi dinero. Hoy sé que aquellas teorías no eran de economía fina, pero en aquel entonces yo me sentía temerosa y recién llegada y me creía cuanto me contaban. Nota: sí hay teorías exhaustivas que demuestran las ventajas de poseer un coche frente al alquiler, pero las que me contaron a mí, en mi situación y circunstancias, eran poco refinadas.

El caso es que decidí comprarme un coche. Empecé por estudiar cuál sería mi presupuesto. Luego, averiguar dónde se ofertaban los de segunda mano y finalmente, llamar a mi padre y enviarle el enlace. Es lo que hay. Cuando me compré el coche en España fue él quien se ocupó de buscarlo (y de pagar la mitad). No sé si me excedí en la demanda, teniendo en cuenta que él no habla inglés, el caso es que se estudió las páginas de anuncios, me asesoró y quedé con varios vendedores. Aquí empezó la aventura. Hay que considerar que yo llevaba muy poco tiempo en el país, no estaba acostumbrada a negociar con paquistaníes ni con egipcios y que todavía era tan inocente que acudía a la hora acordada. Una vez recuerdo que esperé una hora y cuarenta minutos. Creo que hoy no me pillarían 

Después de varios intentos, llegó el que se convertiría en mi coche. Una familia de españoles volvía a casa y querían dejar su Land Rover en buenas manos. Me encantó el coche, el precio se ajustaba a mi bajo presupuesto y lo más importante: negociar en castellano con un español que, además, tenía mi misma profesión. Por supuesto, había poco que pensar. 

Y ahí empezó la época en que yo paseaba por el mundo –bueno, por Doha- en mi flamante todoterreno. 

Siete meses duró nuestra relación, con alegrías y tristezas incluidas. Con alguna visita a los talleres locales (no aconsejo a ninguna mujer visitar esos antros) y también al oficial, que ofrece un servicio exquisito y precios… también exquisitos. Pues eso, que siete meses después el coche empezó a hacer un ruido. Mis amigas habían venido de visita y yo creía que era algo de la gasolina (sí, «algo de la gasolina»” es la explicación más elaborada que pude enunciar). No le presté mucha atención hasta el día en que el coche se paró en mitad de la calle. Volver a casa aquella tarde fue una aventura por sí misma. Tener visita de España y Andorra y estar sin coche, otra más. 

Al día siguiente decidí llevarlo al mecánico. Esto parece obvio, pero me costó caer. Llamé a una grúa después de buscar «grúa» en el diccionario de inglés. Mi amiga Carmen me recordó que tenía que regatear con el conductor el precio,  de lo contrario, la iba a pagar bien pagada. Yo todavía era muy joven para esto y no sabía cómo hacerlo. «Entonces, tienes que llorarle»(Gracias, Carmen). Y esto sí, nunca he sido demasiado joven para explicar mis circunstancias de modo que causen el efecto deseado en la otra persona –que no manipular-. Y así lo hice, de camino a por el coche primero y en dirección al taller de Alfardan después, fui contándole mi desgraciada vida al conductor de la grúa, que era indio. Se me había roto el coche, lo tenía que llevar al taller oficial, estaba desempleada porque me habían despedido de la empresa hacía un mes y encima, vivía sola en Doha. Me cobró barato, por supuesto. 

¿Desenlace? Transmisión rota, pero rota del todo. El presupuesto por reparar el coche suponía casi tres veces lo que pagué por él. Terminé vendiéndolo a un precio irrisorio para piezas. Y en el momento de la venta ya estaba yo un poco más curtidita. Y si me tomaron de alguna manera el pelo, ya fue mucho menos. 

Y esta es una de las aventuras que he vivido en este país. Suelo decir que lo que pagué por el coche supuso un alquiler de siete meses y un máster sobre cómo gestionar situaciones inesperadas y cómo negociar con personas de otras nacionalidades donde están habituados al regateo. Al final no salió tan caro.

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