viernes. 29.03.2024

De cuando fui una sin papeles

"Por suerte o por desgracia yo vivía en un estado de inocencia que me protegía del estrés o la ansiedad que pueda producir ser una indocumentada. En un estado del que desperté el día que fui a cambiar dinero a una oficina de Wester Union y denegaron mi petición. «Su tarjeta de residencia está caducada»"

Cada vez que lo cuento provoca risas a mi alrededor, pero a mí, en su momento, no me hizo ni puñetera gracia. En una de las empresas en las que he trabajado en Qatar no me renovaron el visado cuando debían. Bueno, quien dice que no me renovaron dice que no me lo tramitaron, después de muchos meses con ellos y habiendo entregado yo toda la documentación. 

Seguía bajo el patrocinio de mi anterior 'sponsor' y la fecha de caducidad se acercaba, pero en aquel entonces yo todavía tenía una injustificada fe en los departamentos de recursos humanos y en todas las personas que trabajan en ellos. Incluyamos en esa lista de personas de mi confianza a quienes emiten las órdenes. Que no me quejo yo de sus intenciones, pero que quizá su interés por resolver mi situación no tenía las mismas dimensiones que el mío. 

Y así llegó la fecha límite. El chico que supuestamente estaba tramitando mi visado me explicó que en Qatar existe un período de gracia de tres meses en el que puedes quedarte dentro del país y ninguna fuerza te detendrá. Confirmé esta información con un amigo que está al tanto de la legislación. Pero pronto me di cuenta de que no era una extensión del visado sino un tiempo que Qatar te daba a modo de favor para que te hicieras la maleta y te largaras. Eso sí, con permiso de residencia bien expirado. Por suerte o por desgracia yo vivía en un estado de inocencia que me protegía del estrés o la ansiedad que pueda producir ser una indocumentada. En un estado del que desperté el día que fui a cambiar dinero a una oficina de Wester Union y denegaron mi petición. "Su tarjeta de residencia está caducada". Salí del paso porque me acompañaba mi padre, que había venido a visitarme y el cuño de su pasaporte decía que era un turista. Un turista legal.

Entonces desperté. Me enfadé y mucho porque creo que en mi empresa no habían hecho todos los esfuerzos posibles, aunque ellos me lo prometían. Me enfurecí tanto que pensé en volver a España y que les dieran a todos por saco. ¡Jali Wali! Cada día preguntaba e insistía sobre mi visado. Les explicaba que era ilegal y, para ver si surtía más efecto, les recordaba que si la empresa tenía una inspección podría verse en una situación complicada. ¡No iba a ser yo la única que estuviera vendida!

Durante ese tiempo contuve la respiración y fui sorteando cada momento como buenamente pude. No podía ir a discotecas o pubs porque no me dejaban entrar. Solo una vez lo intenté y, obviamente me pararon en la puerta mientras todos mis amigos pasaban. Por lo visto les di pena, soy mujer, tengo la piel blanca y, después de llamar a varias personas, me dijeron con la mirada y mascullando entre dientes que pasara. A pesar de herir mi orgullo, no resultó del todo mal la jugada porque no pagué entrada. No podía.

El día de mayor enfado, cuando la ira pudo más que mi autocontrol, fue cuando bloquearon mi cuenta bancaria. ¡Yo no tenía por qué aguantar aquello! Ni la situación ni la humillación que para mí suponía. Ese día monté en cólera y en la oficina nadie se atrevió a replicarme.

Ahora que lo pienso, para haber pasado "tan solo" tres meses como emigrante clandestina, la cosa dio mucho de sí. A la vuelta de una visita de obra, saliendo de la Perla, me vi envuelta en un accidente. Yo y dos coches más. Acudió la policía y se montó un buen pitote. Por fortuna no me sucedió nada, tampoco a los otras personas, aunque el coche de en medio quedó bastante destrozado. Mientras esperaba a la policía e intercambiaba teléfonos con los otros implicados, llamé a mi 'manager'. El pretexto era decirle que volvería tarde a la oficina, pero la intención era que se pusieran tan nerviosos como lo estaba yo porque llegaba la policía y quizá me pidieran la tarjeta de residencia. Sí... ¡esa que estaba caducada! De nuevo, tuve suerte. Solo requirieron mi carnet de conducir qatarí y la documentación del vehículo.

Llegó la última semana de esos tres meses de período de gracia. Yo ni siquiera me concentraba en mi trabajo. No podía salir del país. Bueno, habría podido pero habría perdido mi visado como residente. Y claro, los de recursos humanos, que no querían complicaciones me pidieron que no viajara. Recuerdo que Qatar es muy pequeño, el país consta prácticamente de una ciudad, yo llevaba ya dos años en una situación complicada a niveles de 'sponsor' y había viajado lo mínimo. Era ya claustrofóbico.

Mi visado caducaba un jueves. Pasó el domingo y nada. El lunes y nada. Me lo prometieron para el martes. Yo les expliqué que el plan B era volar a cualquier sitio y volver a entrar como turista. Para ello necesitaba un 'exit permit' de mi antiguo 'sponsor', que a efectos legales todavía lo era. Durante tanto tiempo (más de dos años) tanta gente diferente me había prometido regular mi situación que yo ya no confiaba en ningún compromiso. Y llegó el martes. Nada. No fue una semana fácil. El miércoles compré una tarta, por si acaso. Y prohibí a todos mis compañeros que la tocaran. Les advertí que igual había que tirarla a la basura. 

En paralelo, quedé el fin de semana con mi amiga Carmina, que vive en Dubai. Si conseguía el visado, la visitaría, previa confirmación. Si no me lo daban, era posible que también fuera. Para que anularan mi anterior y expirado permiso de residencia y entrara en Qatar como turista. Idea que no me atraía lo más mínimo. 

Miércoles por la mañana. Llamo al chico y no contesta al teléfono. Mi 'manager' también lo intenta y tampoco obtiene resultado. Miércoles por la tarde, vuelvo a telefonear. "Voy a tu oficina", me dice. "¿Lo tienes?" Y vuelve a contestar que viene. ¡¿Pero lo tienes o no?!". "Voy para allá". No sé si me puse a llorar o qué hice. Mi 'manager' estaba casi tan nerviosa como yo.

Cada minuto que transcurrió se alargó casi hasta el infinito. Al entrar por la puerta yo lo abordé con inquietud. Sin contestar a mis preguntas, abrió mi pasaporte y sacó mi tarjeta de residencia, que yo todavía no sabía si era la vieja o la renovada y... ¡¡Sí!! En el último minuto, tal y como sucede en las películas, me convertí en una ciudadana legal. Casi le doy un abrazo de la alegría, pero era varón, musulmán y de esos que tienen un morado en la frente. En lugar de eso le pregunté si quería un trozo de tarta. No entendió bien la pregunta y le dije si me preparaba un 'exit permit'... ¡Para el día siguiente! Sin duda sería un viaje a Dubai de lo más merecido. Ah, mis compañeros se alegraron. Por mí y por la tarta. Desde entonces esta emigrante que escribe tiene todos los papeles.

De cuando fui una sin papeles
Comentarios