viernes. 19.04.2024

Dejo Qatar

"Para mí España es una referencia, es casa, significa recuperarme, recargar las baterías, afianzar mis raíces, despreocuparme, dejarme mimar... pero en realidad supone una parada en boxes, no destino final"
Avión de Qatar Airways en el aeropuerto de Doha. (EL CORREO)

No es lo mismo irte o que te echen. No es lo mismo dejar o que te dejen. Y en este país yo he vivido las cuatro experiencias. La última vez, ayer, cuando me senté en la mesa de mi jefe para decirle que estaba cansada de Qatar. Así lo expresé, con toda la carga emocional que acompañaba el pequeño discurso. Un discurso casi innecesario porque me dijo que lo entendía y que me deseaba la mejor de las suertes. No sé si en el fondo supuso un alivio para él. Tampoco sé si la chica que se va a unir a la empresa -según supe ayer- iba a ser contratada para sumarse al departamento, que se ha quedado algo menguado, o si el propósito era sustituirme a mí. En ese caso, mejor irme yo antes de que me echen.

Y así es como he dado el primer paso para materializar mi decisión, una decisión que todos tomamos alguna vez, con la que hemos ido soñando y ensoñando en cada crisis de exiliados que hemos atravesado. Un paso que cuesta dar y que implica un cambio de dirección en la vida. Yo no lo he pensado (creo), más bien lo he sentido. Y al igual que cuando era vegetariana siempre dije "el día que me apetezca comerme un filete sangrante, lo haré", también enuncié durante todos estos años que el momento en el que necesitara abandonar del país, así lo procedería.

Exactamente cuatro años y medio han transcurrido desde que llegué a Oriente Medio. Ha supuesto una experiencia vital completa y se ha convertido en una parte esencial de mí a todos los niveles. Y para que todavía este tiempo me siente mejor y empiece a macerar por dentro, necesito un descanso. Reposar. La idea es pasar unos meses en España, disfrutar del verano y de mis padres. Volver a ver a mis amigos de allí. Reencontrarme con mi gente, de la que no he disfrutado con calma porque las visitas a España han sido siempre demasiado cortas.

Ya imagino el futuro cercano como un tiempo que dedicaré a cuidarme. Con tranquilidad, para ver qué ha pasado por dentro, para sentirme después de "el viaje". Poder dormir hasta hartarme, hacer deporte, escribir, leer, pasear por la naturaleza y volver a escribir. Compartir tanto tiempo con mis padres que lleguemos a recuperar estos años de distancia física y también, a crear nuevas reservas para cuando me canse de descansar y decida volver a volar. Porque sé que para mí España es una referencia, es casa, significa recuperarme, recargar las baterías, afianzar mis raíces, despreocuparme, dejarme mimar... pero en realidad supone una parada en boxes, no destino final. Aunque tampoco creo que exista un destino final, eso me parece una fantasía que en algunos momentos nos puede ayudar a seguir adelante.

Me preguntan cuál es mi plan y en realidad no tengo uno, más allá de lo que he comentado y de descansar. Planeo volar en julio a Valencia. Compraré un billete de ida solamente... ¡solo de ida! Y como hacen los buenos estudiantes, descansaré todo el verano con la sensación de merecérmelo. Ir al pueblo en verano era la motivación que tenía curso tras curso durante mis años en el instituto y en la universidad. Y lo haré sin tener que estudiar para septiembre, porque lo he aprobado todo. Y cuando llegue ese septiembre, me actualizaré el currículum y comenzaré a enviarlo por el mundo. Bueno, por el mundo no, por Europa. Me apetece vivir una temporada en París, sería como hacer otro Erasmus. Pero no descarto intentarlo en Ámsterdam o en algún rincón de la Suiza francesa. No obstante, eso no son planes. Más bien, ideas difusas que se irán definiendo conforme transcurran las semanas.

Creo que para todo expatriado hay un momento en que se decide volver (o cambiar de destino directamente). Es una resolución especial y sensible. La gente piensa que para mí es fácil, que me puedo mudar de un país a otro casi sin pensarlo o que soy "una mujer de mundo". Pero esto no es así. Mis períodos de adaptación son largos y complejos. Me cuesta cambiar. Pienso, noto y siento con mucho detenimiento antes de mover ficha. Me resultan cómodos los contextos conocidos y siento mucha pereza al cerrar etapas y al abrir etapas. Por esta razón precisamente estuve planeando tomar un descanso por unos meses y volver luego a Qatar. Porque la mudanza, con todo lo que conlleva, se me hacía grande. En definitiva, he conocido personas con una capacidad de movimiento increíble, verdaderos ciudadanos del mundo, gente flexible. Pero yo no soy una de ellos. Mantengo muchas rigideces, me cuesta cambiar y me desgasta adaptarme. Aun así, no pasa nada, lo acepto.

A lo largo de este tiempo aquí hemos abrazado muchos temores e inquietudes, no muy diferentes a las que se enfrentan quienes viven en sus países. Quizá con las emociones amplificadas, pero los mismos. Uno de ellos era ser despedidos. Quedarnos sin trabajo o, incluso, llegar a ser deportados. Espantábamos el pensamiento con mucha facilidad. Mi amiga Chelo tenía la receta perfecta. Consistía en disfrutar de buena compañía y recordar las frases milagrosas: "¿Qué es lo peor que nos podría pasar? ¿Que nos echen (despidan o deporten)? En ese caso, volvemos a España. Así que la peor opción es una buena opción". Y entonces nos olvidábamos de nuestros miedos.

El caso es que he sido yo quien ha elegido esa buena opción. Me voy. Quizá, un poco antes de que me echen. En todo caso, es mi momento para volver. Y estoy tan ocupada gestionando el traslado y el cierre en el país, que todavía no he tenido tiempo para darme cuenta de que me voy. Iré compartiendo emociones y vivencias durante el proceso. Los que ya han regresado han pasado por ahí. Supongo que es un recorrido que todos atravesaremos.

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