jueves. 28.03.2024

Echo de menos mi casa

¿Qué anhelas tú? ¿Qué te dice tu alma? ¿Quiere dulce o salado? ¿Cómo transcurren tus jueves? ¿O tus viernes, si te hallas en tierras cristianas? ¿También quiere vibrar en el Mediterráneo?

Jueves, por fin jueves. Las últimas semanas me encuentro de mejor humor. Quizá será que ha mejorado el tiempo y el calor asfixiante se ha llevado consigo esa mala energía que se había apoderado de Qatar durante el verano.

Mi ánimo está más estable y en buena parte se debe al trabajo que estoy llevando a cabo junto a mi coach. Aprendiendo a escucharme y buscando donde puedo encontrar y no en otros lugares. En la oficina me siento más animada, un nuevo proyecto ha capturado mi atención y me hace sentirme ocupada. Ahora el tiempo transcurre veloz.

Y es jueves. Completar la semana siempre nos inyecta energía y una dosis extra de motivación. Ojalá esto no fuera así, ya me gustaría a mí disfrutar de mi trabajo y amarlo tanto como adoro otras actividades. Pero no es el caso, así que el jueves es un buen día.

Mi compañera del departamento financiero llama a mi extensión. Ha comprado comida para todos hoy. En realidad, para los empleados porque no han avisado a ningún manager. Y así disfrutamos de nuestra hora de pausa. Una costumbre que propone instaurar para cada jueves. Que cada vez uno o varios traigan o compren comida. Risas, selfis, complicidad y cariño. Una buena manera de recuperar aquel ambiente tan saludable que teníamos antes de mudarnos. Antes de que la empresa grande nos absorbiera y nos robara parte de esa alegría que derrochábamos como equipo.

A mitad de la comida me doy cuenta de que soy la única con la piel blanca. Todos mis compis son de Filipinas, India y Sri Lanka. De hecho, en la empresa son casi todos asiáticos. Los managers, de Sudáfrica. Solo uno de nuestros compañeros es árabe y hoy no ha podido venir a comer. Además de este batiburrillo de gente y sin saber de dónde hemos salido, un italiano y yo. Un italiano que, por cierto, suele mantenerse bastante apartado del grupo.

De repente me doy cuenta de que ya he saciado ese hambre de descubrir, de viajar, de conocer, de aprender de otros. Que ya he bebido suficiente de la compañía de gente de otras latitudes. Que ya he colmado mis anhelos de descubrir en otras culturas. Al menos, por ahora. Y estando esa voraz necesidad calmada, he sentido lo que había debajo: que echo de menos mi casa.

Añoro la compañía de mis amigos de allí, los españoles. O, incluso, los mediterráneos. No puedo decir que extrañe estar con europeos porque los países del centro y el norte del continente vibran diferente. Sí… echo de menos los contextos mediterráneos. Estar en casa. Tener, por ejemplo, compañeros de trabajo con un humor similar al mío. Voy a darme unos meses de reflexión, de dejarme sentir y de disfrutar unos últimos momentos y luego voy a poner fecha. Echo de menos mi casa. Necesito estar allí por un tiempo. Sé que, pasada una temporada allí, volverán las ganas de explorar fuera, de conocer en otros. Esto es como la comida. Después de mucho dulce nos apetece salado y al revés.

Y así es como transcurre este jueves. Entre la calma que voy conquistando cada día y el proceso de escuchar a mi propia alma. Un alma que habla diferente según donde se encuentre. O quizá no tan diferente.

¿Qué anhelas tú? ¿Qué te dice tu alma? ¿Quiere dulce o salado? ¿Cómo transcurren tus jueves? ¿O tus viernes, si te hallas en tierras cristianas? ¿También quiere vibrar en el Mediterráneo?

Echo de menos mi casa
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