viernes. 29.03.2024

La (im) puntualidad

"Leyendas aparte, los árabes tienen un concepto muy laxo de lo que para nosotros es la puntualidad. Quizá todos no, pero aproximadamente sí un noventa y nueve por ciento"

¿Cómo no había hablado todavía sobre este tópico? La verdad es que para los que nos trasladamos a Oriente Medio (o cualquier país árabe) es un clásico. Y si nosotros, latinos y relajados por naturaleza, nos vemos sobrepasados por los hábitos relacionados con el tiempo, no quiero ni pensar cómo lo gestionan británicos o alemanes. O más que pensar, recordar, pues mis compañeros alemanes de la primera empresa en la que trabajé allí nunca llegaron a acostumbrarse. Es más, nunca lograron no desconcertarse.

Alguien me contó -aunque no he contrastado datos- que antiguamente los viajes eran largos e imprevisibles en la zona. Los traslados (normalmente, en camello) y las condiciones del desierto convertían a la previsión en una tarea inabarcable. Por tanto, la llegada era aproximada. Y no me refiero a más-menos una hora sino a un margen de varios días. Por eso un retraso por alguna de las partes de la hora acordada no supone una ofensa para nadie.

Leyendas aparte, los árabes (y sí, voy a generalizar) tienen un concepto muy laxo de lo que para nosotros es la puntualidad. Quizá todos no, pero aproximadamente sí un noventa y nueve por ciento (dato basado en mi experiencia personal).

Yo, personalmente, heredé de mi madre una obsesión por llegar a los sitios a la hora fijada. O mejor todavía, aparecer un poco antes. Y aunque este hábito parezca positivo y sí conlleve resultados fructuosos, la verdad es que yo no lo he vivido así. No hablo de puntualidad, sino de obsesión por llegar antes de la hora. Hasta el punto de sacrificar o perjudicar las tareas anteriores a la reunión, cita o clase prevista. Es más, cuando se complicaba el tráfico o surgía un imprevisto, me alteraba y me sentía extremadamente nerviosa pensando en que llegaba tarde. Como nos decían en Marruecos, "prisa mata".

Pues bien, padeciendo esta especie de obsesión, me trasladé a un país del Golfo. Ante cada reunión esperé, desesperé y agoté mi paciencia. Una vez quedé con un paquistaní que quería vender su coche y él llegó una hora y cuarenta minutos tarde. Y esto ocurre en administraciones, reuniones de trabajo, citas con el médico, visitas al banco, etcétera, etcétera, etcétera.

Hice el ridículo en varias ocasiones. Cuando iba a llegar tarde diez o quince minutos (esto para mí suponía retrasarme), llamaba para avisar. La otra persona se sorprendía, no acababa de entender la llamada y, por supuesto, llegaba mucho después que yo.

Pero como a todo se aprende, aprendí a relajarme con la puntualidad y acepté que los tiempos eran orientativos. Aproximados. Las tres son las tres. O las cuatro. O las cinco. Estoy aparcando es salgo de casa. Llego en cinco minutos significa estoy saliendo de la ducha.

Cuando quedábamos con la pandilla para comer, les decíamos a los egipcios una hora falsa, anterior a la acordada. Y si íbamos al zoco un viernes, nos olvidábamos de protocolos. Cuando llegaban los primeros, comían. Luego se unían otros conforme transcurría la tarde y todo fluía de manera natural.

Y yo misma olvidé mi obsesión por llegar pronto a los sitios. Incluso, cuando venía a España por vacaciones. Mis encuentros tenían lugar a una hora que yo me tomaba como orientativa... ¡qué tranquilidad!

Y ahora, transcurridos tres meses desde que regresé a España, vuelvo a ponerme nerviosa cuando llego tarde. Ayer tuvimos una reunión informal. Estaba tan intranquila por mi tardanza que no encontré aparcamiento y dejé el coche realmente lejos. Después de andar casi hasta el punto de encuentro, me di cuenta de que me había olvidado el móvil en el coche. Regresé a por él y volví a caminar. Resultado: nadie se dio cuenta de que llegué tarde. Ni siquiera fui la última. Eso sí, todos percibieron que llegaba aturullada, sudando y agitada.

Así que me he planteado retomar lo que aprendí en Oriente Medio, hacer desaparecer -de nuevo- mi obsesión por llegar pronto. No obstante, mantengo el concepto sano (y flexible) de puntualidad. Al fin y al cabo, significa respeto por el tiempo de los otros. Y a mis amigos árabes, recordarles lo que los occidentales les decimos siempre: la puntualidad (sana) es importante y el tiempo se gestiona mejor si se tiene en cuenta. Yo por mi parte, no me obsesionaré más. 

La (im) puntualidad
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