viernes. 29.03.2024

Mis amigos, los polis

"Hoy mi buen humor duró hasta que vi un coche tranquilamente aparcado detrás del mío"
Coche policía

Esta mañana me disponía a ir a la oficina. Primer día tras mis vacaciones en España. Comenzaba la jornada con buen humor, traigo las pilas bien recargadas. Pero el buen humor duró hasta que vi un coche tranquilamente aparcado detrás del mío. Sin ningún pudor y con el freno de mano puesto. Este detalle puede parecer obvio, pero en Valencia, que es una ciudad plana, era común encontrar (e incluso, dejar) coches aparcados en segunda fila, con el punto muerto y sin freno de mano. Bastaba con un empujón y el coche se movía.

Conforme aumentaba mi ira, yo intentaba pensar en soluciones constructivas y asumir que llegaba tarde mi primer día. Envié un whatsapp al grupo de vecinos preguntando si alguno de ellos era el dueño y avisando de que iba a llamar a la policía. También hice sonar el claxon por si acaso. Eran las seis y media de la mañana, pero me daba igual. ¡Necesitaba sacar mi coche! Me sentía furiosa, cabreada con Qatar en general e iracunda con el dueño del coche en particular.

Llamé a la poli y no sentí ninguna culpa ni remordimiento. El muy capullo me estaba creando muchos inconvenientes, así que lo mejor que le podía pasar es que la grúa se llevara su coche. Digo lo mejor porque si aparecía por el lugar de los hechos, yo le habría explicado cuatro cosas bien claritas. Mi actitud no era pasiva ni asertiva… ¡agresividad directamente! ¡Se iba a enterar bien enterado! Y es que yo ya no tengo la necesidad de agradar a todos, de que piensen qué buena es Geles, qué amable, qué dulce… ¡No! Ahora ya no me importa caer mal a mis enemigos, o que piensen que soy malvada. Y muy especialmente, no me importa si los que aparcan bloqueando mi coche me odian.

Tras tres llamadas para pedirme las indicaciones y un whatsapp que sí los trajo al sitio, llegó rauda la policía. En este punto, recuerdo que en Qatar no se nombra la calle ni el número para dar una dirección, más bien comienzas con un hito reconocible que suele ser una rotonda o un centro comercial. A partir de ahí explicas que hay que girar a la derecha, después pasas tres rotondas y te metes por la izquierda. Cuando veas el árbol vuelves a girar, subes para arriba, tuerces, ves un descampado, vas para atrás tres calles y vuelves a girar. Pues sí, antes de las localizaciones enviadas con los móviles, así se apañaban aquí.

El caso es que llegaron los maderos y me di cuenta de que había cambiado mi rol. Ya no me comporté como una damisela en apuros -papel que tantas puertas me ha abierto desde que vivo en este país-. Más bien lo hice como me sentía: una persona furiosa.

Cuando los policías bajaban de su Patrol, llegó un vecino que nos dijo no conocer al dueño del coche y se fue, desaparcando el suyo. Y dejando un espacio que el poli alto aprovechó para sacar mi Ford Fiesta tras tres o cuatro mil maniobras. Por primera vez me alegraba de conducir un coche pequeño en esta ciudad.

Les di las gracias a los dos policías y me fui a currar mientras ellos se quedaban escribiendo una recetita. Puede que me haya vuelto vengativa porque en ese momento hasta me alegré de que le multaran. Y encima, mi coche olía a una fragante esencia, era el perfume del policía alto.

Ya por la noche y relajada por el transcurso del día, bajo a tirar la basura (vestida con mi abaya, pero esta es otra historia que reservo para el futuro) y veo el coche parado y a un hombre qatarí muy cerca, vestido con su túnica blanca.

Sin pensarlo, le pregunto si era suyo el coche y me dice que sí. Le cuento que por la mañana no podía sacar el mío porque había aparcado él detrás. Va el tío y me explica que un vecino mío egipcio le había dicho que yo no estaba en el país. Entonces yo me miro a mí y miro al suelo. Vuelvo a mirarme a mí, otra vez al suelo, y luego a él. Como veo que no lo pillaba, le digo que sí estoy en el país. Como intentando argumentar lo indefendible, me dice que aparcó un día y no sucedió nada, así que siguió haciéndolo cada noche. Y así, hasta que llegué yo. ¡¿Pero no se había dado cuenta que después de tener tanto de polvo, el coche estaba limpio?! 

¨Bueno, no pasa nada, la policía ya me ha puesto una pegatina¨, me cuenta, pero yo le digo que sí que pasa, que yo he llegado media hora tarde a la oficina. Y entonces, en ese momento, él emite una frase que pone fin a toda la historia, incluso a mi ira. ¨Lo siento¨ dijo y así di por concluida la historia.

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Mis amigos, los polis
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