miércoles. 24.04.2024

Seguimos en Ramadán

"Hoy voy a ser políticamente incorrecta: voy a exponer las incomodidades que encontramos los no musulmanes durante estas cuatro semanas"
Té con dátiles

La luna llena nos anunciaba hace pocos días que ya hemos completado la primera mitad del mes sagrado para los musulmanes. Sobre lo que significa este tiempo y cómo lo viven quienes lo practican ya hemos hablado. Recomiendo especialmente la columna de Juan P. Nabás, que nos habla de 'El mérito del mes sagrado musulmán' desde sus Huellas en la Arena.

Yo hoy voy a ser políticamente incorrecta. Voy a exponer las incomodidades que encontramos los no musulmanes durante estas cuatro semanas. En primer lugar, los horarios se modifican y los ritmos cambian. Se reduce el horario laboral, o así debería ser. En realidad, de esto no nos quejamos, claro. Es más, mucha gente evita irse de vacaciones durante el Ramadán porque es una fecha en la que se trabaja menos.

Administraciones públicas, comercios y empresas cambian por completo sus horarios de atención al público. Bancos y otras entidades abren dos o tres horas por la mañana (por cumplir, creo yo) y vuelven a hacerlo, ahora sí a pleno rendimiento, sobre las siete y media de la tarde, cuando todos han comido y la ciudad despierta tras un día entero de letargo. Yo he ido al banco a las diez o a las once de la noche, a tráfico, a correos o al dentista. Tras un día sin tráfico, las vías se colapsan y la ciudad bulle hasta bien entrada la madrugada.

Bares y restaurantes permanecen cerrados hasta la hora del iftar, que es cuando se rompe el ayuno y se celebra con una copiosa comida. La primera del día para quienes han guardado abstinencia. Así que por el día no puedes quedar con nadie para comer o tomar un café. A excepción de algunos lujosos hoteles todo permanece cerrado. Y comer o beber en lugares públicos o en la calle está penado por ley.

Mis amigos suelen quejarse de que no pueden tomar café en sus puestos de trabajo. Ni comer, ni beber agua y tienen que esconderse en la cocina para hacerlo. En realidad esto no sucede en mi empresa, en la que hay muy pocos musulmanes y es fácil mantener nuestras rutinas sin que ellos se den ni cuenta.

Lo que yo llevo mal de estas fechas son dos cuestiones. La primera, que no puedo ir al gimnasio hasta las siete y media. Y así me pasa, que acabo por no ir porque a esas horas estoy tomando un iftar o cenando con amigos. Y esta es la segunda cuestión. Que tengo tantos compromisos de día y de noche y me cuesta tanto decir que no, que acabo pasándome el mes quedando con gente y comiendo. De día como una buena cristiana y, de noche… pues también comiendo.

Así que tengo ganas de volver a la normalidad y retomar mis rutinas. Aunque trabaje la jornada completa. Pero necesito volver al gimnasio y comer con moderación para quitarme los kilos que me estoy poniendo con tanta vida social y tanta glotonería. De hecho, esto también me sucedía en Navidad, hasta el punto que para mí se terminaba oficialmente el día 2 de enero. El caso es que Ramadán dura un mes entero…

 Y bueno, así es como transcurre más o menos el mes de Ramadán para los occidentales que vivimos aquí. Y yo acabo estas líneas porque he quedado con unos amigos y tengo que salir de casa. A ver si me tomo solamente un té, que yo no he ayunado…

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