jueves. 28.03.2024

¿Y si estamos huyendo?

"Estoy convencida de que la mayoría de los expatriados que vivimos en esta parte del mundo nos escabullimos de alguna cuestión que desde fuera parece sutil y cuya presencia está escondida, maquillada, agazapada en el subconsciente"

Cada uno de nosotros posee un discurso de lo más coherente para explicar cómo hemos acabado en esta parte del mundo. Extrapólese también a otros destinos. En mi caso, es el mismo que se repite en la mayoría de arquitectos y profesionales de la construcción a quienes la crisis inmobiliaria en España pasó factura.

Suelo contar, de manera más o menos interesante, que me quedé sin encargos, que de repente se acabó el trabajo, pero los gastos mensuales se mantenían y asfixiaban. Los números rojos crecían como una bola de nieve y fue entonces cuando tomé la decisión. Decisión que no surgió de la nada, claro. Desde que terminé el Erasmus había fantaseado con volver a salir. Quería descubrir de nuevo, conocer, experimentar, sentir… ¡volar!

Y así contado suena muy épico. Una historia atractiva, parece. Pero hay más cuestiones subconscientes. Existe algo más profundo y fuerte que nos mueve y de lo que no solemos darnos cuenta. Un día me dijo mi coach “Geles, no te puedes pasar la vida huyendo”. Molesta y ofendida, le contesté “Antonio, sí que puedo, me quedan muchos países”. Y no, no voy a desvelar ningún entresijo de mi psique. Hoy no me desnudo. Mejor aún… hablaré de otros, que siempre es más agradable y parece que lo deja a uno en (ficticio) mejor lugar.

Lo veo a diario en las personas que vienen a trabajar a Oriente Medio. Quizá en España suene muy cool lo de estar aquí, pero esto es tierra árida. Un desierto. ¿Qué necesidad tenemos de respirar este aire a diario? De echar de menos nuestra casa, de estar lejos de nuestra familia… En la superficie, la respuesta es muy coherente. No tenía trabajo y aquí surgió la oportunidad. Además, esto es una experiencia, es muy enriquecedor y blablablá…

Y yo voy a meter hoy el dedo en la llaga… ¿seguro que no hay nada más? ¿Un motivo inconsciente, quizá, una fuerza de la que ni tan siquiera nosotros nos damos cuenta? Una vez lo planteé en una cena. Hubo opiniones diversas pero una amiga -cuyo nombre omitiré- reaccionó de manera violenta, como si la hubiera atacado de manera personal. “¡Yo no!”, decía, “yo no huyo de nada. Aquí estoy bien, me siento feliz en este país. Yo vivo aquí porque quiero y porque tengo un buen trabajo” y añadió algunas frases más con mucho ímpetu. Ahí lo dejo.

Y como hoy no voy a hablar de mí, pues yo no tengo controversias ni necesidad de trabajarme, como todo está en orden y no hay argucias ni artificios por parte de mi subconsciente, pues voy a comentar sobre otros.

Mi amigo americano siempre cuenta que vive aquí porque le supone una oportunidad en su carrera y porque la remuneración que percibe es mucho más alta que la que obtendría en Estados Unidos. Y este discurso también suena poético y yo no digo que no sea cierto. Pero tengo otra teoría y la diré en voz alta. Está huyendo. Y en su caso es bastante evidente. Su mujer falleció hace seis años. Vivió el duelo, transitó la noche y se recuperó. No sé si del todo, pero retomó su rutina. Y me teoría es que está aquí huyendo de su vida en Estados Unidos. Aunque anhele el país, aunque lo idealice como hacemos todos cuando salimos de nuestra tierra. Aunque vuelva allí tres meses cada año. Pero ha salido. Huyendo. De alguna manera está escapando sin ni siquiera saberlo. No me cabe duda.

Y sí, estoy convencida de que la mayoría de los expatriados nos escabullimos de alguna cuestión que desde fuera parece sutil y cuya presencia está escondida, maquillada, agazapada en el subconsciente. A veces, tan ignorada que ha llegado a convertirse en sombra. Y esto puede ser peligroso si no le prestamos atención. Si seguimos dándole la espalda y no nos atrevemos a arrojar luz porque duele. Mirarlo es doloroso, claro.

¿Y tú, amigo, amiga, estás huyendo de algo? No contestes de manera rápida. Si lo haces y dices que no, quizá estés negándolo como lo hizo mi amiga en aquella cena. Mejor propongo un tiempo de recogimiento, una o varias citas con nosotros mismos. Con valentía y sinceridad. Miremos hacia dentro. Con amor también. Queriendo lo más bello que encontremos y también lo menos agradable.

Y, compartida esta inquietud, yo ahora voy a escribir el final de este texto porque tengo una cita. Una cita con mis sombras. Hasta la semana que viene.

¿Y si estamos huyendo?
Comentarios