viernes. 29.03.2024

Dixon, este es el espectáculo de la vida

"Dixon me recordó que hay que ser plenamente consciente de estos instantes, disfrutarlos sin pensar ni en el ayer ni en el mañana, plantado ante la inmensidad del momento. Ese instante lo cura todo"

Primero voy a hacer la exaltación de Dixon Moya, conocido por los territorios de Twitter como @Dixonmedellin. En ese perfil se define como "advenedizo colombiano, jugador de palabras que pierde la partida. Aspirante a poeta y decantado en transeúnte. Bloguero de El Espectador". Y está bien. Muy bien. Pero Dixon es mucho más. Dixon es ante todo entregado esposo de Patricia, a quien venera. Es honrado, sincero, humilde, comprensivo, excelente amigo, desprendido y absolutamente desinterado, además de un diplomático de carrera de primer nivel, hoy ya -tras opositar- con la categoría de embajador. Actualmente ejerce como cónsul general de Colombia en Chicago, donde está desarrollando una labor maravillosa.

Añadan ustedes lector sempiterno, cinéfilo, amante de la ciencia ficción, viajero de los de antes, siempre con gripa. Y Dixon también es obsesivo cumplidor. Imagínense que lleva enviando su apreciada y leída columna a EL CORREO DEL GOLFO desde hace siete años. Y no falla nunca. Vaya por delante que no cobra por ello, ni un peso, que para eso es colombiano.

Ese, en muy resumidas cuentas, es Dixon. Le conozco desde hace siete años, exactamente desde el 20 de julio del año 2013. Fui a cubrir para el periódico el Día Nacional de Colombia celebrado en la Embajada del país en Abu Dhabi y allí me lo encontré. Por aquellos entonces ejercía como segundo de la Embajada y fue uno de los grandes apoyos que el proyecto de EL CORREO DEL GOLFO encontró para conseguir hacer realidad su edición impresa. Eran otros tiempos.

Para mí Dixon es otras muchas cosas, quiero decir a nivel personal: consejero, confesor, animador, fiel compañero epistolar, gran y culto conversador, guasón... Y fuente de permanente inspiración. Este comentario, por ejemplo, lo estoy escribiendo por inspiración suya. Inspiración inconsciente, por supuesto, que él de lo que ahora escribo no sabe nada. Lo que ocurrió fue que ayer subí a mi perfil de Twitter una imagen que tomé del crepúsculo de la jornada. Caía el sol sobre las aguas del -para ser políticamente correcto- Golfo Arábigo. Cuando Dixon la vio, escribió el siguiente mensaje: "Bella imagen de lo que unos llaman Golfo Arábigo y otros Golfo Pérsico, pero independiente de eso, es el horizonte que mi amigo @rafaunquiles ve todos los días al abrir y cerrar su ventana. A disfrutar ese instante precioso". Y esa, y no otra, es la cuestión: hay que disfrutar del instante.

Tengo la enorme fortuna de vivir frente a un mar de impresión, infinito, inabarcable, limpio de interferencias. Mientras estoy escribiendo sólo tengo que levantar mi mirada para que se pierda sin obstáculo camino, vía marítima, de Irán. Y cada anochecer disfruto del privilegio de presenciar un grandioso espectáculo. Y, como le contesté a Dixon en Twitter, es diario y gratuito. Desde mi terraza-mirador, mientras me fumo un cigarro mentolado -cada vez fumo más-, veo día tras día como sube el telón para ofrecerme en exclusiva una función montada al mínimo detalle. No le falta de nada. Ni las olas ni la arena ni el rojo ni el barco ni el paseante ni los pájaros ni los zorros del desierto. Quizás le sobra humedad. Pero eso no cuenta.

Dixon me recordó que hay que ser plenamente consciente de estos instantes, disfrutarlos sin pensar ni en el ayer ni en el mañana, plantado ante la inmensidad del momento. Lo curan todo. No hay excepciones. Gracias, querido Dixon. No olvido que las más efectivas medicinas las tenemos al alcance de la vista. Y sanan hasta la gripa.

Dixon, este es el espectáculo de la vida
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