jueves. 28.03.2024

Lo primero que a Geles Rivera le llamó la atención nada más poner el pie en Doha fue el color. El cielo era amarillo. Los edificios eran amarillos. El desierto, amarillo tierra. La joven arquitecta de Cuenca hizo la maleta, empaquetó media vida y tomó rumbo a Qatar en 2012 empujada por la crisis de caballo que hundió el sector inmobiliario desde Manhattan a Singapur. “De repente, los proyectos se pararon en seco”, dice al otro lado del teléfono desde Castellón, donde vive hoy, tres años después de regresar del Golfo. Y allí que se plantó para trabajar en una empresa de arquitectura, dirigida por un afgano, y denominada Gharnata, que es el término árabe con que se conoce la ciudad de Granada.

Geles Rivera acaba de publicar ‘Susurros de Oriente’, una compilación de artículos periodísticos que escribió para EL CORREO DEL GOLFO, donde da cuenta con naturalidad y frescura del impacto cultural que experimentó en su inmersión durante cinco años en Oriente Medio. Lo segundo que le desconcertó fue la forma de comunicarse. “A las chicas podías abrazarlas y besarlas. A los chicos no podías tocarlos. Ni siquiera la mano”. Los hábitos sociales en Qatar se guiaban por reglas bien distintas. Y las más visibles son las que con más rapidez descubrió la recién llegada. Por ejemplo, en la indumentaria. “Allí no puedes ir con pantalón corto ni tirantes. Yo iba bastante tapadita. Faldas largas, ropa ancha, hombros cubiertos y sin escote”.

Geles Rivera se sumergió en la sociedad qatarí sin prejuicios y con los ojos de par en par de curiosidad

Geles Rivera se sumergió en la sociedad qatarí sin prejuicios y con los ojos de par en par de curiosidad. Quizás, por eso, el primer año ayunó todo el mes de Ramadán en un ejercicio de simbiosis cultural verdaderamente aleccionador. “Aprendí mucho”, asegura. “Te baja la energía y estás muy para adentro. En estado meditativo”. La abstinencia islámica comienza antes del amanecer, con el rezo del ‘faŷr’, y se prolonga hasta la caída de la tarde. Durante todo ese tiempo no se puede comer, ni beber, ni fumar, ni perfumarse, ni mantener relaciones sexuales. “Ellos dicen que están en contacto con Allah. Que renuevas tu fe. En mi caso, esa conexión fue con la espiritualidad. Te sientes más recogida. Y también más integrada”. La ciudad se ralentiza. Los comercios dormitan. Y, tras la ruptura del ayuno, se celebra el ‘iftar’, la comida comunitaria que marca el reinicio de la actividad urbana. “Es cuando se empieza a vivir. Abren las administraciones, los centros de salud y las tiendas hasta la una o las dos de la madrugada”, explica. 

La arquitecta y escritora conquense despejó en los primeros meses algunos de los clichés que arrastraba de Europa. “Los árabes son muy distintos entre sí. No es lo mismo los árabes del norte de África que los del Golfo o los de Irak. Y tendemos a generalizar. Los mediterráneos son muy parecidos a nosotros. Congenié mucho con los libaneses y los egipcios. La gente del Golfo tiene un carácter más duro. Son generaciones que han vivido en el desierto como nómadas y es más difícil llegar a ellos. Lo que sí tienen en común es la hospitalidad”.

 

En apenas sesenta años, gran parte de los habitantes del Golfo han pasado de vivir en jaimas a poseer mansiones de lujo. Debido a su profesión, Geles Rivera ha tenido la oportunidad de conocer el interior de muchas viviendas qataríes. “Suelen vivir en casas de hasta 1.200 metros útiles con una estética muy vistosa: brillos, dorados, volutas. Han pasado de no tener nada a una ostentación impresionante”. El petróleo y el gas les han permitido elevar de forma exponencial sus condiciones de vida. Hasta el punto de que los locales no pagan electricidad, ni gasolina, ni sanidad, cuyos estándares de calidad son muy apreciables. “Aquí no se pagan impuestos”, subraya.

Qatar tiene casi 3 millones de habitantes y una extensión de 11.500 kilómetros cuadrados, equivalente a la provincia española de Zamora. Casi el 85% de la población son expatriados de la India, Irán, Pakistán o Filipinas, que se han instalado en el país para cubrir casi la totalidad del empleo que genera el sector servicios, la construcción, la industria o el comercio. “Hay una mezcla cultural impresionante”, señala Geles Rivera. “Eso sí: los puestos cualificados son ocupados por europeos o americanos”.

 

‘Susurros de Oriente’ está plagado de anécdotas y reflexiones sobre el universo que sorprendió a la autora en Qatar

El sentido de la hospitalidad es el valor transversal en el mundo musulmán. Geles Rivera ha trabajado también como comercial y ha recibido buena prueba de ello. “Si vas a hacer una visita a un cliente, te sientas y lo primero es si quieres café o té. Y tienes que decir que sí. He comido muchas veces en casa de musulmanes. Te agasajan, te ponen el plato más lleno y te atiborran a dulces. Y lo hacen de corazón”. Su sentido de la generosidad, sostiene, es cultural. “Todo lo que tienen lo comparten”, subraya. “Uno de los cinco pilares del islam es el zaqat (ayuda a los necesitados). Cuando dan dinero a una ONG, se sacan la calculadora y hacen la fórmula matemática para ver cuánto tienen que donar”.

‘Susurros de Oriente’ está plagado de anécdotas y reflexiones sobre el universo que sorprendió a la autora en Qatar. Siempre con un tono afectuoso y divertido, a veces punzante, pero nunca ofensivo. A lo largo de 360 páginas, radiografía la vida qatarí desde la perspectiva de una mujer occidental que observa un mundo nuevo con los ojos bien abiertos. “Salir de casa te enseña. Ahora soy más resistente y más flexible. Me pasaron muchas cosas y allí se hace músculo”, asegura.

 

En los últimos años de su estancia en el Golfo, viajó con frecuencia a Dubai. También conoció Omán, cuya “autenticidad” la sedujo a primera vista. “Me encantó”, admite. “Qatar y Emiratos están más influidos por occidente. Omán no tiene necesidad de brillar. No construye el edificio más alto ni está en competencia con ningún otro país. Es más fiel a sí mismo”, sintetiza.

Y luego está el sentido del tiempo, que merece un capítulo aparte. “Si llegan tarde no te puedes ofender. Allí no se hacen planes a dos o tres días. La agenda es imprevisible. Quedas a comer a las dos el viernes y cada uno llega a la hora que quiere. No pasa nada. El que llega come o toma café. Depende. Y no puedes poner una reunión detrás de otra. Es inútil. Así que tienes que estar relajado”, afirma Geles Rivera con media sonrisa y un espíritu de aceptación netamente oriental. En el fondo, reflexiona, las diferencias son nimias. “He conocido a mucha gente de todos los países árabes. Y todos somos iguales. Nos duelen las mismas cosas, nos fascinan las mismas cosas y tenemos las mismas miserias. Mucha gente confunde islam con islamismo. Y dividimos entre buenos y malos. Pero tenemos los mismos pecados, las mismas neurosis y las mismas pasiones humanas”.

"He encontrado la felicidad en el día a día"

El regreso no fue tarea fácil. Cinco años después de mimetizarse en Oriente Medio, tomó la siempre turbadora decisión de decir adiós. “Me costó mucho”, reconoce. “Me iba bien en el trabajo pero me sentía agotada. Yo creí que venía a boxes. Mi idea era volver”. Pero no volvió. La adaptación en España fue complicada. Tenía Qatar en la cabeza y la vida que dejó aquí antes de mudarse a Oriente Medio ya no existía. El libro, de alguna manera, viene a amortiguar el golpe. “Se escribió solo”, dice.

 ¿Y qué se ha traído del Golfo?

El mundo árabe te atrapa y seduce. Lo desconocido nos atrae por definición. El viaje te hace ver que lo que estás buscando está en casa. He encontrado la felicidad en el día a día. Ese es el sentido del libro.

Geles Rivera: “El mundo árabe te atrapa”
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