viernes. 29.03.2024

En noviembre de 2012, Salwa tomó un taxi con su marido y su bebé en dirección a la frontera con Líbano. Atrás dejaban un país devorado por la violencia. En su pueblo de Rif Damasco, al sur de la capital siria, las bombas y las detenciones arbitrarias se habían convertido en el pan nuestro de cada día desde que el régimen de Bashar Al Assad se propuso sofocar por la vía de las armas las revueltas populares desatadas en medio mundo árabe. Su padre y uno de sus hermanos habían dado con sus huesos en la cárcel. Exactamente igual que otros tantos miles de ciudadanos, cuyo paradero, en muchos casos, se ignora.

Hasta entonces, Salwa y su marido habían vivido razonablemente bien en el país árabe. Ella estudiaba en la universidad y él trabajaba como mecánico, al tiempo que obtenían ingresos complementarios gracias a un comercio de su propiedad. Todo se esfumó en un abrir y cerrar de ojos. En Líbano, habían puesto a salvo sus vidas pero las cosas no fueron mucho mejor allí. Las mujeres y los niños podían abandonar Siria por la frontera y los hombres se veían obligados a escapar por la montaña para esquivar los controles policiales.

“Mi marido consiguió un trabajo de mecánico en Beirut”, relata Salwa por teléfono en un más que aseado español. Trescientos dólares al mes, cuando por el alquiler de una vivienda pedían no menos de 600. “No se podía vivir allí. Teníamos muchos problemas”, lamenta desde su nueva residencia española en Logroño. Lo peor, sin embargo, no era el alto coste de la vida. “Los libaneses no nos querían a los refugiados sirios y no paraban de molestarnos”, explica. Con una población de apenas 6,8 millones de habitantes, Líbano acoge a casi un millón de refugiados de Siria, a los que hay que sumar otros casi 500.000 palestinos.

Salwa y su marido disfrutan hoy en Logroño de plena autonomía económica

En 2016, la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) les ofreció reubicarse en algún país de Europa. La familia de Salwa no lo dudó. Un avión los recogió en Beirut, con escala en Estambul, y horas después aterrizaban en el aeropuerto de Barajas. Una furgoneta de la Cruz Roja Española los trasladó hasta Logroño, donde se alojaron en un centro de acogida durante seis meses. Poco después, se acomodaron en una vivienda con cargo a fondos de la organización humanitaria. Y hoy disfrutan de plena autonomía económica gracias a que el marido de Salwa ha encontrado trabajo como mecánico.

Hace ocho años que abandonaron ya su país para huir de la guerra civil. En este tiempo, el núcleo familiar ha incrementado significativamente sus miembros. Salwa tuvo otros dos hijos en Líbano y ahora ya suman cinco. De su vida en Siria, apenas queda un vago y desolador recuerdo. Su padre y su hermano lograron sortear la prisión y hoy son refugiados en Alemania junto con su madre y otros tres congéneres. La familia de su marido también se encuentra diseminada por Arabia Saudí, Canadá y Líbano. De sus amigas, solo conoce el paradero de tres, acogidas igualmente en Gran Bretaña, Canadá y Alemania. De las demás, ni rastro.

Sus contactos con Siria se reducen a esporádicas conversaciones con el único hermano que prefirió quedarse en Rif Damasco. “Allí no hay comida, ni luz, ni agua. La casa de mis padres fue arrasada. Y hay grupos que se dedican a secuestrar a la gente por dinero. Se vive con miedo a salir a la calle”. Esta es toda la información que Salwa tiene de su país. Caos, devastación y dolor. “No nos queda nada allí”, afirma con una calma sobrecogedora.

Imagen de Alepo devastada por la guerra. (eacnur.org)

Tras nueve años de guerra civil, Siria es hoy el epicentro de la mayor catástrofe humana del planeta. 5,6 millones de personas se han visto obligadas a abandonar el país, mientras que otros 6,2 millones son desplazados internos. 13 millones necesitan ayuda humanitaria para vivir. El régimen de Bashar el Assad no controla todo el territorio. La zona noroeste está en manos de las milicias kurdas, apoyadas por EE.UU., mientras que la comarca de Idlib se mantiene bajo dominio de los islamistas.

Algunos especialistas estiman que Siria es hoy un Estado fallido. Es el caso de Juan José Escobar, experto en mundo árabe y embajador de España en Iraq desde 2017. En una entrevista concedida a EL CORREO DEL GOLFO hace dos semanas, el diplomático estimó que la situación se encontraba estancada sobre el terreno y no se vislumbraba a corto plazo un cambio sustancial en la correlación de fuerzas. Tampoco juzgaba viable una apertura democrática en el régimen. “Alternativa a Al Assad ahora mismo no parece haber. No la veo en el horizonte. La guerrilla no es alternativa, desde luego”, afirmó.

“Allí no hay comida, ni luz, ni agua. La casa de mis padres fue arrasada. Y hay grupos que se dedican a secuestrar a la gente por dinero"

A la luz de este negro horizonte, la familia de Salwa tiene claro su futuro. “No queremos volver a Siria. No hay vida allí. Mis hijos han crecido aquí y no querrán volver”, argumenta. En Logroño han encontrado un lugar seguro para vivir. Al menos, otras cinco familias sirias formaron parte del programa de Acnur y la Cruz Roja activado en 2016. “La gente nos trata bien. Son muy amables y estamos contentos aquí. Mis tres hijos van al colegio y yo soy voluntaria de la Cruz Roja para ayudarlos a traducir”.

Salwa es escéptica sobre las perspectivas de una evolución del régimen sirio. “Nuestros padres y nuestros abuelos llevan viviendo en esta situación muchos años. Allí tienes que tener cuidado con lo que piensas y con lo que dices. Puedes terminar en la cárcel. Todos los sirios creen que el problema de Siria es el presidente”. Bashar Al Assad gobierna el país desde el año 2000, cuando heredó el poder de su propio padre, Hafez Al Asad, que a su vez presidía Siria con mano de hierro desde 1971.

La odisea de Heba es gemela a la de Salwa. También tuvo que dejar Siria en 2012 como consecuencia de la intensificación de los combates. Ella, sin embargo, procede de Homs, la tercera ciudad más poblada del país, tras Damasco y Alepo, y uno de los enclaves más castigados por la guerra civil. Gran parte de la ciudad ha sido reducida a ruinas y dos terceras partes de la población han abandonado la urbe. “Casi todas las casas están en el suelo por las bombas”, asegura vía telefónica desde Córdoba.

La ayuda de Emiratos Árabes al pueblo sirio en los últimos años ha sido constante. (WAM)

Heba escapó a Líbano con su familia. Y en 2016, Acnur le ofreció la opción de establecerse en España. El proceso de traslado e integración ha sido similar al experimentado por Salwa. Seis meses en un albergue provisional y poco después fueron alojados en una vivienda sufragada por la Cruz Roja. Su situación, sin embargo, es más precaria en términos económicos. Sus padres y sus cuatro hermanos también están refugiados en la ciudad andaluza. Ninguno de ellos ha logrado trabajo y acaban de abrir un restaurante de comida árabe para intentar obtener ingresos sobre los que cimentar su futuro.

“Nuestro problema es la vivienda”, se queja Heba. La ayuda que recibían para el alquiler concluyó y el dueño de la casa donde viven se resiste a renovar el contrato. “Dice que hay mucho ruido. Llevamos dos meses buscando otra vivienda y no quieren alquilar a los extranjeros. No tienen confianza en la gente de fuera. Y nosotros no queremos problemas con los españoles”, señala.

España se comprometió a acoger a 17.387 refugiados sirios como medida de solidaridad para hacer frente al desastre humano de la guerra civil

La situación de su hermana no es mejor en Beirut. Bien al contrario, las condiciones materiales en las que vive rozan lo dramático. “No tiene pañales y su hijo llora día y noche de hambre. La situación allí es muy difícil. Además, en Líbano hay racismo con nosotros. Antes de la guerra éramos como hermanos, pero ya no nos quieren”, protesta. Heba ha perdido el contacto con sus vecinos de Homs. Desconoce su paradero y si están vivos o muertos. Las espeluznantes imágenes que llegan a Europa de la ciudad son, desde luego, poco tranquilizadoras.

Igual que Salwa, responsabiliza al presidente Bashar Al Assad del trágico desenlace bélico del país. “No quiso dejar su sitio y ha matado a miles de personas de la oposición”, denuncia a quien quiera escucharla. En 2015, España se comprometió a acoger a 17.387 refugiados sirios como medida de solidaridad para hacer frente al desastre humano de la guerra civil. Tres años después, apenas habían llegado a territorio peninsular una décima parte.

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