jueves. 28.03.2024

La curva de la felicidad

"Para mí, de momento, el teatro es un rotu para dibujar curvas de felicidad en la cara del espectador"
actriz

Si alguna vez actuáis en una sala de quince metros cuadrados y veis a gente que se empeña en sacar y guardar continuamente el móvil durante los quince minutos que está el cubículo (aún a sabiendas de que no hay cobertura. De nada), o a mirar los ladrillos o el acabado de la pintura, o a hablarle a la persona con la que han venido, no lo dudéis. Ni un solo momento. Estáis actuando ante un público duro. Un público exigente. Un público difícil. 

Estáis actuando ante un público compuesto por actores o directores. Un público que no se deja llevar por cualquier cosa. Un público que no es público, que es juez. Pero no juez estilo Emilio Calatayud, que es duro para sacar cosas buenas. No. Un juez estilo pretendiente de ‘Mujeres, hombres y viceversa’. Tengo que aclarar que, obviamente y gracias a Dios, no todos los compañeros de profesión son así. Hay de todo, como en botica. Pero, macho, a veces una ve cosas que la dejan muerta cual sardina en su entierro. 

Veréis, no sé si os he dicho ya que estoy en Microteatro Málaga con una obra que ha salido de mi cabecita de actriz ignorante y que he dirigido junto a un amigo (claro que os lo he dicho. No está de más lo de repetirlo hasta que vengáis a verla). Ni mi amigo ni yo somos directores titulados ni dramaturgos. Yo escribí la obra con el único fin de hacer reír al público potencial que fuera a verla. Es una comedia absurda. Muy absurda. Absurda nivel psiquiátrico. 

De todas las sesiones que hemos tenido, unas 20, sólo ha habido tres frías cuales polvos inacabados. Las tres a las que han venido compañeros de profesión. Las tres en las que les he tenido que llamar la atención cual Concha Velasco (vergüenza que me ha dado hacerlo, mucha) porque no me gusta trabajar para gente que está intentando buscar cobertura desesperadamente en un sótano en mitad de una obra de teatro. Porque no me gusta estar escuchando a gente hablar mierdas mientras yo intento desarrollar lo que he estado trabajando en los ensayos. 

Pero es que no aguanto una falta de respeto que yo no tendría el valor de cometer. Me puede aburrir tu obra, puedo odiarla, puede darme náuseas. Tengo varias opciones para pasar de ella que no te molestarán. Pero una es la más importante: callarme la boca, observar y aprender. Pensar por qué no me gusta y por qué si. Cómo haría yo lo que estás haciendo en escena. Y cuando termine tu trabajo, si me preguntas, te comentaré lo que he visto, pero nunca mirándote por encima del hombro. 

Y todo esto me ha pasado, me ha dado mucho coraje. Después me he parado a pensar y ha habido 17 sesiones en las que la gente ha salido riéndose de la sala. Suficiente para seguir con mis ojos tapados cual caballo y seguir por mi camino, a sabiendas de que lo que escribo nunca estará a la altura de la élite teatral que me rodea (sorpresa amores, ya lo sabía. TACHÁN!).

Para mí, de momento, el teatro es un rotu para dibujar curvas de felicidad en la cara del espectador. Sirve para muchas otras cosas, mucho más interesantes, seguro, pero yo escojo esa faceta de las butacas y las tablas. Escribo comedia (con el perdón de los cómicos de verdad) para que la gente se ría, sin más, que ya hay mucho que pensar y mucho que pasar en la vida diaria. No escribo obras para que tengan curvas dramáticas y demás parafernalia dramatúrgica (con el perdón del resto de profesionales del teatro). 

Las curvas, a secas, para mí, que las disfruto más. Las risas para ustedes, que las disfruto infinito. Fin. 

La curva de la felicidad
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