viernes. 19.04.2024

Los higos chumbos de la Cueva la Cochina

"Cuando doy un bocado a uno de esos higos viajo de golpe a la carretera de Las Lagunillas y veo a mi padre, Francisco el de la Cueva la Cochina, debajo de la chumbera dando con un escobón a sus frutos caídos para quitarles las engorrosas e invisibles espinas de su piel"

Si mi padre levantara la cabeza y viera que por un kilo de higos chumbos pagamos en Emiratos Árabes 1.700 pesetas, no sé... Pensaría que en lugar de olivos debería haber plantado chumberas, allí, en la Cueva la Cochina, en el término municipal de Rute, justo en el sur de Córdoba y en pleno centro geográfico de Andalucía. Cuando descubrí que en los supermercados de estas tierras vendían higos chumbos no daba crédito. Supongo, entre otras razones, que porque no estaba al tanto de las nuevas tendencias en cuestión de frutas exóticas. Ahora veo que los higos chumbos están clasificados como producto gourmet. Y no es para menos. Si hay una fruta singular y deliciosa, para mí, es el higo chumbo. 

No es que precisamente abunden en las estanterías de los supermercados emiratíes, por lo que con frecuencia, sobre todo en verano, me veo recorriéndolos en busca de un sabor que hasta el Golfo llega procedente de Túnez o Sudáfrica y que me conecta directamente con mi niñez. Cuando doy un bocado a uno de esos higos, que en inglés se llaman 'safar fruits', viajo de golpe a la carretera de Las Lagunillas y veo a mi padre, Francisco el de la Cueva la Cochina, debajo de las chumberas situadas junto a la vaquería dando con un escobón a sus frutos caídos para quitarles las engorrosas e invisibles espinas de su piel. Después, con un arte ya perdido -porque pelar un higo chumbo es todo un arte-, los abría uno a uno, con mucho cuidado para no pincharse. Una vez abiertos y con el fruto aún sobre su monda necesitaba de alguien que definitivamente los recibiera para depositarlos en una fuente que iba directa a la nevera. De allí salían todo frescos para erigirse en el mejor postre del planeta

Eso lo veo hoy, no antes. De niño tenía tan interiorizada la presencia de los higos chumbos que, como pasa con tantas cosas, no les prestaba la atención que merecían. Hoy los reverencio. Fue cuando Meli, mi mujer, comenzó a visitar mi casa de Rute el instante en el que los higos chumbos comenzaron a tomar a mis ojos una especial relevancia. Meli nunca los había probado. Me cuenta que ella los veía tirados en las cunetas de las carreteras y que ni siquiera sabía que se comían. 

Allí en la Vera Cruz, la calle de Rute donde teníamos nuestro hogar, mi padre se los descubrió, frescos, deliciosos, como invalorable preludio de una siesta estival. Los devoraba para felicidad de mi padre, que por fin tenía ante él a alguien que los valoraba en su justa media. Los comía en cantidades que, según le recordaban, no eran recomendables. Porque siempre se ha dicho que los higos chumbos, debido a sus numerosas y diminutas pipas, provocan estreñimiento. Pero, que yo sepa, el mal que le anunciaron nunca produjo en ella sintomatología alguna. 

Aquí, en Ras Al Khaimah, en este caluroso mes de julio del año 2020, siempre nos gusta tener en la nevera un 'tupper' con higos chumbos pelados y frescos que son el colofón de almuerzos muy andaluces que comienzan con salmorejo -en mi pueblo se llama pizporrete- y siguen con flamenquines, pimientos rojos asados o remojón de naranja con bacalao. Lo sé: no somos muy originales. Pero nos encantan. 

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En la imagen, paquetes de higos chumbos procedentes de Túnez en los expositores de un supermercado en Ras Al Khaimah. (EL CORREO)

Los higos chumbos de la Cueva la Cochina
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