jueves. 28.03.2024

Encaramado en la cima de una montaña de Omán, el pueblo de Misfat al-Abriyeen ha cambiado su suerte convirtiendo las casas de adobe en hoteles que atraen los turistas a una región famosa por las rutas de senderismo y los cuentos de genios.

Este pueblo de 800 habitantes, situado en el norte del país, en las espectaculares escarpaduras del "Gran Cañón" de Omán, abrió sus estrechas calles hace seis años a los extranjeros y lugareños que buscaban aventuras en los desiertos y rincones verdes en este sultanato del Golfo.

Yacub Al Abri, un habitante de la aldea de unos 40 años, cuenta que todo comenzó en 2010 cuando su tío sugirió que había que ocuparse de las casas de adobe, abandonadas durante años y a unas tres horas en coche de la capital, Muscat. Los propietarios habían abandonado estas casas centenarias, temiendo que pudieran derrumbarse, y se mudaron al otro lado del pueblo, donde construyeron viviendas nuevas. La idea era "combinar el entorno simple y natural de la vida tradicional al estilo omaní con un toque moderno que aportara comodidad y seguridad", explica Yacub Al Abri. Las casas construidas con ladrillos de barro y con tejados de hojas de palma se transformaron así en albergues sencillos pero elegantes, amueblados con madera y textiles tradicionales.

Después de cinco años de preparación abrió el primer hotel de la familia, que inspiró a muchos vecinos y a otros pueblos de Omán a seguir el ejemplo. Misfat al Abriyeen tiene actualmente seis hoteles de adobe.

"Empezamos con solo cinco habitaciones, y después aumentamos el número y compramos otras casas antiguas. Ahora tenemos 15 habitaciones y prevemos seguir hasta 50", afirma Yacub, propietario del hotel. Pasar una noche allí cuesta entre 70 y 150 euros (entre 84 y 180 dólares), según la habitación y la temporada.

A más de 1.000 metros de altitud, el pequeño pueblo está formado por callejuelas con vistas a terrenos llenos de limoneros, plátanos y palmeras. La región no solo es conocida por sus montañas, sino también por sus centenarios cuentos de genios -o espíritus con forma humana- todavía muy extendidos en las aldeas de todo el país.

"Alojarse aquí es como viajar a un mundo de paz y tranquilidad", afirma Yacub, vestido con prendas tradicionales omaníes: una túnica blanca y un turbante de colores. "Incluso la comida que se sirve aquí la cocinan los habitantes del pueblo en las casas", añade. Según sus cifras, 5.500 turistas de Alemania, Francia, el Golfo y otros lugares se alojaron en sus establecimientos en 2019, con una tasa de ocupación anual del 90%, frente a solo 800 en el primer año de actividad en 2015.

Omán, con cinco millones de habitantes, intenta diversificar su economía dependiente del petróleo desde que los precios del crudo cayeron en 2014. El turismo se ha convertido en los últimos años en un salvavidas para el sultanato, con un rico patrimonio histórico, un litoral pintoresco y montañas impresionantes. Dinamizar la industria se ha vuelto esencial después de que la pandemia de coronavirus obligara a Omán a cerrar las fronteras durante varios meses, lo que asestó un duro golpe a la economía. Unos 3,5 millones de turistas visitaron el país en 2019, pero el sultanato prevé atraer a 11 millones para 2040. Se desconoce cuántos hubo en 2020. Como el número de visitantes extranjeros ha bajado, los hoteleros como los de Misfat al Abriyeen se han tenido que adaptar al turismo nacional.

Para la holandesa Renoda, una psicóloga residente en Muscat, el pueblo es un santuario. "Es quizás la décima vez que me hospedo en este hotel desde el año pasado. Es lo que necesitamos ahora, dada la situación", declara a la agencia de noticias AFP.

Las casas de adobe de un pueblo de Omán se convierten en hoteles
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